martes, 29 de diciembre de 2020

Vila do Bispo, Sagres, Fuerte de San Antonio de Beliche

De vuelta del Cabo de San Vicente, es obligada una parada en Beliche —mejor a la vuelta, que queda a la derecha de la carretera y así no hay que cruzarla con el coche, ni andando—. Ambos fuertes están muy cerca, a apenas un kilómetro y medio de distancia, y éste último junto a la carretera que nos lleva desde el cabo hasta Sagres. Está por tanto en Sagres, freguesía del concejo de Vila do Bispo —estamos en el Algarve—, y al igual que las demás fortalezas de la zona, ocupa una posición dominante, desde el acantilado donde se sitúa, sobre la playa de Belixe Velho y la porción de mar que controla.
Su nombre completo, y en portugués, es Forte de Santo Antonio de Belixe, o fortaleza de Belixe, y junto a la del Cabo de San Vicente y la de Sagres, forman esa espectacular triada, protectora de la transición sur y poniente de Portugal, que es necesario y obligatorio visitar.
El fuerte, mimetizado en el paisaje, desde la carretera del cabo de San Vicente.

 

EL FUERTE:

No existe certeza sobre la fecha exacta de su construcción, pero debió ser aproximadamente durante el siglo XVI —no se sabe bien cuándo lo fueron sus muros originales, pero algún autor lo remonta al reinado de Manuel I (1495-1521) —, bastante más tarde que su vecino del Cabo de San Vicente, que nos viene del siglo XIII, en pleno Medievo. Lo más probable es que lo fuera durante el reinado de Sebastián I (Lisboa, 20/enero/1554 - Alcazarquivir, 04/agosto/1578); en su puerta de entrada se exhibe el escudo armas de este rey, lo que hace suponer la data de la construcción.

El fuerte se levantó  para proteger las almadrabas  que anualmente allí se situaban en la ensenada del mismo nombre, pues debieron ser productos apetecibles para los piratas. Tanto que, a finales de ese siglo, en 1587, fue tomado y destruido por el corsario inglés Francis Drake; no podía ser otro. En el Museo Británico se conserva un dibujo que detalla aquel ataque.

El escudo del segundo conde de Prado sobre la puerta.

La fortaleza que ahora vemos es la reconstrucción de la anterior, y se construyó en la primera mitad del siglo XVII —las obras terminaron en 1632—, durante el periodo de la Unión Ibérica o Dinastía Filipina (1580/1640), exactamente durante el reinado de Felipe IV, III para los portugueses. En el portón de armas, una placa recuerda que por entonces, el gobernador era C. Luis de Sousa, segundo conde de Prado.

En 1755, el 1 de noviembre, sufrió grandes daños por el terremoto de Lisboa, como no pudo ser de otra manera. Este estado, unido a la tranquilidad de la época, hizo que su interés militar fuera decayendo, para terminar siendo usado como refugio de los pescadores de la almadraba.

Abandonada durante el siglo XIX —en 1840 sólo estaba habitado por un empleado de la Companhia de Pescarias do Algarve— y gran parte del XX, fue recuperada en la década de 1950 por la Dirección General de Edificios y Monumentos Nacionales en el marco de actuaciones con motivo del V Centenario de la muerte del Infante D. Enrique.

Reclasificada la fortificación como posada en 1960, se construyeron edificaciones para adaptarlo como tal —todo el edificio adosado a la muralla que da a atierra, es de nueva factura—, al igual que los lienzos de muralla. Pero el colapso del terreno en 1997, producido por la erosión del acantilado, hizo que se derrumbara parte de la edificación. Por evidentes razones de seguridad, el negocio fue cerrado, y se procedió a la consolidación de las zonas afectadas.

En 2012, el fuerte pasó a posesión del Ayuntamiento de Vila do Bispo, pero sólo por un periodo de 20 años y previo pago de 4.00’00€ al Estado portugués. Se pretendió su reapertura en el 2013 pero, por motivos de seguridad, no se ha llevado a cabo.

 

LOS DETALLES:

Leo en una web portuguesa, que el fuerte de Beliche, que por cierto se encuentra prácticamente colgado del acantilado a una altura de 86 metros sobre el nivel del mar, es un claro ejemplo de la arquitectura militar enmarcada en el estilo marianista —1530-1610, transición entre el Renacimiento y el barroco—, y no soy yo nadie para contradecirlo, así que no lo contradigo.

Consta de dos partes bien diferenciadas: el edificio principal y la muralla coracha que se alarga hasta el borde del acantilado suroeste.

El edificio principal tiene planta irregular, casi un trapecio, siendo su base mayor la fachada que mira al mar, y la menor al interior de la zona del acantilado. Los otros dos, uno también mira al interior del acantilado y el otro a tierra firme, al norte, cerrando por el exterior el fuerte.

Semibaluarte norte

Baluarte central, fusileras orientadas al semibaluarte del norte.

Esa última fachada está conformada por un largo lienzo flanqueado por dos bastiones,  un baluarte a su izquierda y un semibaluarte a la derecha. La edificación continuaba aún más hacia la izquierda, pero el colapso del terreno en 1997 hizo desaparecer parte de la edificación. Los dos bastiones presentan fusileras enfrentadas a distinta altura, para realizar fuego cruzado a posibles asaltantes desde tierra.

Uno de los semibaluartes orientados a levante.

La fachada que se orienta al mar, o sea al este, está flanqueada por dos semibaluartes, donde se disponían las baterías hacia el mar. Uno de ellos, el del norte, está casi desaparecido debido al corrimiento de tierras de 1997.

Baluarte central, al fondo el bastión suroeste, final de la muralla coracha.

Puerta de acceso junto al baluarte central.

El acceso, situado en el baluarte, se realiza a través de arco de medio punto en sillería, cobijado por una antepuerta y protegido con una fusilera; sobre la puerta, el escudo del rey Sebastián I, y bajo él, una placa con la inscripción “reconstruida esta fortaleza, dedicada a San Antonio, Don Luis de Sousa, Conde Prado, gobernando este reino, Año 1632”.

Puerta de entrada, sobre ella el escudo de C. Luis de Sousa.


Puerta antgerior, intramuros.
Segunda puerta, cerrada, que lleva al interior del fuerte.

Desde la puerta se pasa a un vestíbulo descubierto que tiene a la izquierda, tras un recodo, la segunda puerta que nos lleva al interior del fuerte. A la derecha de ese vestíbulo se va a la zona abierta del acantilado, pero que está protegida del exterior por la muralla coracha.

Adosada al lienzo de levante está la capilla de Santa Catarina, cuyo origen se remonta a pocos años antes de la muerte de Enrique I el Navegante (1394-1460) —fue construida por donación del propio rey—. Es de planta cuadrada coronada con una cupulilla, y su forma cúbica recuerda a las celdas de los morabitos árabes —anacoretas musulmanes, semejantes a los ermitaños cristianos—.

Tras el incidente de 1997 y ante el riesgo de que también colapsara el muro oriental en el que se apoya la capilla, se optó por trasladar su retablo barroco a la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en la fortaleza de Sagres.

Muralla coracha, extramuros. Al fondo el bastión suroeste.

Muralla coracha, intramuros. A la izquierda el semibaluarte del suroeste.

La muralla coracha, construida para proteger el acceso al mar, se extiende desde el bastión donde se ubica la puerta hasta una torre rectangular situada en el borde del acantilado, en el suroeste. A esta torre se accede mediante una escalera —antiguamente tuvo un pequeño puente levadizo.

En la zona del acantilado, y desde la puerta de entrada, una camino y después una escalera, conduce hasta el borde del mar; de esta manera se garantizaba la entrada de refuerzos y el abastecimiento de suministros al fuerte, desde el mar, en caso de asedio terrestre.

Entre la torre del suroeste —donde termina la muralla coracha— y el baluarte donde se ubica la puerta, también encontramos fusileras enfrentadas como sucede en la fachada norte.

Es curiosa la diferencia geométrica entre el dibujo de José Sande Vasconcelos y la realidad; parece que su dibujo no pasa de un mero esquema realizado rápidamente y sin ningún criterio realista. Quiero creer que le bastaba con la identificación de los principales elementos y no le era necesario recurrir a la exactitud.

Mi Compañía en la zona del acantilado.


RESUMIENDO:

Nombre: Forte de Santo Antonio de Belixe, o fortaleza de Belixe.
Freguesía: Sagres
Municipio: Vila do Bispo
Región: Algarve.

