Qué difícil es escribir sobre lo que hoy quiero escribir. Y es que como este blog va sobre castillos se supone que he de atenerme estrictamente a ese tema, aunque casi siempre haga alguna incursión sobre la historia del lugar —una razia por su pasado— para sentirme, mientras escribo, un poco más en ese lugar. Y de paso el lector, si es que existe algún lector de mi Casa de la Tercia, pueda así situarse ligeramente sobre el pasado del lugar.
Decía que hoy me va a ser
difícil escribir sobre mi monotema porque
se trata de la ciudad de Cuenca, y a priori da la sensación que va a ser
complicado evitar otros elementos y otras perspectivas de la ciudad, para
centrarme sólo en las piedras de la fortificación.
Porque Cuenca es mucho
pasado y mucha piedra; un gran paisaje, un inmenso espectáculo visual en el que
los restos de su castillo y sus murallas apenas son una postal más de las muchas que te regala la ciudad.
Bueno, dejémonos de vaguedades
que me estoy liando y entremos en harinas. Voy con un repaso rápido a la
historia de la ciudad para situarnos.
Hay datos confusos sobre su fundación, pero parece acertado partir de finales
del siglo VIII, cuando la población conocida como Qunka o Kunka y perteneciente a la cora de Santaver —la cora era
una división comarcal del Califato de Córdoba—, que con el tiempo llegó a
convertirse en capital de la misma.
A la caída del Califato, allá por el 1031, se integró a la taifa
de Toledo.
Pero he ahí que el 23 de octubre de 1086 el rey de la taifa de Sevilla
Al Mutamid derrota en Sagrajas a Alfonso VI; y es que el pobre estuvo durante
toda la batalla preguntándose ¿pero
Rodrigo dónde está? Esta victoria envalentona al moro que aprovecha el
desconcierto y se adueña de Cuenca.
En 1091 los almorávides atacan Sevilla y Al Mutamid pide ayuda a
Alfonso, que se la da, pero a cambio recibe éste la guarda y custodia de
Cuenca. Primera reconquista de la
ciudad.
Tras la batalla de Uclés —precioso lugar de la provincia— el 29 de
mayo de 1108, Cuenca vuelve a manos musulmanas.
Habrá que esperar hasta el 21 de septiembre de 1177, cuando Alfonso
VIII el de Las Navas, eso sí ayudado por Alfonso II de Aragón, reconquiste definitivamente
la ciudad. La dota de fuero especial y constituye una sede episcopal seis años
después, construyendo sobre los restos de la mezquita, la que fue primera
catedral gótica de Castilla. Y además le da el título de “Muy Noble y Muy
Leal”. Al que habría que añadir en 1257, el título de ciudad por parte
de Alfonso X.
Durante los siglos XIV y XV la ciudad crece extendiéndose hacia el
sur, la parte más baja del enorme cerro rocoso donde se asienta.
Durante la Guerra de Sucesión —de 1701 a 1713—, la ciudad optó por el
bando del que sería el ganador, Felipe V, que la recompensó añadiendo los
títulos de “Fidelísima y Heróica”.
El siglo XIX no le sentó muy bien a la ciudad, pues durante la
Guerra de la Independencia fue saqueada nueve o diez veces, más otras dos
durante la Tercera Guerra Carlista. Un desastre.
Y el siglo XX le fue como a casi el resto de las ciudades
españolas: Segunda República, Guerra Civil, incendios de edificios religiosos,
pillajes, etc. Lo normal del momento.
Hoy ya es otra cosa:
“Paisaje Pintoresco” desde 1963 y Patrimonio de la Humanidad desde
el 7 de diciembre de 1996.
Y de la historia de la
ciudad paso al castillo que, como debe ser aunque no ocurra siempre, se
construyó en el punto más elevado y estratégico de la montaña. En el caso de
Cuenca, en un estrecho y elevado istmo donde, y desde el cielo, parece que casi
se tocan el río Júcar y el Huécar.
Y la cosa sucedió como así:
—fueron los árabes sus constructores, allá por el siglo IX;
—lo reconquistó definitivamente Alfonso VIII;
—los reyes Católicos mandan demolerlo como hicieron con otras muchas
fortalezas, a fin de terminar con el poder
y deslealtad de algunos señores feudales —en este caso con los Hurtado de
Mendoza—
—la Inquisición, en el siglo XVI y durante el reinado de Felipe II, lo
remodeló a su gusto y necesidades;
—y los franceses —siempre los franceses— lo casi reventaron, al igual que
la mayoría de edificios que abandonaban al final de la Guerra de la
Independencia; razón esta última por la que apenas nos han llegado restos de él,
aunque sí los suficientes para interpretarlo.
Me sitúo extramuros, al principio de la que llaman calle Larga, frente a
la que fue su puerta principal y una de las nueve que tuvo la ciudad, incluidos
los postigos, conocida hoy como Arco de Bezudo. Es de medio punto y está
retranqueado en la fortificación, por lo que parece más protegido; sobre él un
escudo con toisón, y otros dos más pequeños; todos ellos de época renacentista.
El arco de Bezudo, intramuros. Por ahí descansa mi compañía. |
Lo que hoy vemos de él es el resultado de su restauración en el siglo
XVI.
Antes de acceder por el arco, hay que superar un foso que hoy está
ajardinado y se salva con un cómodo puente de dos arcos. El castillo también
tuvo hacia el sur otro foso que lo aislaba de la ciudadela y que junto a los
cortados de ambas hoces, le hacía inexpugnable.
A derecha del arco, en dirección
norte y hacia la hoz del río Júcar, lienzos de muralla entre tres cubos en buen
estado; a la izquierda una potente torre a la que sigue el actual Archivo
Histórico Provincial de Cuenca. Pero que antes tuvo otros usos como sede de la
Inquisición desde su construcción entre 1575 y 1583; cuartel de las tropas
napoleónicas y también después, durante las guerras carlistas; cárcel a partir
de 1890 y hasta los años sesenta del pasado siglo; y desde entonces, restaurado
y acondicionado para su nuevo y último fin.
También contó el castillo con otra puerta al exterior, la de la Sierra o
de Bad-al Jabal, hoy desaparecida.
Pues esto es lo queda del
que fuera castillo de Cuenca, cuya solidez por inconquistable, está hoy
reducida a lo que eufemísticamente se denomina ruina consolidada.
Además también resisten
restos de la muralla que la rodeó, pero como Cuenca es tanto y el tiempo
dedicado a visitarla fue tan escaso, que ignoré lugares y dejé atrás sin pasear
su muralla. Imperdonable olvido.
Una muralla que se cerraba hacia el sur, justo en la desembocadura del
Huécar, donde se situaba la puerta que fue conocida como la del Alzázar o de
Bad-Al Jaraz, y una vez cristianizada la ciudad pasaría a ser de Santa María y
más tarde de San Julián.
La alcazaba desde la plaza del Carmen |
Era en la parte sur de la ciudad donde estuvo el alcázar, del que apenas
quedan vestigios. Los pocos que resisten son visibles desde la plaza del Carmen
o desde la Torre de Mangana —de la que también habrá que hablar—.
Después de la Reconquista, esta zona de la ciudad fue en la que se
concentró la población musulmana que siguió residiendo en Cuenca.
Mirando al Júcar, la puerta de San Juan, que al exterior la conforma un
arco ojival de sillería. Se llama así por estar al lado de la iglesia de San
Juan, pero antes de los cristianos se llamó de Al Jaraz o de la Esquila, por
ser la que utilizaba el ganado para salir de la ciudad e ir a pastar a las
orillas del río. De ahí la leyenda:
Los caballeros de Alfonso VIII, aprovechando esta
costumbre, se cubrieron con pieles de carnero y engañando a los centinelas
consiguieron entrar en la ciudad y tomarla.
Me debo otra visita a Cuenca,
por lo de la muralla y por un par de cosas más que me dejé olvidadas. Y mi temor del principio no se ha cumplido: he escrito estrictamente sobre el castillo y la muralla.
Nombre: Castillo de Cuenca y murallas.
Municipio: Cuenca.
Municipio: Cuenca.
Localidad:
Provincia: Cuenca.
Tipología: Castillo
medieval.
Época de construcción: hacia el siglo IX.
Remodelaciones: En el
siglo XVI por la Inquisición. Recientemente se ha consolidado y ejecutado
excavaciones y limpiezas a fin de ponerlo en valor y hacer paseable los pocos
restos visibles.
Estado: Se podría
decir que su estado es de ruina consolidada, aunque de buen aspecto.
Propiedad y uso: Público;
su uso es meramente turístico (mirador) y cultural.
Protección: Bajo la
protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la
Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
Visitas: Libre acceso.
Al adarve que queda se llega mediante unas modernas escaleras metálicas.
Calificación personal: 3, o lo que es
lo mismo, se hará todo lo posible por visitarlo.
Pero porque forma parte de un todo que merece
cinco estrellas, y eso no está en mi baremo. Fuera de contexto, quizá un 2.
Otras cuestiones de interés: la ciudad entera.
Cómo llegar: cójase un mapa o
pregúntese a un GPS, que es una ciudad y necesita de pocas explicaciones.
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