Pasa hoy mi camino por la que fue la Real Villa de Teguise. Me
llevó allí un corto viaje veraniego que se compartió con la isla de
Fuerteventura y cuyos paseos castellológicos —muy escasos, sólo tres— ya se
incluyen en este blog.
Lo que en principio pretendía ser —al menos para mi compañía—
una visita a esta bella población, finalizó en lo más alto del volcán Guanapay,
sobre el terrado del castillo de Santa Bárbara, gozando de una de esas vistas
que no deben perderse por nada del mundo, y teniendo a los pies del volcán, y en
su ladera noroeste, la Villa de Teguise:
Villa que fue capital de la isla de Lanzarote, concretamente
desde la primera mitad del siglo XV, cuando llegó a ser el núcleo urbano más
importante de las Islas canarias, hasta 1847,
o 1852 —las dos fechas he visto escritas—, que fue cuando se trasladó esa capitalidad a Arrecife. También le acompaña el
honor de ser la población más antigua de la isla.
Teguise fue fundada sobre un asentamiento aborigen
denominado Acatife (Gran Aldea), y se llama así en honor a la hija de Guadarfia,
último rey indígena, que casó con Maciot de Bethencourt, sobrino de Jean de
Bethencourt, conquistador de la isla.
Los Bethencourt fundaron la villa y los Herrera la
ennoblecieron, siendo con estos últimos la época de mayor esplendor. El primero
de ellos fue Agustín de Herrera y Rojas, que ostentó los títulos de Marqués,
Conde y Señor de Lanzarote (tres en uno), Señor de Fuerteventura y Capitán
General de las Islas Madeira y Porto Santo.
Con los Herrera, y gracias también al
aprovechamiento de los recursos hídricos para la agricultura, y a su posición
estratégica en el centro de la isla, la Villa llegó a concentrar un gran número
de habitantes, dándole un gran protagonismo dentro del archipiélago y
convirtiéndola, prácticamente en el centro de Canarias. En la localidad
llegaron a instalarse los principales centros eclesiásticos, así como el
Cabildo y la Escribanía y otras instituciones.
Lo de la posición estratégica en el centro de la
isla tiene una clara explicación, y es que siempre fue el mejor lugar para
estar protegida de las incursiones de los piratas: en 1551 fue la isla atacada por los franceses “el Clérigo” y “Cachidiablo”;
en 1571 es el berberisco Dogalí “el
Turquillo” el encargado de invadir la isla; en 1586 fue un tal Morato Arráez que se dedicó a asolar y saquear la
isla mientras los lugareños se refugiaban en la Cueva de los Verdes.
Y en 1618,
otra incursión, ahora berberisca, destruyó la Villa. Y es que Lanzarote fue la
isla que más ataques de piratas tuvo a lo largo de la historia, vaya usted a
saber por qué.
Pero no sólo fueron los piratas los que devastaban
el territorio y mermaban la población. En 1730
fue una erupción del volcán Timanfaya lo que asoló la isla.
A mediados del siglo XIX pierde la capitalidad en
favor de Arrecife, cuyo puerto ya iba adquiriendo un gran valor económico y
social.
Escalera de acceso y puente levadizo |
Puerta de entrada. |
El cerrojo de la puerta, original. |
Su construcción la inició Sancho de Herrera, Señor de Lanzarote, que mandó levantar una torre
—que es la que se puede ver sobresaliendo del actual edificio—, sobre la
montaña de Guanapay, a escasa distancia de Teguisse; desde esta atalaya se
podía observar prácticamente toda la isla y su costa, a la vez que serviría de refugio
e incluso de prisión.
En el ataque de 1551 se evidenció que la torre
carecía de utilidad como elemento defensivo, así que el Señor de Lanzarote del
momento, don Agustín Herrera y Rojas
ordenó la construcción de una fortaleza alrededor de la torre que tuviera la
capacidad de dar refugio a las personalidades
de la isla, además de ofrecer resistencia y defensa de la Villa en caso de
nuevos ataques.
A sí que se pusieron manos a la obra y
construyeron una muralla de mampostería en torno a la torre, de planta
romboidal y con un pequeño patio interior. Adosados a la muralla se dispusieron
las dependencias necesarias, y sobre ellas un corredor perimetral para emplazar
la artillería.
