Llevo tiempo pensando que, con toda seguridad, hay castillos, torres y similares que no podré ver en mi vida. La edad ya no me lo va a permitir. Todos esos quedarán fuera de mi casadelatercia. Y no lo lamento, ¿qué se le va a hacer?, lo que no puede ser, no puede ser; y además es imposible, que me decía un señor mayor, hace muchos años, en mi pueblo.
Pero lo que sí
puede ser es que todos esos que sí he visto y que por desgracia no han quedado
reflejados en fotografías, porque hubo un tiempo en que hacer fotos era caro y
no estaba al alcance de todos —el desarrollo de esa afición era muy limitado y
lo condicionaba el dinero; bienvenido el digitalismo—, decía que aquellos que sí he
conocido pero no fotografiado, pudiera ser que los haga llegar aquí previa
recopilación de datos, claro está, y posterior apropiación debida/indebida de imágenes en la red. Es una magnífica idea.
Como también
podría ocurrir con todos los castillos que, habiendo estado muy cerca de ellos o vistos en la lejanía desde el coche que conducía o desde un vagón de
tren, me ha sido imposible pasearlos porque las condiciones del viaje lo
dificultaban: por culpa de los tiempos, sobre todo por ése que nos permite
medir la duración de los acontecimientos y que a veces o casi siempre es un
tirano; o por la Compañía, la que viene
siempre, o la que circunstancialmente surja en cualquier viaje, decidió que los
movimientos los tenía previamente programados y cambiarlos resultaría complicado; que no todo el mundo tiene el mismo gusto.
Por lo que sea,
pasas cerca y las condiciones no permiten que te detengas; sigues adelante, lo
miras de reojo ahí al lado, o allá lejos, porque si fijaras la vista más de
tres segundos sería posible que te salieras del camino y no volvieras a entrar
en él. No te da tiempo a tirar de cámara para dejar constancia aunque sólo sea
de una imagen, un instante, un oye que yo
pasé a tu lado.
Y en cuanto
puedes, anotas el nombre del lugar, la carretera por la circulas, kilómetro
incluso, para luego mirar un mapa e intentar localizar aquella torre que solo
era un punto muy lejano.
Lo dicho,
cuántos castillos, torres y similares podría aún traer aquí. Aunque sólo sea
una breve reseña, unas frases con datos básicos y unas cuantas fotografías de
otros autores, es evidente, pero dejando en el pie de la foto la página de donde la haya obtenido.
Todo esto se me
ocurrió hace unos días, visitando la villa de Alarcón —de la que aún no he escrito
nada, pero no olvido el deber, un día de estos lo hago—, y comprobé que en una
sola jornada me era muy difícil ver tanto, pasear tantas piedras viejas, lo
que no puede ser, no puede ser; y además es imposible, que decía más
arriba.
Y como aquel
día el tiempo no me alcanzó un último paseo, decidí fingir e imaginar que lo
hacía desde el espléndido mirador sobre el meandro norte del Júcar donde se
levantan las torres de
Los Alarconcillos y de Cañavate. Y allí mismo bauticé la acción: paseo
fingido, pero sin pretender engañarme ni engañar a nadie.
Su definición queda como sigue:
Paseo
fingido
es el aparente recorrido que no se realiza andando por lugar alguno, sino
tranquilamente sentado ante el ordenador, para terminar presentando como real
algo que apenas si lo fue. Es una simulación sin ánimo de engaño, es un no pudo
ser pero hago lo que puedo.
Y no me lo reproches, que quien hace todo
lo que puede no está obligado a más.
Hasta aquí he llegado.