Tipología: Fuerte costero.
Época de construcción: siglo XVI, pero sin certeza.
Estado: en buen estado de salud. Fue restaurado y “ampliado” en la década de los sesenta del pasado siglo para reconvertirlo en posada. Un corrimiento de tierras en 1997 destruyó una parte de la ampliación y de un bastión del norte.
Propiedad: Pública, municipal, Ayuntamiento de Vila do Bispo, por un período de 20 años; hasta 2.023.
Uso: En la actualidad ningún uso. Está cerrado desde el incidente de 1997.
Visitas: En las dos ocasiones que lo he visitado lo he encontrado cerrado. Sólo era accesible la zona del acantilado
Protección: Está declarado de Interés Público desde el 18/julio/1957. Todo su entorno está declarado como zona no edificable.
La punta de Sagres, allá a lo lejos, desde el fuerte de Beliche.

Calificación subjetiva: 3, o sea, se incluirá obligatoriamente en ruta de viaje, o lo que es lo mismo, se hará todo lo posible en esta vida por visitarlo. Y esto es debido a que las dos fortalezas que lo flanquean, la del Cabo de San Vicente y la de Sagres las califico también con un 3. Así que por extensión, ésta también un 3.
Otras cuestiones de interés: Han quedado dichas más arriba, es decir, los otros dos fuertes de las proximidades, y los paisajes, y las playas y la comida. Algarve, un lujazo.
Cómo llegar: desde la frontera española en Ayamonte, no dejar la carretera A-22 hasta llegar a Bensafrim, a unos 140 km desde España. Desde Bensafrim a Vila do Bispo por la N-125 y desde aquí a Sagres, Beliche y Cabo de San Vicente.





martes, 15 de diciembre de 2020

Vila do Bispo, Sagres, fuerte del Cabo de San Vicente

Vamos hoy al extremo suroeste de la Península Ibérica, aparentemente su punto más occidental, pero no nos llamemos a error que un poco más al oeste están Setúbal y Lisboa, y aún más el cabo de Rochas que, ese sí, es el lugar más occidental.
Ese extremo sur es el cabo de San Vicente, ese punto geográfico en donde el golfo de Cádiz se cierra hacia poniente y que, con Finisterre y el de Gata, parecen estirar la tierra, atirantando el mapa para sujetarlo sobre el mar.
Y en ese punto, tres cositas: un fuerte con faro, unos acantilados espectaculares y un viento que parece no acabarse nunca. De las tres, nos quedamos con la primera, claro, que para eso estoy en ésta mi publicación, mis castillos y cuestiones relacionales. Otros asuntos no tienen lugar, que si lo tuvieran sería un problema, porque faltaría tiempo para contarlos.
En el caso que hoy me ocupa sí puede que haya alguna correlación con otro tema, porque ¿cómo obviar el faro que corona el fuerte? Pues de ninguna manera, porque en cualquier fotografía aparecerá el farol, que dice en Portugal. Además, a esta altura de la historia ya no se entendería el fuerte sin el faro y, como un servidor es ligeramente abierto y tolerante, admito la compatibilidad de ambas edificaciones que, al fin y al cabo, las dos son ojos y vigías del paisaje.
A ver, me centro y me sitúo: cabo de San Vicente, llamado así porque dicen que por estos riscos apareció el cuerpo —imagino que ya cadáver— de un sacerdote español llamado así; no me pregunten de cuál de los trece santos que, con ese nombre, ocupan los altares católicos. Administrativamente pertenece a la freguesía de Sagres, y esta al concejo de Vila do Bispo, que a su vez está en el distrito de Faro (región del Algarve).

Vista de la fortaleza desde el este.

Y aquí vista desde el espacio. Maravilla.

 

EL FUERTE:

Desde antiguo se vio la necesidad de tener protegida esta zona del sur de Portugal, en especial desde la punta de Sagres hasta el cabo de San Vicente. Hasta tal punto que llegó a tener, y aún tiene, tres fuertes en muy corto espacio de costa.


Pero vayamos al principio: este sitio, considerémoslo el Finisterre portugués, fue ocupado originalmente a mediados del siglo XIII, cuando Alfonso III (de Portugal, claro) fundó aquí un hospital para atender a los peregrinos que visitaban el lugar, para orar ante la tumba de San Vicente (¿leyenda?); tiempo después, sus reliquias fueron llevadas a Lisboa.

Ese edificio se amplió por obra de Dinis I (1279-1325) que lo transformó en convento que se conoció como Convento do corvo —Convento del Cuervo—.

