martes, 31 de enero de 2017

Alarcón, villa fortificada

 Cuando te aproximas a Alarcón, cuando ya estás cerca, entra de golpe en los ojos el impresionante paisaje, los meandros que el Júcar regala, las penínsulas que forman, y en ellas cada una de las torres, murallas y castillo que lo custodian y decoran.

 Y compruebas complacido que es tal y cual lo habías imaginado, que ni las fotos ni tu conocimiento te han engañado. Quisieras permanecer ahí, quieto, llenándote de tanta luz de postal, y a la vez avanzar con ansiedad para verlo todo ávidamente, abarcarlo desordenadamente.

 Entonces eliges quedarte para comprobar que Alarcón es no sólo un pueblo, sino toda una sorpresa. El que escribe lo conocía, como tantos otros, muchos, lugares de España y del mundo, por fotografías y documentales en televisión, pero nunca en vivo y en directo, y de ahí lo de sorpresa: de pronto ha aparecido, pasado un repecho de la carretera, justo a la derecha, y todo se ha convertido en algo inmenso y profundo; todo es ya el meandro, los meandros, más hermoso que pueda verse si es que hasta ahora no se ha visto aquel que está al norte de mi tierra, el del Melero en las Hurdes.

 Así que ante el caos que prevés se avecina, mejor pones calma y equilibrio: empezar por el principio, y seguir el protocolo que te has marcado para cada una de las páginas de tu casadelatercia, por lo que, mientras recreas la mirada en tan bello cuadro, tiras de notas de la red y comentas con la Compañía pasajes de la historia del lugar y cosas así, para entrar en calor y prepararos para lo que vendrá.


Leemos que Alarcón es de origen romano; dicen que fue allá por el siglo V cuando el rey Alarico II lo refunda, y de él es posible le venga el topónimo.

Con los árabes se llamó Al-arkum, la Fortaleza, y alcanzó cierto esplendor cuando dependió de Córdoba. Disuelto el Califato, estuvo bajo la taifa de Toledo, siendo una de las fortalezas más inexpugnables de ese reino; fue refugio del príncipe toledano Mohamed Al-Feheri, el Ciego —aunque cuentan que fingía su ceguera—, y también lugar de su muerte en el 785.

Con los cristianos se convirtió en un señorío con fuero propio —Comunidad de villa y tierra— y dominio en un amplio territorio. Había sido conquistado en 1184, por obra y gracia de Hernán Martín de Ceballos, capitán a las órdenes de Alfonso VIII, que lo asedió durante nueve meses, y asaltó personalmente el castillo armado sólo con dos dagas, en las cuales se apoyó para escalar sus muros, abriendo así paso al resto de sus soldados. Agradecido por ello el Rey, le concedió el privilegio de tomar como apellido el nombre de la villa, pasando a llamarse Martín de Alarcón.

Diez años después, 1194, la villa es donada a la Orden de Santiago, que funda un hospital para peregrinos.

Alfonso VIII residió en Alarcón durante un año —1211—, preparando la batalla de las Navas de Tolosa —16 de julio de 1212—.

Recordando a don Juan Manuel: "A quien por codicia su vida aventura, sabed que sus bienes muy poco le duran". Y el texto está junto a unos cubos de basura, con rima y doble sentido.


A principios del siglo XIV la villa y sus tierras pasaron al infante Juan Manuel, sobrino de Alfonso X, que las recibió de Fernando IV. Restauró el castillo, reforzó sus murallas y construyó todas las torres exteriores. Además lo convirtió en su residencia, siendo el lugar donde escribió gran parte de su obra.

Sigue el infante por las calles del pueblo.


A la muerte de don Juan Manuel, Alarcón volvió a la Corona, para ser donado a principios del siglo XV a Juan Pacheco, marqués de Villena. En la segunda mitad del siglo XV, fue el centro de la oposición de su propietario a los Reyes Católicos —estos pretendían reducir el poder feudal, a costa, claro está, de quitárselo a los señores feudales; además de que los Villena habían tomado partido por la Beltraneja—. El marqués de Villena perdió casi todas sus posesiones, siendo Alarcón una de las cuatro villas de las que siguió siendo propietario.

