Decido, por fin, pasear la Torre del Cincho, o de
los Alaranes, que también se la conoce por este nombre. Una torre con cierto
aire de misterio, de oscuro origen y de leyenda. También de confusión entre los
pocos textos y datos que en la red encuentro,
pero a poco que se lean se comprueba que, a pesar de lo dispares que son y de
cuanta distancia hay entre unos y otros, la realidad es una y bastante clara. O
al menos así lo creo.
Está la torre apenas a veinte minutos de mi casa,
muy cerca de El Arahal, que es la población a la que por su proximidad erróneamente
se adjudica, ya que realmente se localiza en el término municipal de Carmona. Así que tomo la A-92 y hacia el kilómetro 30
la abandono para dirigirme, girando a la izquierda, en dirección al Cortijo de
Menguillán.
El camino al cortijo arranca casi desde la
carretera, pero al poco una cadena atraviesa la senda e impide el paso. Desde
aquí hasta la torre debe haber unos tres kilómetros, y mientras pienso qué
hacer –dar media vuelta o aventurarme y echar a andar– veo llegar a un paisano
sobre una moto al que doy el alto. Resulta ser el guarda de la finca que, muy
amable me comunica que está prohibido el paso, que es un camino particular, que
es una finca cuyo propietario, por lo que me confiesa, no debe ser muy
complaciente con los gustos y deseos ajenos. Pero después de una corta pero
intensa conversación –mire que yo sólo quiero hacer unas fotografías a la
torre, que tranquilo que no entraré en los sembrados, que llevaré sujeto al
perro para que no le levante ningún nido de perdigones, que se lo juro todo–,
consigo convencerle y accede a indicarme un lugar por donde franquear la
prohibición de paso. Al llegar al cortijo, abandonado y en una ruina extrema,
me indica cuál es el camino que debo seguir hasta la torre. Le agradezco, con
toda la consideración que soy capaz, el que me haya permitido entrar en la
finca, y cada uno continuamos nuestros caminos. Miro a la derecha, hacia la
ruina de cortijo, y me digo que a la vuelta daré un paseo por él.
Aproximándome a la torre |
Cuando llego hasta las inmediaciones de la torre
asumo que cumpliré la promesa hecha al guarda: entre que el terreno está
embarrado por las lluvias de los pasados días y que el trigo está muy alto, no
me queda otra opción que contemplarla desde la distancia, desde mucha
distancia, varada en un auténtico mar verde sobre la falda del cerro del
Cincho.
Observándola aislada en la soledad del trigal,
pienso en el desconocimiento que casi todos tienen de ella. Pero
esto es, por desgracia, un mal generalizado para con tantas y tantas piedras
viejas. Intentemos remediarlo.
En el cerro donde está la torre existió, hace más de
dieciocho siglos, una pequeña población ibero-romana, Basilippo, que perteneció
al “conventus hispalensis” (el conventus era la división administrativa
en materia de justicia del imperio romano; en la Bética hubo cuatro conventus, que correspondían a las
actuales Sevilla, Córdoba, Cádiz y Écija). En las inmediaciones se han
encontrado numerosos restos cerámicos, inscripciones en piedra y una escultura
que representa a la Dea Roma (imagen
de mujer que simboliza a la ciudad de Roma guerrera y dominante).
La torre que hoy paseo es el único vestigio que de ese
poblado queda, concretamente de su necrópolis. Se trata de un monumento
funerario, mitad mausoleo mitad crematorio,
denominado bustum: el bustum es una fosa sobre la que se
colocaba la pira funeraria, y sobre ésta se depositaba al difunto. Una vez
incinerado el cadáver, sus cenizas quedaban alojadas en el bustum y sobre esta fosa se edificaba el monumento (la torre en
este caso).
Durante la Edad Media fue conocida como Torre de los
Alaranes, pues así aparece en los deslindes de Carmona que el rey Alfonso X
otorgó en 1255.
Así que esta Torre del Cincho no es una torre atalaya por más que en
algunos sitios así esté escrito (seguramente sea una casualidad su enlace
visual con la Torre del Bollo, que es el argumento utilizado para calificarla
como atalaya), siendo del todo improbable, dadas sus reducidas dimensiones, que
tuviera una terraza desde la que se observara y vigilara el horizonte; o que
sirviera como protección y control de un pozo situado en las inmediaciones
(esta hipótesis puede fundamentarse en el hecho de encontrarse en la ladera del
cerro, con visión limitada hacia el norte, y que recuerda a la particular
ubicación del castillo de las Aguzaderas en El Coronil). Pero no, no es una
atalaya. Y ha sido precisamente esta popularizada confusión, la que me ha
animado a incluirla en mi blog.
Tuvo la torre cuatro cuerpos, habiendo desaparecido el
último que era el remate del monumento y que bien podía ser piramidal, por
tratarse de una forma muy afín a la naturaleza de la construcción. El primer cuerpo, el bustum, es macizo, teniendo sólo el hueco donde quedaban las
cenizas y que aún hoy se puede apreciar.
Es de planta cuadrada y sus cuatro caras están orientadas a cada uno de los puntos cardinales.
Fue construida en hormigón, o como dirían los romanos
en caementicum, que era su hormigón,
muy distinto al que hoy se usa, ya que el conglomerante que utilizaban era la
cal aérea (eso fue desde el siglo IV a.C. hasta el II a.C. en que también
emplearon como conglomerante la puzolana, una ceniza volcánica que produce un
mortero muy duro y monolítico). Sobre el hormigón se aplicó un enfoscado, del
que aún quedan restos.
Estas torres, y hemos de suponer que la del Cincho
también, presentaban en su exterior adornos y decoraciones con textos y figuras
que recordaran al fallecido y evocaran su vida. Al estar ésta construida en
hormigón, debió estar revestida de placas de piedra que incluyeran toda la
ornamentación.
Resulta sugerente su visión, la soledad que transmite en medio del inmenso
trigal como única referencia en el camino para orientación de caminantes. Me
conmueve incluso su propia presencia, como también el esfuerzo que hace por
mantenerse en pie invocando la existencia de aquel lugar definitivamente
olvidado que fue Basilippo.
Al desandar el camino, hago la prometida parada en el cortijo de Menguillán
que se hunde entre sus propios escombros, mientras que en el horizonte la
torre, que se ha hecho aún más pequeña, desafía en verticalidad, después de mil
ochocientos años, a un edificio de poco más de cien.
Nombre: Torre del Cincho o de los Alaranes.
Municipio: Carmona.
Provincia: Sevilla
Tipología: monumento funerario.
Época de
construcción: primera mitad del siglo I d.C.
Estado: de ruina progresiva
Propiedad: privada
Uso: turístico (más bien adorno en el horizonte).
Protección:
Visitas: acceso restringido
Cómo llegar: Desde Sevilla, y en dirección a Málaga, tomar la A-92 y desviarse en el
km 31; girar a la izquierda y seguir el camino que se encuentra de frente.
Pasado el cortijo y a un kilómetro, tomar el camino de la derecha.
Otras
cuestiones de interés: lo más parecido a la
Torre del Cincho que podemos encontrar en la Península Ibérica es la Torre de
los Escipiones, del siglo I d.C. y situada a seis kilómetros de la ciudad de
Tarragona, junto a la carretera N-340 en dirección sur. Pero eso sí, con dos notables
diferencias, que ésta está construida con sillares de piedra adornados con
relieves, y que está en un estado de conservación bastante mejor que la del
Cincho.
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