Sucesivos reyes donaron a sus capellanes las rentas y derechos del convento, como Fernando I (1367-1383), y después Juan I (1385-1433).

Hasta que reinando Manuel I (1469-1521) y siendo obispo del Algarve Fernando Coutinho, se construyó por orden de éste último, a comienzos del siglo XVI, el fuerte de San Vicente. En principio sólo una torre con faro y una cerca protegiendo la torre y el convento, que aunque pareciesen recursos simples, no dejaban de ser elementos que aludían a la sacralidad del lugar. Sin olvidar la peligrosidad por la presencia ocasional de piratas y la necesidad de guiar en la noche a los navegantes.


En 1514 fue ocupado por la Orden de San Jerónimo y dos años después los sustituyeron los de la Orden de los Frailes Menores. El obispo, en julio de1520, donó a los frailes tierras en las inmediaciones para su cultivo y manutención; y ellos, además de orar y trabajar, mantendrían encendido el faro. Un mes después, esas donaciones fueron confirmadas por el rey.

Durante el reinado de Juan III (1521-1557) se reforzaron sus defensas —se construyó una muralla que cerraba el cabo de mar a mar— ante los temores de ataques de piratas del norte. Ingleses sobre todo, ya se sabe.

Su sucesor, Sebastián I amplió las defensas y el convento, lo que no evitó que, en 1587, el corsario británico Francis Drake, destruyera la fortaleza y el faro, por lo que los frailes se vieron obligados a marcharse, unos a Lagos y otros a Portimao.

En 1580, siendo rey de Portugal Felipe II (Felipe I de Portugal) se ordenó su reconstrucción al ingeniero Felipe Terzi, terminándose las obras en 1606 y volviendo los frailes a ocupar de nuevo el convento.

Años antes de la Guerra de Restauración, hacia 1621, volvieron a ejecutarse obras, sobre un proyecto de Alejandro Massai, que trató de modernizar la fortificación, pues aún existían muros medievales. Incluía ese proyecto foso, puente levadizo, cuerpo de guardia abovedado y un baluarte. Se pretendía aumentar considerablemente la guarnición del fuerte, pues hasta entonces había sido siempre muy escasa.

A la derecha, el único baluarte que se conserva.

Y como no podía ser de otra manera, la fortaleza fue destruida por el terremoto y posterior maremoto del 1 de noviembre de 1755. Menos mal que años después, en 1793, se ordenó su reconstrucción por parte de María I (1777-1816). Dichas obras se realizaron conforme a ideas anteriores por lo que otras soluciones, más modernas, no tuvieron aplicación.

En 1834 se disolvieron las órdenes religiosas y con ello se cerró el convento, quedando todo el conjunto secularizado y abandonado.

La reina del momento, María II (1819-1853) decide —ella o algún allegado— instalar allí un faro, lo que fue un acierto. Toda la fortaleza y sus edificios, incluido el convento, quedaron a cargo de la Secretaría de Marina, y fueron dedicados a las instalaciones y equipamiento del faro.

Entró en funcionamiento en 1846, para quedar muy pronto desatendido y casi abandonado. Pero en 1897 se realizaron obras de restauración para ponerlo de nuevo en funcionamiento, incluyendo el aumento de su altura que pasó de 28’00 a 33’70 metros. Las obras terminaron en 1908.

 Y de nuevo otro terremoto, este en febrero de 1969 —quien esto escribe lo recuerda, que uno ya tiene una edad—, volvió a producirle daños que no fueron reparados hasta 1990.

Mi Compañía junto a la vieja puerta.

 

LOS DETALLES:

El conjunto tiene planta poligonal, conservando del original un baluarte que mira a tierra y flanquea un edificio que fue ocupado por el cuartel del fuerte. De él parte una muralla hacia el oeste donde se abre la puerta de acceso al interior; sobre ella un escudo de Portugal. Desde esa muralla, un parapeto recorre toda la escarpada ladera hacia el sur. Otra muralla, en peor estado, parte desde el baluarte hasta la orilla en el lado norte, descendiendo por la ladera.


A la derecha de la puerta actual de acceso se ve la puerta original. O tal vez la que resultara de las obras del tiempo de María I. La anterior a esta última, según se observa en el dibujo (1790) de José de Sande Vasconcellos, estaba un poco más a la derecha, señalada con la letra A.

Dibujo de José de Sande Vasconcellos

Más hacia el este se observa una plataforma de artillería con parapeto. En el sur, otra batería también con parapeto a barbeta. El resto del recinto, que queda rodeado por un parapeto, apenas si recuerda al original; ni siquiera a lo que resultó de las últimas obras en él realizadas, allá por el final del siglo XVIII.

Vista de las únicas edificaciones originales que se conservan.

Y es que todas las instalaciones que tuvo, tanto para la defensa como para la oración, fueron sustituidas por modernas construcciones que sirvieran para sostener el funcionamiento del faro, por
lo que parece justificable la desaparición de la mayoría de los edificios.

La foto no es mía, que es de algarvehoy.com



RESUMIENDO:

Nombre: Fuerte del Cabo de San Vicente.
Freguesía: Sagres.
Concejo: Vila do Bispo.
Distrito: Faro.

Tipología: Fuerte costero.
Época de construcción: Siglo XIII, y continuas obras de ampliación, remodelación y adaptación a nuevos usos
Estado: En buen estado de conservación lo que del fuerte queda, reformado y adaptado al turismo. El resto, las instalaciones del faro, siguen en funcionamiento
Propiedad: Pública, es patrimonio del Estado
Uso: Turístico; pero sobre todo, sigue funcionando como faro.
Visitas: Libre el exterior; y acceso libre al interior del fuerte. Subir al faro ya es otra cuestión.
Protección: todo el conjunto está declarado Bien de Interés Público desde diciembre de 1961.

Clasificación subjetiva: 3, o sea, que se incluirá obligatoriamente en una ruta de viaje y se hará todo lo posible por visitarlo: por el fuerte, el faro, los acantilados, el viento y los otros fuertes del entorno, Sagres y Beliche.

Otras cuestiones de interés: aprovecho este apartadillo para hablar algo del faro, que es el perfecto complemento de este fuerte.



Ya he dicho que fue mandado levantar por la reina María II de Portugal en 1793, y comenzó a funcionar en 1846, como lo atestigua la placa de la entrada.
Pero ahora viene lo interesante, aunque esté lejos de los intereses de mi casadelatercia, que son los aspectos técnicos, como su tipo de óptica, que era catadióptrica y estaba iluminado con 16 candeleros de aceite y reflectores parabólicos de cobre galvanizado en plata; su frecuencia de emisión de destellos, de luz blanca, era de dos segundos en un periodo de dos minutos, y su alcance rondaba las 6 millas náuticas.



No olvidar que está a unos 86 metros sobre el nive l del mar y su altura original fue de 28 metros.
Tras su restauración y nueva puesta en funcionamiento en el año 1908, su altura se elevó 5’70 metros y cambió la dotación de su óptica: se colocaron lentes hiper radiantes de 1.33 0 mm de distancia focal (de las pocas, y más grandes, del mundo en aquel momento) suspendidas sobre una balsa de mercurio; la rotación se realizaba mediante un mecanismo de relojería.
En principio se le dotó de un candelero, con cinco mechas, de un nivel constante de aceite, que se cambió años más tarde por lámparas incandescentes de vapor de petróleo.
Con este sistema de iluminación, su destello de luz blanca cada 5 segundos tenía un alcance de 33 millas náuticas.
A lo largo del siglo XX se siguieron introduciendo mejoras según las necesidades y los avances de la tecnología, como la instalación de una señal sonora en 1914, la electrificación mediante generadores en 1926 (se conectó a la red eléctrica en 1948) y la conversión a faro aeromarítimo en 1947.


Volvió a ser remodelado en 1960, como conmemoración del V centenario de la muerte del Infante D. Enrique, quedando con la fisonomía que actualmente presenta.
Fue automatizado en 1982 y desde él se telecontrola al vecino faro de Sagres.
Su alcance actual es de 32 millas náuticas mediante un destello de luz blanca de 0’1 segundo cada 5 segundos.


Dónde está:


martes, 1 de diciembre de 2020

Torremejía, torre de Torremejía o casa-palacio de los Mexía.

Torremejía es un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz que dejas a derecha o izquierda según sea el sentido que lleves cuando circulas por la Vía de la Plata. Menuda obviedad.
Antes, la carretera nacional te obligaba a pasar por él; después, o sea ahora, la autovía actual te obliga a pasar de él. Así que si se quiere ver el palacio de los Mejías y su torre, hay que salir de la autovía y entrar en el pueblo.
Y eso hice en dos ocasiones:
La primera fue allá por 2007 y aún no tenía en proyecto lacasadelatercia, así que me limité a hacer algunas fotillos y tomar un café en el establecimiento hotelero instalado en el palacio —albergue para peregrinos del Camino de la Plata—. Le solicité al hospedero u hospitalero —en la jerga de los caminantes—información o algún folleto del establecimiento en el que se dijera algo del edificio, pero el buen hombre no disponía de ninguno, y se limitó a enseñarme una página de la carta del restaurante donde se habla de una leyenda sobre la construcción de la torre y el palacio.
La segunda fue hace unos meses y para mi no sorpresa, encontré el albergue cerrado —octubre de 2020, pandemia del coronavirus—. Esta vez paseé con tranquilidad el entorno y repetí fotos. Observé que aquello, en trece años, había cambiado poco, o nada.



Torremejía es un pueblo que, como todos, remonta su origen a tiempos remotísimos, pues de un pasado lejano son los restos encontrados —fragmentos de cerámica, hebillas, hojas de espada, puntas de flechas y lanzas, etc.— que parecen evidenciar asentamientos humanos por los alrededores, como el poblado de Araya y el de la Palanciana.
Pero si se quiere encontrar un punto en la historia desde el que partir, lo situaremos durante la dominación romana, cuando la proximidad de la ciudad de Mérida y la Vía de la Plata, hicieron de este lugar un pequeño asentamiento para posada y posta de viajeros y legionarios, a la vez que un baluarte desde el que defender de bandidos a los caminantes que transitaban esa calzada.

El camino siguió existiendo a pesar de que ya los romanos no andaban por aquí; y también perduró su uso, que se recobró en la Edad Media con la transformación en una ruta Jacobea. De esta manera la población no perdió importancia y siguió sirviendo y acogiendo a viajeros y peregrinos.
Estos territorios —Cáceres, Montánchez, Badajoz, Elvas, Mérida— fueron reconquistados por Alfonso IX de León entre 1229 y 1230, que murió ese año cuando se dirigía a Santiago de Compostela para dar las gracias al Apóstol por sus victorias. Sería su hijo Femando III, el Santo, quien continuaría con la racha de triunfos.
Torremejía, o lo que entonces fuera, queda en poder de la Orden de Santiago y adscrita a la por entonces provincia de León, no formando nunca encomienda de la orden, como sí lo fueron muchas de las poblaciones vecinas. Sus tierras estuvieron incluidas en la encomienda de Mérida.

En primer plano la torre, al fondo la iglesia parroquial.

Pero a ciencia cierta hemos de decir que se desconoce la identidad del fundador de la villa, si es que realmente fue una sola persona quien lo hizo.
Hay autores que señalan a Diego García Torres y Mejía como beneficiario de la cesión por parte real del señorío que incluía estas tierras, dando por bueno este acto como hecho fundacional del pueblo; corría el año 1480.
Otros autores, sin embargo, adelantan la fecha de fundación hasta 1370 y se la atribuyen al 21º Maestre de la Orden de Santiago, Gonzalo Mejía, que lo fue entre los años 1369 y 1371. Es por tanto en esos años cuando se supone que, también, se construyó la torre.

El lugar pasó a denominarse, como tantos otros, con el nombre del señor, y en este caso como el de su fundador y quien ordenó construir el bastión que, en principio, se elevó solitario junto a la Vía de la Plata y, más tarde, sobre el caserío que se fue levantando y creciendo a lo largo del tiempo: Torre de los Mejía o Torre Mejía, topónimo que se reafirmaría con el tiempo.
Y como si no fuera suficiente con nombrar al pueblo de ese modo, la torre se perpetúa en el escudo municipal junto a las fajas en azur de los Mexía.
Claro que también puede suceder que Diego García Torres Mexía fuera descendiente de Gonzalo Mejía y ejecutara obras de ampliación, reforma y ornato en la torre y en el palacio, y de ahí la confusión y duda. No le demos más vueltas al asunto.

Y de ahí nos vamos hasta el momento de la invasión francesa, que en este pueblo fue algo más que relevante:
Las tropas francesas arrasaron la villa, la incendiaron y destruyeron casi todo el caserío, saquearon el ayuntamiento y destruyeron los archivos municipales. Lo normal en aquella gente.

Y otro salto más, esta vez hasta mediados del siglo XX, exactamente hasta 1942, que es cuando se publica la novela La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, en la que se cuenta la tremenda historia de un campesino del lugar —lugar que no se nombra pero se reconoce— a la vez que plasma de manera natural, violenta, sórdida y desgarradora el ambiente, el paisaje y el paisanaje de la Extremadura más extrema, anterior a la guerra Civil.


LA TORRE, EL PALACIO:

Los dos edificios, perfectamente diferenciados a pesar de estar unidos, son, sin duda, la construcción civil más atractiva de la villa. Levantados en el lado oeste del casco urbano, junto a la iglesia parroquial de la Purísima Concepción, forman, junto a ésta, un peculiar y sugerente rincón.

La torre desde el noreste.

Por un lado la torre, que fue edificada hacia 1370 por Gonzalo Mejía, aunque haya autores que posponen esta fecha hasta 1480, que es la oficial como fundacional del pueblo y atribuida a Diego García Torres y Mejía. Por lo que es probable que esta última datación sea la correspondiente, también, a la casa palacio.
Y si hay disparidad y desacuerdo en las fechas, también la hay en el nombre:
Leo en la red que a la torre se la llamó de los Mojicones —palabra que en mi pueblo siempre estuvo referida a un sopapo, torta o cachete; o al menos así siempre la utilizó mi madre—, pero también de los Mojinetes —entendiendo por mojinete el vuelo de la cubierta sobre el caballete de un muro y que define las vertientes de la misma—. Sea lo que fuera, no he encontrado explicación sobre el origen de esta denominación a la torre.

Por otra parte, la casa ha sufrido reformas con el paso de los siglos, sometiéndose a las tendencias artísticas de cada momento. Por suerte, durante la guerra de la Independencia no sufrió desperfectos, tal vez porque sirvió de alojamiento a algún oficial francés. Demos gracias esta vez.

Fachada norte del conjunto.


LOS DETALLES:

La torre es una construcción pequeña, de planta cuadrangular, construida enteramente de mampostería, con algunos sillares en las esquinas, y en jambas y dinteles de los huecos.
Se desconoce cuál fue su altura y cómo estuvo rematada, si con terraza y almenas, con balaustrada o con tejado a dos o cuatro aguas. Su estado actual no permite afirmar ni aventurar nada.
Y los detalles arquitectónicos que aún permanecen tampoco pueden aportar mucho:
una aspillera en el muro norte, otra en el del oeste, y sobre ésta última una vano bajo un arco de medio punto de ladrillo.

Fachada trasera —suroeste—; a la izquierda la torre.

La fachada suroeste es la más compleja: sobre una puerta, cerrada con una reja, y a cierta altura, un hueco que bien pudo ser la entrada a la torre. A ella se accedería mediante una escalera de madera, una pasarela provisional o un patín del que no queda huella alguna. Como en tantas torres, se dificultaba el acceso mediante una puerta a algunos metros del suelo. Tanto la primera puerta, la que está a ras del suelo, como un hueco de ladrillo en arco de medio punto que se abre a su lado, bien pueden ser de ejecución muy posterior.
Frente a ella debió tener una camisa, pues queda aún en pié un arco flamígero de piedra y el arranque de un muro que así lo hace suponer.

Puerta principal del palacio.

El palacio, que queda unido al vértice este de la torre por la esquina oeste de aquel, es de planta rectangular, y está realizado en mampostería con sus correspondientes esquinas en sillares de granito.
Tiene dos alturas, y su fachada principal se orienta a levante, donde se abre la puerta principal y ocho ventanales enmarcados en sillares de granito, cuatro por planta.
La portada es obra de 1525, o al menos así está escrito en la filacteria que rodea el escudo central sobre la puerta:

IMP CAROLL V REGIS HISPA AÑO MD XXV 
(Emperador Carlos V Rey de España año 1525)

Detalle de la ornamentación de la puerta.

La puerta queda enmarcada entre dos contrafuertes rematados por sendos pináculos a los que se adosan unos bancos. El arco es de traza escarzana y todas sus dovelas, salmeres y clave incluidas, están cargadas con una venera —recuerdo-firma de que su constructor, Lope Becerra, fue comendador de la Orden de Santiago—. A los lados del arco, dos adornos florales; y sobre él, el escudo de armas del tal Lope, en granito, escoltado por cuatro aras romanas empotradas en el muro. Toda la portada se enmarca en un alfiz decorado de perlas y puntas de diamante, alternadas.
El escudo superior.

Sobre el alfiz, otro escudo de mármol blanco remata el conjunto.
Junto al contrafuerte de la derecha, empotraron en el muro los restos de tres estatuas romanas de mármol blanco que, aparentemente, están en buen estado de conservación. Su ubicación parece impropia, pero no por ello sería aconsejable extraerlas; su singularidad obliga a su permanencia.
Y como no hay dos sin tres —las cuatro aras y los tres bustos—, encontramos en la fachada oeste otro trozo de mármol blanco empotrado, esta vez mucho más pequeño, que parece representar la pata de un animal.
Todo ello parece ser el fruto de un afán coleccionista por parte de los dueños. Al menos puestos ahí se han conservado los objetos.

Los tres bustos empotrados junto a la puerta.


Sobre la leyenda que más arriba refería, ésta viene a contar que:

"Tras el sepelio de Felipe el Hermoso en tierras burgalesas, La Reina Juan i de Castilla ordena exhumar el cadáver de su amado marido y durante ocho fríos meses, en lacónica procesión y en compañía de religiosos, nobles, damas, soldados y sirvientes, busca por tierras castellanas donde dar sepultura a su amado.
No encontrando lugar digno para albergar el cuerpo del hombre que ama hasta la locura, toma dirección al sur por la Vía de la Plata para trasladarlo hasta Granada.
el cortejo fúnebre siempre viajaba de noche y la Reina no se separaba ni un sólo momento de la cabeza del féretro. teniendo conocimiento los Señores de Mexía que se aproximaba el cortejo, mandaron de inmediato levantar un palacio junto a su torre para que sirviera de albergue a tan regio acompañamiento.
Para la construcción de este palacio y dada la premura de tiempo, se utilizaron todos los materiales que encontraron a su alrededor, piedra, barro, estelas romanas, incluso magníficas estatuas, capiteles y columnas de mármol que se encuentran enterradas entre sus muros.
Hoy, quinientos años después, se puede oír en el silencio de la noche, los llantos de la Reina Amante, y sentir el gran amor que para siempre quedó encerrado entre los muros de este palacio."


RESUMIENDO:

Nombre:       Torre y casa palacio de los Mejía, los Mexía o de Torremejía.
Localidad:   Torremejía
Municipio:  Torremejía
Provincia:    Badajoz

Tipología:   Torre, casa fuerte.
Época de construcción:  hacia 1370, la torre, aunque hay autores que retrasan esta fecha hasta 1480.
Estado:   Dado el uso encomendado al palacio, es evidente que su estado es mucho mejor que el de la torre, la cual se encuentra en un estado de ruina progresiva, y sin atisbos de contener el proceso. No termino de comprender la gran diferencia entre la atención dada a uno y otro edificio. Urge una actuación sobre la torre que, al menos, salve lo que queda.
Protección:  Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.

Algunos no están dispuestos a ser civilizados.

Propiedad:  Pública, aunque desconozco si municipal o autonómica. El Albergue está gestionado por la Junta de Extremadura.
Uso:  Actualmente, la torre está desocupada y abandonada; y el palacio es albergue incluido en el Camino de la Plata.
Visitas:  La torre está cerrada —supongo que permanentemente—.
La casa también lo estaba cuando la visité, pero el momento —octubre de 2020— obligaba a ello; en circunstancias normales es de acceso libre.

Clasificación subjetiva: 2,  o sea, que si se pasa cerca y se va con tiempo pues se acerca uno a verlo. Es decir, que se incluirá en una ruta de viaje pero no pasa nada si luego no se visita.
Pero al estar tan cerca de la Vía de la Plata, merece la pena emplear algunos minutos en pasear el conjunto. Es cosa de uno momento.
Otras cuestiones de interés: frente a la torre se levanta la fachada principal de la iglesia parroquial de la Purísima Concepción —finales del XVI, principios del XVII—.
Cómo llegar: Desde Mérida, capital de Extremadura, tomar la A-66 o E-803, en sentido Sevilla, y a pocos kilómetros, y perfectamente señalizado, el desvío para Torremejía. Una vez en el pueblo es fácil llegar hasta la torre.