Ante la imposibilidad de tomar la fortaleza de Alarcón por parte de la Corona, y con tal de terminar con el conflicto, ambas partes accedieron a la firma de un acuerdo.

 

Esa imposibilidad se comprueba, primero, observando con deleite el promontorio donde se alza y el río que lo abraza —el gran foso que la protege— y los estrechos pasos por los que se accede a su interior.

Y después, recorriendo todas sus defensas, un sistema único que, en cierto modo, ha ayudado a que permanezca inalterada durante siglos. Sin duda fue uno de los mejores conjuntos fortificados de la península Ibérica, en los que se unió la topografía del terreno con el conocimiento de la arquitectura militar de sus constructores.

A la villa la rodean tres líneas de murallas consecutivas, con cuatro puertas por el sur y otra más por el norte; además de torres junto a esas puertas y otras dos más, ligeramente alejadas a la vez que muy próximas.

El primer recinto lo forman la Torre del Campo y la muralla coracha que de ella parte. Esa muralla, en la que se dispone la Puerta del Campo, baja por la ladera sur del cerro para cerrar el istmo que une a tierra el peñón donde se levanta Alarcón . La torre se levantó para cumplir la función de ser protectora de la puerta de este primer recinto, pero bien podríamos decir que es un castillo: torre, patio de armas y muralla. Así que le dedicaremos una entrada a ella sola.

 A continuación, apenas unos metros más adelante, está la Puerta del Calabozo o de Enmedio — de en medio porque está entre el primer y el tercer recinto— con su correspondiente torre; y más adelante la tercera, la Puerta del Bodegón o de la Bodega, que no tiene torre pero sí tiene el castillo a su lado para defenderla. Con esta puerta se cerraba el tercer recinto por el sur de la villa.

 La Muralla Sur termina con la Puerta de Chinchilla o de Las Moreras, por la que se accedía desde el Puente de Picazo.

 De la Puerta del Bodegón, y rodeando el castillo por su derecha, parte la Muralla Norte, que llegará hasta el otro lado del río donde se abre la Puerta del Río, y desde ella al Puente del Henchidero, de Cañavate o de Tébar.

Ese puente une la primera península con la otra más al norte donde se levanta la Torre de los Alarconcillos, hermosa, original y solitaria. Y hacia el oeste, y cerrando el istmo de esta segunda península, de manera simétrica a la torre del Campo, vemos muy lejos la Torre de Cañavate, también con su muralla coracha que antes bajó hasta el río y que hoy, muy mutilada, carece incluso de su puerta.

Y por último el castillo. Punto.

Mi Compañía.

Esta es la ruta que hoy me dispongo a pasear, que comienza con la solitaria y esbeltísima torre del Campo y espero termine en su gemela de Cañavate. Y en medio, además de todo lo ya anticipado, la villa de Alarcón, pequeña pero intensa; poco tiempo por delante, me parece, para tanto paseo.  


nota:
error, he rotulado las fotos con fecha del año 2015, cuando la visita la realicé en 2016.


RESUMIENDO:

Nombre:
         Conjunto fortificado de Alarcón.
Municipio:    Alarcón
Localidad:    Alarcón
Provincia:    Cuenca

Tipología: Conjunto fortificado, castillo, murallas y torres.
Época de construcción: siglos IX al XIV
Estado: En muy buen estado conservación.

Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
En 1981, 3 de junio, fue declarada la villa conjunto Histórico Artístico.

Clasificación subjetiva: 3*, o sea, que no hay que perdérselo bajo ningún concepto, o lo que es lo mismo, hay que verlo antes de morir:
Visitas: Totalmente libre el paseo por el pueblo y sus murallas —entrar en las torres no es posible—, y el acceso al castillo, actual Parador de Turismo, también.