Salida a la terraza |
En 1556
se le añadieron los dos baluartes de los ángulos laterales del edificio.
Después de los ataques de los piratas Calafat en 1569, y Dogalí el Turquillo en 1571, y previo informe del capitán Gaspar de Salcedo, se decide el
refuerzo de las defensas con la construcción de dos grandes cubos en sus
esquinas noroeste y sudoeste. El castillo se convirtió en una de las mejores
defensas de las Islas.
Las obras concluyeron en 1576, armándose el
castillo con veinte piezas de artillería, doce de hierro y ocho de bronce.
Pero fue entre 1587 y 1588, cuando visita la isla el ingeniero Leonardo Torriani, que propone rodear
el castillo de un foso y abrir troneras en los cubos, para así batir mejor los
accesos. Todo ello para recomponer los destrozos sufridos en el ataque del
berberisco Morato Arráez en 1586.
Las obras las inician, cumpliendo órdenes del rey
Felipe II, el sevillano Gonzalo Argote de Molina en 1589, terminándose en 1596
con el resultado que actualmente podemos contemplar.
Subida a la terraza desde el pequeño patio interior |
Ocho años después, en 1654, se ejecutan unas reparaciones generales entre ellas la
plataforma superior y los alojamientos de tropa. También se construyó el puente
levadizo y la actual escalera. Hasta entonces, a la puerta de entrada, situada
a cuatro metros de altura se accedía mediante una escalera de mano.
En 1687 se enlosa el patio (la terraza) y se
reconstruyen las bóvedas.
A mediados del siglo XVIII, las dos fortalezas de
la Isla, Santa Bárbara y la del puerto de Arrecife, estaban arruinadas como
consecuencia de la última incursión de piratas en 1762.
Unos años después, el ingeniero José Ruiz Cermeño
describió el castillo de la siguiente manera:
“Encierra en sí una atalaya que registra el mar. Su figura es irregular se
compone de dos baluartes y dos torreones. Tiene en el plano inferior
habitaciones para la tropa y un almacén para la pólvora, todo de bóveda, y
asimismo un puente levadizo. En el superior sobresale en medio de la explanada
un cuarto que sirve de sala de armas, cubierto con azotea que recoge las aguas
para una cisterna de bastante capacidad que existe bajo dicho cuarto”. Aún contaba el castillo con cinco
cañones de hierro y dos de bronce.
La terraza —el patio de armas— del castillo |
Poco a poco, estas fortificaciones van perdiendo importancia, debido a la
desaparición de ataques de piratas a principios del siglo XIX, aunque en el
caso de la de Teguise tuvo puntuales usos como prisión y como palomar militar desde
1899 hasta 1913, año en que es cedido al Ayuntamiento que lo mantiene totalmente desatendido.
En 1949, y en aplicación del decreto de 22 de Abril, el castillo pasó a
propiedad del Estado.
Unos años después, en 1960, la asociación de Amigos de los Castillos
realizó una intervención que se podría considerar como su primera restauración.
Detalle de la muralla sur |
Teguise al fondo |
En 1976 Patrimonio del estado lo
cede al ayuntamiento de Teguise, con la condición de que su posterior uso fuera
de utilidad pública.
Así que el Ayuntamiento, junto con la dirección general de Bellas artes,
emprende en 1977 lo que terminó
siendo una desdichada restauración: se suprimieron las bóvedas que cubrían la
planta alta y se eliminó la santabárbara, entre otros disparates. Las obras
terminaron, por fin, en 1981.
Cabestrante para el izado del puente levadizo. |
Es en 1990 cuando la Corporación
Municipal decidió destinar el castillo a Museo
del Emigrante canario en América, para lo cual se realizaron trabajos de
adaptación al nuevo uso. En esos trabajos se incluyó, como no podía ser menos, la
corrección de las barbaridades cometidas en la última restauración. Esta reconstrucción final fue llevada a cabo según
los planos de Leonardo Torriani, recuperándose todas las bóvedas y otros
elementos arquitectónicos.
Pocos años después, en 2011, ese
museo es trasladado al archivo Histórico en la Villa de Teguise, para instalar
en el castillo el actual Museo de la Piratería, temática mucho más acorde con
el edificio, con Teguise y con toda la isla; y aparentemente más atractiva para
los turistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario