martes, 29 de diciembre de 2015

Paseos fingidos

 Llevo tiempo pensando que, con toda seguridad, hay castillos, torres y similares que no podré ver en mi vida. La edad ya no me lo va a permitir. Todos esos quedarán fuera de mi casadelatercia. Y no lo lamento, ¿qué se le va a hacer?, lo que no puede ser, no puede ser; y además es imposible, que me decía un señor mayor, hace muchos años, en mi pueblo.

Pero lo que sí puede ser es que todos esos que sí he visto y que por desgracia no han quedado reflejados en fotografías, porque hubo un tiempo en que hacer fotos era caro y no estaba al alcance de todos —el desarrollo de esa afición era muy limitado y lo condicionaba el dinero; bienvenido el digitalismo—, decía que aquellos que sí he conocido pero no fotografiado, pudiera ser que los haga llegar aquí previa recopilación de datos, claro está, y posterior apropiación debida/indebida de imágenes en la red. Es una magnífica idea.

Como también podría ocurrir con todos los castillos que, habiendo estado muy cerca de ellos o vistos en la lejanía desde el coche que conducía o desde un vagón de tren, me ha sido imposible pasearlos porque las condiciones del viaje lo dificultaban: por culpa de los tiempos, sobre todo por ése que nos permite medir la duración de los acontecimientos y que a veces o casi siempre es un tirano; o por la Compañía, la que viene siempre, o la que circunstancialmente surja en cualquier viaje, decidió que los movimientos los tenía previamente programados y cambiarlos resultaría complicado; que no todo el mundo tiene el mismo gusto.

Por lo que sea, pasas cerca y las condiciones no permiten que te detengas; sigues adelante, lo miras de reojo ahí al lado, o allá lejos, porque si fijaras la vista más de tres segundos sería posible que te salieras del camino y no volvieras a entrar en él. No te da tiempo a tirar de cámara para dejar constancia aunque sólo sea de una imagen, un instante, un oye que yo pasé a tu lado.

Y en cuanto puedes, anotas el nombre del lugar, la carretera por la circulas, kilómetro incluso, para luego mirar un mapa e intentar localizar aquella torre que solo era un punto muy lejano.

Lo dicho, cuántos castillos, torres y similares podría aún traer aquí. Aunque sólo sea una breve reseña, unas frases con datos básicos y unas cuantas fotografías de otros autores, es evidente, pero dejando en el pie de la foto la página de donde la haya obtenido.

Todo esto se me ocurrió hace unos días, visitando la villa de Alarcón —de la que aún no he escrito nada, pero no olvido el deber, un día de estos lo hago—, y comprobé que en una sola jornada me era muy difícil ver tanto, pasear tantas piedras viejas, lo que no puede ser, no puede ser; y además es imposible, que decía más arriba.

Y como aquel día el tiempo no me alcanzó un último paseo, decidí fingir e imaginar que lo hacía desde el espléndido mirador sobre el meandro norte del Júcar donde se levantan las torres de Los Alarconcillos y de Cañavate. Y allí mismo bauticé la acción: paseo fingido, pero sin pretender engañarme ni engañar a nadie.

Su definición queda como sigue:

Paseo fingido es el aparente recorrido que no se realiza andando por lugar alguno, sino tranquilamente sentado ante el ordenador, para terminar presentando como real algo que apenas si lo fue. Es una simulación sin ánimo de engaño, es un no pudo ser pero hago lo que puedo.

Y no me lo reproches, que quien hace todo lo que puede no está obligado a más.

Hasta aquí he llegado.

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