Otras cuestiones de interés: Un paseo por el pueblo, admirar las iglesias de Santo Domingo de Silos, de la Santa Trinidad, de Santa María y la de San Juan Bautista, donde se encuentran las Pinturas Murales de Alarcón, pintadas en 1994 por Jesús Mateo. Y descansar la mirada desde cualquiera de sus miradores.

Cómo llegar: Desde la N-III, entre Honrubia y Motilla del Palancar, tomar la CUV-8003. Y desde la A-3, en Atalaya del Cañavate, tomar la CUV-8241 y en Tébar la CUV-8307, hasta Alarcón.





martes, 24 de enero de 2017

Cuenca, castillo y murallas



Qué difícil es escribir sobre lo que hoy quiero escribir. Y es que como este blog va sobre castillos se supone que he de atenerme estrictamente a ese tema, aunque casi siempre haga alguna incursión sobre la historia del lugar —una razia por su pasado— para sentirme, mientras escribo, un poco más en ese lugar. Y de paso el lector, si es que existe algún lector de mi Casa de la Tercia, pueda así situarse ligeramente sobre el pasado del lugar.
Decía que hoy me va a ser difícil escribir sobre mi monotema porque se trata de la ciudad de Cuenca, y a priori da la sensación que va a ser complicado evitar otros elementos y otras perspectivas de la ciudad, para centrarme sólo en las piedras de la fortificación.

Porque Cuenca es mucho pasado y mucha piedra; un gran paisaje, un inmenso espectáculo visual en el que los restos de su castillo y sus murallas apenas son una postal más de las muchas que te regala la ciudad.
Bueno, dejémonos de vaguedades que me estoy liando y entremos en harinas. Voy con un repaso rápido a la historia de la ciudad para situarnos.

Hay datos confusos sobre su fundación, pero parece acertado partir de finales del siglo VIII, cuando la población conocida como Qunka o Kunka y perteneciente a la cora de Santaver —la cora era una división comarcal del Califato de Córdoba—, que con el tiempo llegó a convertirse en capital de la misma.
A la caída del Califato, allá por el 1031, se integró a la taifa de Toledo.
Pero he ahí que el 23 de octubre de 1086 el rey de la taifa de Sevilla Al Mutamid derrota en Sagrajas a Alfonso VI; y es que el pobre estuvo durante toda la batalla preguntándose ¿pero Rodrigo dónde está? Esta victoria envalentona al moro que aprovecha el desconcierto y se adueña de Cuenca.
En 1091 los almorávides atacan Sevilla y Al Mutamid pide ayuda a Alfonso, que se la da, pero a cambio recibe éste la guarda y custodia de Cuenca. Primera reconquista de la ciudad.
Tras la batalla de Uclés —precioso lugar de la provincia— el 29 de mayo de 1108, Cuenca vuelve a manos musulmanas.
Habrá que esperar hasta el 21 de septiembre de 1177, cuando Alfonso VIII el de Las Navas, eso sí ayudado por Alfonso II de Aragón, reconquiste definitivamente la ciudad. La dota de fuero especial y constituye una sede episcopal seis años después, construyendo sobre los restos de la mezquita, la que fue primera catedral gótica de Castilla. Y además le da el título de “Muy Noble y Muy Leal”. Al que habría que añadir en 1257, el título de ciudad por parte de Alfonso X.
Durante los siglos XIV y XV la ciudad crece extendiéndose hacia el sur, la parte más baja del enorme cerro rocoso donde se asienta.
Durante la Guerra de Sucesión —de 1701 a 1713—, la ciudad optó por el bando del que sería el ganador, Felipe V, que la recompensó añadiendo los títulos de “Fidelísima y Heróica”.
El siglo XIX no le sentó muy bien a la ciudad, pues durante la Guerra de la Independencia fue saqueada nueve o diez veces, más otras dos durante la Tercera Guerra Carlista. Un desastre.
Y el siglo XX le fue como a casi el resto de las ciudades españolas: Segunda República, Guerra Civil, incendios de edificios religiosos, pillajes, etc. Lo normal del momento.
Hoy ya es otra cosa:
“Paisaje Pintoresco” desde 1963 y Patrimonio de la Humanidad desde el 7 de diciembre de 1996.

Y de la historia de la ciudad paso al castillo que, como debe ser aunque no ocurra siempre, se construyó en el punto más elevado y estratégico de la montaña. En el caso de Cuenca, en un estrecho y elevado istmo donde, y desde el cielo, parece que casi se tocan el río Júcar y el Huécar.
Y la cosa sucedió como así:

—fueron los árabes sus constructores, allá por el siglo IX;
—lo reconquistó definitivamente Alfonso VIII;
—los reyes Católicos mandan demolerlo como hicieron con otras muchas fortalezas, a fin de terminar con el poder y deslealtad de algunos señores feudales —en este caso con los Hurtado de Mendoza—
—la Inquisición, en el siglo XVI y durante el reinado de Felipe II, lo remodeló a su gusto y necesidades;
—y los franceses —siempre los franceses— lo casi reventaron, al igual que la mayoría de edificios que abandonaban al final de la Guerra de la Independencia; razón esta última por la que apenas nos han llegado restos de él, aunque sí los suficientes para interpretarlo.
Torre, puerta y puente de acceso

Me sitúo extramuros, al principio de la que llaman calle Larga, frente a la que fue su puerta principal y una de las nueve que tuvo la ciudad, incluidos los postigos, conocida hoy como Arco de Bezudo. Es de medio punto y está retranqueado en la fortificación, por lo que parece más protegido; sobre él un escudo con toisón, y otros dos más pequeños; todos ellos de época renacentista.

El arco de Bezudo, intramuros. Por ahí descansa mi compañía.

Intramuros, el arco presenta actualmente un aspecto lamentable.
Lo que hoy vemos de él es el resultado de su restauración en el siglo XVI.
Antes de acceder por el arco, hay que superar un foso que hoy está ajardinado y se salva con un cómodo puente de dos arcos. El castillo también tuvo hacia el sur otro foso que lo aislaba de la ciudadela y que junto a los cortados de ambas hoces, le hacía inexpugnable.

 A derecha del arco, en dirección norte y hacia la hoz del río Júcar, lienzos de muralla entre tres cubos en buen estado; a la izquierda una potente torre a la que sigue el actual Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Pero que antes tuvo otros usos como sede de la Inquisición desde su construcción entre 1575 y 1583; cuartel de las tropas napoleónicas y también después, durante las guerras carlistas; cárcel a partir de 1890 y hasta los años sesenta del pasado siglo; y desde entonces, restaurado y acondicionado para su nuevo y último fin.
A la izquierda el actual archivo Histórico provincial

También contó el castillo con otra puerta al exterior, la de la Sierra o de Bad-al Jabal, hoy desaparecida.

Pues esto es lo queda del que fuera castillo de Cuenca, cuya solidez por inconquistable, está hoy reducida a lo que eufemísticamente se denomina ruina consolidada.
Además también resisten restos de la muralla que la rodeó, pero como Cuenca es tanto y el tiempo dedicado a visitarla fue tan escaso, que ignoré lugares y dejé atrás sin pasear su muralla. Imperdonable olvido.

Una muralla que se cerraba hacia el sur, justo en la desembocadura del Huécar, donde se situaba la puerta que fue conocida como la del Alzázar o de Bad-Al Jaraz, y una vez cristianizada la ciudad pasaría a ser de Santa María y más tarde de San Julián.



La alcazaba desde la plaza del Carmen
 Era en la parte sur de la ciudad donde estuvo el alcázar, del que apenas quedan vestigios. Los pocos que resisten son visibles desde la plaza del Carmen o desde la Torre de Mangana —de la que también habrá que hablar—.
Después de la Reconquista, esta zona de la ciudad fue en la que se concentró la población musulmana que siguió residiendo en Cuenca.

