martes, 14 de noviembre de 2023

Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Encarnación

Los primeros conocimientos que tuve sobre la catedral de Almería ya me hablaban de templo fortificado, sin entender muy bien el concepto que, apenas si me quedaba relegado a algunas pequeñas iglesias que había visto con el ábside almenado o la torre campanario con ligeras pretensiones de torreón de un castillo. Sin embargo, la catedral de Almería es otra cosa, es toda una señora fortaleza.
de catedralalmeria.com

Sus primeras trazas se remontan a finales del siglo XV cuando, recién reconquistada la ciudad en1489 por los Reyes Católicos, se ve la necesidad de erigir un gran edificio como símbolo del sometimiento religioso. Y qué mejor que utilizar los restos de la gran mezquita para levantar sobre ella una catedral. Así se hizo, según deseos del primer obispo de Almería, don Pedro González de Mendoza, pero el edificio fue seriamente dañado por los efectos del terremoto de 1522, así que las autoridades eclesiásticas —en este caso el obispo fray Diego Fernández de Villalán, nombrado en 1523— deciden erigir una nueva catedral, no en el mismo lugar que la anterior, que es donde hoy está la iglesia de San Juan —construida en el siglo XVII—, sino algo más al este.

Este obispo, que se encargaría no sólo de impulsar el patrimonio religioso de la ciudad, acomete la obra del nuevo templo con la pretensión de dotarla de un carácter de fortaleza que sirviera, además de su naturaleza espiritual, como defensa efectiva ante los ataques de piratas berberiscos que asolaban las costas mediterráneas. Se erige así la segunda fortaleza de la ciudad, complementado a la Alcazaba en sus labores defensivas, y además sirviendo de refugio a los habitantes en caso de ataques externos, e incluso ante posibles revueltas de la población morisca.

La nueva catedral comienza su construcción en 1534, y casi en su totalidad es el obispo el principal, junto con aportaciones del pueblo —la nobleza se negaba a aportar sus correspondientes diezmos—, valedor económico de las obras, las cuales se prolongarán durante los treinta y cinco años siguientes.

El obispo Fernández de Villalán encarga, probablemente a Diego de Siloé el diseño de la obra, el cual adoptará para ella un estilo gótico tardío. El nuevo edificio se irá extendiendo sobre más de cinco mil metros cuadrados para terminar configurándose como un gran castillo con torres, contrafuertes, adarves, troneras, aspilleras, murallas y todos los elementos constructivos necesarios para poder repeler cualquier tipo de asalto desde el mar y la tierra, incluida la artillería, lo que se aprecia en el grosor y la, relativamente, escasa altura de sus muros. Además, se la dotó de cubiertas planas para que pudieran alojar cañones.

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En 1555 es contratado Juan de Orea que, aunque siguió los diseños del proyectista, terminó introduciendo algunos elementos renacentistas propios del siglo XVI, siguiendo las nuevas tendencias constructivas italianas. Es por ello que en el interior contrastarán notablemente los arcos ojivales, las bóvedas góticas y sus nervaduras con los arcos de medio punto clásicos, los frontones y las columnas renacentistas que dan al conjunto el verdadero aire artístico del siglo XVI.

De aquel arquitecto son obras tales como: la capilla de San Indalecio, la de la Piedad, la Sacristía, el coro y su sillería, el sepulcro del obispo Villarán y las dos puertas, la de los Perdones y la puerta Norte, que es la principal.

Con el paso de los años las obras fueron ampliándose, sobre todo bajo el obispado de fray Juan del Castillo y Portocarrero en el primer tercio del siglo XVII, que, entre otras, promovió y pagó la construcción de la Capilla del Sagrario, anexa a la Catedral, y la terminación de la torre campanario a la que en 1613 le añadió el cuerpo de campanas.

También durante esta época, y ante el incremento de los ataques de piratas argelinos, se dotó al templo de nuevo y numeroso armamento, que se iría renovando a lo largo de todo el siglo XVII. A pesar de la tensa situación, no dejaron de construirse capillas, como las del Carmen, San Lorenzo y San Ildefonso.

En el siglo XVIII José Sánchez remodeló la Capilla Mayor, uniéndola al deambulatorio; Ventura Rodríguez diseñó y ejecutó el trascoro; Eugenio Valdés y Juan de Salazar y Palomino el tabernáculo, y Juan Antonio Munar el claustro.

Las remodelaciones siguieron durante los primeros años del siglo XX, destacando la restauración del claustro y la torre en 1913, pues se habían visto dañados por el terremoto de 1910.

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Lástima que gran parte del rico patrimonio con el que se fue dotando a la catedral a lo largo de los siglos, fuera destruido, incendiado o expoliado durante la Guerra Civil. En aquella contienda, la catedral fue utilizada como almacén y refugio de la población civil, lo que en parte ayudó a preservarla.

Poco que comentar, mejor nada, pero sí lamentarlo hasta el infinito. Mucho de aquello, al día de hoy, ha sido reconstruido e incluso aumentado, por fortuna, gracias a gobernantes y estamentos con distintos gustos y mejores talantes.

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