Mirando al Júcar, la puerta de San Juan, que al exterior la conforma un arco ojival de sillería. Se llama así por estar al lado de la iglesia de San Juan, pero antes de los cristianos se llamó de Al Jaraz o de la Esquila, por ser la que utilizaba el ganado para salir de la ciudad e ir a pastar a las orillas del río. De ahí la leyenda:
Los caballeros de Alfonso VIII, aprovechando esta costumbre, se cubrieron con pieles de carnero y engañando a los centinelas consiguieron entrar en la ciudad y tomarla.

Me debo otra visita a Cuenca, por lo de la muralla y por un par de cosas más que me dejé olvidadas. Y mi temor del principio no se ha cumplido: he escrito estrictamente sobre el castillo y la muralla.

Nombre: Castillo de Cuenca y murallas.
Municipio: Cuenca.
Localidad:
Provincia: Cuenca.

Tipología: Castillo medieval.
Época de construcción: hacia el siglo IX.
Remodelaciones: En el siglo XVI por la Inquisición. Recientemente se ha consolidado y ejecutado excavaciones y limpiezas a fin de ponerlo en valor y hacer paseable los pocos restos visibles.
Estado: Se podría decir que su estado es de ruina consolidada, aunque de buen aspecto. 
Propiedad y uso: Público; su uso es meramente turístico (mirador) y cultural.
Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
Visitas: Libre acceso. Al adarve que queda se llega mediante unas modernas escaleras metálicas.

Calificación personal: 3, o lo que es lo mismo, se hará todo lo posible por visitarlo.
Pero porque forma parte de un todo que merece cinco estrellas, y eso no está en mi baremo. Fuera de contexto, quizá un 2.
Otras cuestiones de interés: la ciudad entera.
Cómo llegar: cójase un mapa o pregúntese a un GPS, que es una ciudad y necesita de pocas explicaciones.

martes, 17 de enero de 2017

Gatica-Gatika, castillo de Butrón

Es Vizcaya un territorio en el que proliferan numerosas edificaciones, más o menos del Medievo, de carácter militar: torres más o menos señoriales, casas fuertes más o menos palaciegas, algún castillo netamente medieval, como el de Muntañones, un bello puente fortificado en Valmaseda y dos encantadores castillos neogóticos del siglo XIX que nada tienen que ver con el resto . De uno de estos dos últimos ya he dado cuenta en esta mi Casa de la Tercia, el de Eugenia de Montijo en Arteaga.

(de hoteles.net)

El otro encantador castillo es el de Butrón, Butroeko gaztelua —condescendencia personal que hago hacia los de aquellos lugares—, y al igual que el de Arteaga —léase la entrada sobre él en este blog— “tiene la característica, a mi entender, de que gusta más a quienes no  han profundizado mínimamente en este submundo". Y es que su espectacularidad, la profusión de bellos, y casi siempre no acertados detalles, hacen que cualquier espectador se enamore de ellos a primera vista. Pero sobre todo es por su aparente buen estado, debido a su juventud. Aunque también puede suceder con otros más antiguos que tengan alguna de esas características; como el Alcázar de Segovia, Olite o Coca, que son apuestas seguras en este sentido.

Pero el caso de Butrón es distinto: su visión, su traza majestuosa y decadente, siempre producirá un gesto de admiración, seas o no un erudito castellológico, ames más o menos estos monumentos o, simplemente, suelas omitirlos en tu vivir diario.

Para resumir y terminar ya este introductorio, aplico aquí lo mismo que escribí sobre el de Arteaga: “…y es que a esta torre y alrededores le falta edad y le sobra brillo. Lo que no quita que se mire y se pasee con calma y gozo.”


EL LUGAR:

Este castillo se encuentra en el término municipal de Gatica-Gatika —población de la que apenas encuentro información en la red—, en el barrio del mismo nombre, Butrón.

Se levanta en un recodo del río, junto a un rebalse construido a modo de foso, sobre una imperceptible loma en la falda de la colina de Mendichu, y rodeado de un espeso bosque, semioculto y melancólico, que hace aumentar más el misterio y romanticismo que la edificación transmite.

Tan espeso es el bosque, que a veces impide ver el castillo.

 

EL CASTILLO:

Se llama de Butrón y su origen, a pesar de la imagen resultante de una profunda remodelación decimonónica —mejor dicho, nueva construcción—, es medieval. Por entonces —siglo XI—, edad Media, en este lugar hubo una torre que perteneció a los Butrón. Era una casa-torre característica de esta tierra, levantada sobre otra que fundara el Capitán Gamíniz en el siglo VIII, en la anteiglesia de Gatica.

(de porsolea.com)

La casa torre se transformó en el siglo XIV en castillo y fue residencia de la
familia Butrón que por entonces ejercían gran poder, incluido el militar, en esas tierras. Su apariencia debió recordar al actual castillo de Muñatones, tanto en su estructura como en tamaño.

Así era a principios del siglo XIX, muy parecido a Muñatones.

El reinado de los Reyes Católicos transformó el uso de estas edificaciones, que dejaron de tener un carácter netamente guerrero para pasar a ser más residenciales, convirtiéndose en la vivienda habitual de los nobles.

Y así era su estado poco antes de su profunda rehabilitación (de gatica.net)

Misma época de la foto anterior, pero desde su fachada oeste (de todocolección,net)

En 1878, siendo propietario de las ruinas del viejo castillo, Narciso de Salabert y Pinedo, Marqués de La Torrecilla y acaudalado terrateniente, mandó edificar sobre aquel otro castillo, pero ahora algo más exótico y semejante a los que en Centroeuropa se habían levantado por entonces. Así que permitió que el arquitecto Francisco de Cubas y González-Montes —Marqués de Cubas y autor del proyecto de la Catedral de la Almudena de Madrid—, dejara correr su imaginación e inventara formas, combinara gótico con romántico y fantasía con poca realidad, consiguiendo un resultado visualmente muy atractivo pero muy poco práctico como morada.

Fachada principal desde el noroeste.

La obra se desarrolló lentamente —las rentas del marquesado no debieron ser generosas—, terminándose a principios del siglo XX, con Andrés Avelino de Salabert y Arteaga como marqués titular. Este último vendió el castillo al duque de Medinacelli, que a su vez lo enajenaría a la duquesa de Cardona.



Fachada trasera, oeste con el portillo.

Enseguida, el edificio se mostró incómodo y poco confortable, dada la escasa amplitud interior de las torres, la laberíntica comunicación entre los espacios —más propia de un edificio militar que de otro residencial— y la limitada funcionalidad de muchas dependencias. Hasta tal punto que nunca fue habitado de forma fija y continuada. Seguramente no fue concebido pensando en ser un lugar residencial, sino más bien una sencilla y honesta extravagancia.

En 1989 fue adquirido y rehabilitado por una empresa de Bilbao que pretendía instalar allí su sede social, y también la de la recién creada “Asociación de Amigos del Castillo de Butrón”, con la consiguiente finalidad de realizar allí eventos culturales y otros.

Actualmente es propiedad de una empresa inmobiliaria que lo tiene puesto a la venta.

 

LOS DETALLES:

Este castillo es una exagerada combinación de la arquitectura militar gótica española y los estilos dominantes en Europa en aquellos momentos, con el resultado de una preciosista construcción de piedra labrada muy trabajada, y numerosos detalles que otorgan al edificio una grande y singular belleza.

Se levanta sobre una planta ligeramente rectangular que se orienta, en su fachada principal, hacia el este, que es donde se abre la entrada principal.; en la fachada opuesta, la orientada al oeste, se ubica una segunda puerta, técnicamente un portillo, pero aquí es la puerta de servicio. En cada uno de los vértices del rectángulo, se disponen desproporcionados cubos almenados en cuyos muros se abren numerosos huecos. Esta disposición estructural parece que quiere recordar al recinto que antes hubo.

Fachada sur de la Torre del Homenaje

Toda la obra es, y así se aprecia, de una gran solidez, con muros muy gruesos —más de 3’50 metros— y una gran superficie —ocupa algo más de 2.400 metros cuadrados—; además presenta un tupido conjunto de torres, torrecillas, garitones, matacanes corridos, saeteras, ventanas y un variadísimo catálogo de elementos, cada cual más llamativo. Y sobre todos ellos un enorme núcleo central a modo de torre del homenaje en el centro del edificio, rectangular y muy elevado, que contiene cinco plantas de atura.

Torreón de la esquina suroeste.

Su interior está dividido en numerosas estancias: habitaciones, salones, dormitorios, baños, cocina, biblioteca, mazmorra, almacenes, bodega, capilla y sala de recepciones. Todo ello profusamente decorado, con chimeneas y gran parte del mobiliario original. En el exterior dispone de pozo y, cómo no, patio de armas.

Detalle de la puerta principal.

 

Nombre: Castillo de Butrón.

Municipio: Gatica-Gatika.

Provincia: Vizcaya.

Tipología: Castillo.

Época de construcción: siglo VIII, ampliado en el XIX, y remodelado profundamente a finales del siglo XIX. Fue rehabilitado en 1989.

Estado: Muy bien conservado. Su poca edad y el haber sido utilizado de una u otra manera por sus sucesivos dueños durante gran parte de su vida, ha hecho que su aspecto sea muy bueno, aunque con cierto ramalazo de abandono.

Propiedad: Privada; actualmente está en venta.

Visitas: totalmente libre el entorno, pero cerrado a cal y canto. Imposible acceder al interior, a menos que se esté interesado en su compra. En septiembre de 2016, cuando lo visité, no me sentía atraído por su adquisición, por lo que no pude ver su interior. Actualmente sigo sin estar interesado.

Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.

Clasificación subjetiva: 3*, No perdérselo bajo ningún concepto, o lo que es lo mismo, hay que verlo antes de morir, aunque los puristas sean críticos con él y lo rechecen, por su escasa edad o su patente presunción —abstraerse del Medievo durante la visita y ya está, a disfrutarlo—.

 

Cómo llegar: Desde Bilbao se llega a través de la carretera BI-631 hasta Munguía, y desde aquí hacia Gatica por la BI-634. Desde Gatica al castillo sólo hay unos minutos.

Sus alrededores son perfectamente accesibles y paseables: un camino rodea el edificio, pudiendo hacerse una visita exterior en todo su perímetro, aunque con visión limitada por la cercanía del bosque; la explanada de la fachada principal permite admirarlo en toda su dimensión.

 

Otras cuestiones de interés: Curiosidad sobre el origen del nombre; leo que probablemente esté en las cestas, llamadas butrones, con las que se pescaban angulas en los ríos de la zona —muy cerca discurre el río del mismo nombre—. En el escudo de piedra situado ante la fachada principal, se pueden observar cuatro de estas cestas.

Escudo de piedra situado en la explanada de la fachada principal 

El espeso bosque que lo rodea, tres hectáreas y media de robles y multitud de ejemplares de otra especies —muchas de ellas traídas de otros lugares del mundo, o sea, un auténtico jardín botánico—, le da al lugar un aire triste, si bien no por ello se rehúye el paseo tranquilo, a pesar de la suave lluvia que caía el día que lo visité (16-septiembre-1916).

Dicen que sirvió de inspiración a Walt Disney para su película La Bella Durmiente, aunque algo parecido también he escuchado del Alcázar de Segovia o de algún que otro castillo bávaro.


El autor.