martes, 7 de noviembre de 2017

Lanzarote, Teguise, castillo de Santa Bárbara


El castillo de Santa Bárbara sobre el volcán Guanapay

Pasa hoy mi camino por la que fue la Real Villa de Teguise. Me llevó allí un corto viaje veraniego que se compartió con la isla de Fuerteventura y cuyos paseos castellológicos —muy escasos, sólo tres— ya se incluyen en este blog.
Lo que en principio pretendía ser —al menos para mi compañía— una visita a esta bella población, finalizó en lo más alto del volcán Guanapay, sobre el terrado del castillo de Santa Bárbara, gozando de una de esas vistas que no deben perderse por nada del mundo, y teniendo a los pies del volcán, y en su ladera noroeste, la Villa de Teguise:
La Villa de Teguise desde el castillo

Villa que fue capital de la isla de Lanzarote, concretamente desde la primera mitad del siglo XV, cuando llegó a ser el núcleo urbano más importante de las Islas canarias, hasta 1847, o 1852 —las dos fechas he visto escritas—, que fue cuando se trasladó esa capitalidad a Arrecife. También le acompaña el honor de ser la población más antigua de la isla.
Teguise fue fundada sobre un asentamiento aborigen denominado Acatife (Gran Aldea), y se llama así en honor a la hija de Guadarfia, último rey indígena, que casó con Maciot de Bethencourt, sobrino de Jean de Bethencourt, conquistador de la isla.
Los Bethencourt fundaron la villa y los Herrera la ennoblecieron, siendo con estos últimos la época de mayor esplendor. El primero de ellos fue Agustín de Herrera y Rojas, que ostentó los títulos de Marqués, Conde y Señor de Lanzarote (tres en uno), Señor de Fuerteventura y Capitán General de las Islas Madeira y Porto Santo.
Con los Herrera, y gracias también al aprovechamiento de los recursos hídricos para la agricultura, y a su posición estratégica en el centro de la isla, la Villa llegó a concentrar un gran número de habitantes, dándole un gran protagonismo dentro del archipiélago y convirtiéndola, prácticamente en el centro de Canarias. En la localidad llegaron a instalarse los principales centros eclesiásticos, así como el Cabildo y la Escribanía y otras instituciones.
Lo de la posición estratégica en el centro de la isla tiene una clara explicación, y es que siempre fue el mejor lugar para estar protegida de las incursiones de los piratas: en 1551 fue la isla atacada por los franceses “el Clérigo” y “Cachidiablo”; en 1571 es el berberisco Dogalí “el Turquillo” el encargado de invadir la isla; en 1586 fue un tal Morato Arráez que se dedicó a asolar y saquear la isla mientras los lugareños se refugiaban en la Cueva de los Verdes.
Y en 1618, otra incursión, ahora berberisca, destruyó la Villa. Y es que Lanzarote fue la isla que más ataques de piratas tuvo a lo largo de la historia, vaya usted a saber por qué.
Pero no sólo fueron los piratas los que devastaban el territorio y mermaban la población. En 1730 fue una erupción del volcán Timanfaya lo que asoló la isla.
A mediados del siglo XIX pierde la capitalidad en favor de Arrecife, cuyo puerto ya iba adquiriendo un gran valor económico y social.

Recorro todas las dependencias del castillo, convertido hoy en museo, leo paneles, miro fotografías y maquetas, toco paredes recompuestas y comienzo a comprender todo lo que esto fue y representa; y también lo que no fue: una ausencia de paz, de tranquilidad... un exceso de atención, de tensión, de lejanía por su condición de isla.
En la terraza del castillo, inusual patio de armas, leo las notas que llevo sobre su historia que, de densa que es, difícilmente podré resumir:
Escalera de acceso y puente levadizo


Puerta de entrada.

El cerrojo de la puerta, original.

Su construcción la inició Sancho de Herrera, Señor de Lanzarote, que mandó levantar una torre —que es la que se puede ver sobresaliendo del actual edificio—, sobre la montaña de Guanapay, a escasa distancia de Teguisse; desde esta atalaya se podía observar prácticamente toda la isla y su costa, a la vez que serviría de refugio e incluso de prisión.
En el ataque de 1551 se evidenció que la torre carecía de utilidad como elemento defensivo, así que el Señor de Lanzarote del momento, don Agustín Herrera y Rojas ordenó la construcción de una fortaleza alrededor de la torre que tuviera la capacidad de dar refugio a las personalidades de la isla, además de ofrecer resistencia y defensa de la Villa en caso de nuevos ataques.
A sí que se pusieron manos a la obra y construyeron una muralla de mampostería en torno a la torre, de planta romboidal y con un pequeño patio interior. Adosados a la muralla se dispusieron las dependencias necesarias, y sobre ellas un corredor perimetral para emplazar la artillería.
Salida a la terraza

En 1556 se le añadieron los dos baluartes de los ángulos laterales del edificio.
Después de los ataques de los piratas Calafat en 1569, y Dogalí el Turquillo en 1571, y previo informe del capitán Gaspar de Salcedo, se decide el refuerzo de las defensas con la construcción de dos grandes cubos en sus esquinas noroeste y sudoeste. El castillo se convirtió en una de las mejores defensas de las Islas.
Las obras concluyeron en 1576, armándose el castillo con veinte piezas de artillería, doce de hierro y ocho de bronce.
Pero fue entre 1587 y 1588, cuando visita la isla el ingeniero Leonardo Torriani, que propone rodear el castillo de un foso y abrir troneras en los cubos, para así batir mejor los accesos. Todo ello para recomponer los destrozos sufridos en el ataque del berberisco Morato Arráez en 1586.
Las obras las inician, cumpliendo órdenes del rey Felipe II, el sevillano Gonzalo Argote de Molina en 1589, terminándose en 1596 con el resultado que actualmente podemos contemplar.
Subida a la terraza desde el pequeño patio interior


Ocho años después, en 1654, se ejecutan unas reparaciones generales entre ellas la plataforma superior y los alojamientos de tropa. También se construyó el puente levadizo y la actual escalera. Hasta entonces, a la puerta de entrada, situada a cuatro metros de altura se accedía mediante una escalera de mano.
En 1687 se enlosa el patio (la terraza) y se reconstruyen las bóvedas.
A mediados del siglo XVIII, las dos fortalezas de la Isla, Santa Bárbara y la del puerto de Arrecife, estaban arruinadas como consecuencia de la última incursión de piratas en 1762.
Unos años después, el ingeniero José Ruiz Cermeño describió el castillo de la siguiente manera:
“Encierra en sí una atalaya que registra el mar. Su figura es irregular se compone de dos baluartes y dos torreones. Tiene en el plano inferior habitaciones para la tropa y un almacén para la pólvora, todo de bóveda, y asimismo un puente levadizo. En el superior sobresale en medio de la explanada un cuarto que sirve de sala de armas, cubierto con azotea que recoge las aguas para una cisterna de bastante capacidad que existe bajo dicho cuarto”. Aún contaba el castillo con cinco cañones de hierro y dos de bronce.

La terraza —el patio de armas— del castillo

Poco a poco, estas fortificaciones van perdiendo importancia, debido a la desaparición de ataques de piratas a principios del siglo XIX, aunque en el caso de la de Teguise tuvo puntuales usos como prisión y como palomar militar desde 1899 hasta 1913, año en que es cedido al Ayuntamiento que lo mantiene totalmente desatendido.
En 1949, y en aplicación del decreto de 22 de Abril, el castillo pasó a propiedad del Estado.
Unos años después, en 1960, la asociación de Amigos de los Castillos realizó una intervención que se podría considerar como su primera restauración.
Detalle de la muralla sur


Teguise al fondo

En 1976 Patrimonio del estado lo cede al ayuntamiento de Teguise, con la condición de que su posterior uso fuera de utilidad pública.
Así que el Ayuntamiento, junto con la dirección general de Bellas artes, emprende en 1977 lo que terminó siendo una desdichada restauración: se suprimieron las bóvedas que cubrían la planta alta y se eliminó la santabárbara, entre otros disparates. Las obras terminaron, por fin, en 1981.
Cabestrante para el izado del puente levadizo.

Es en 1990 cuando la Corporación Municipal decidió destinar el castillo a Museo del Emigrante canario en América, para lo cual se realizaron trabajos de adaptación al nuevo uso. En esos trabajos se incluyó, como no podía ser menos, la corrección de las barbaridades cometidas en la última restauración. Esta reconstrucción final fue llevada a cabo según los planos de Leonardo Torriani, recuperándose todas las bóvedas y otros elementos arquitectónicos.

Una de las salas expositivas

Pocos años después, en 2011, ese museo es trasladado al archivo Histórico en la Villa de Teguise, para instalar en el castillo el actual Museo de la Piratería, temática mucho más acorde con el edificio, con Teguise y con toda la isla; y aparentemente más atractiva para los turistas.

Nombre: Castillo de Santa Bárbara y de San Hermenegildo
Localidad: Teguise
Municipio: Teguise
Provincia: Las Palmas (Islas Canarias)
Tipología: Castillo
Época de construcción: Siglo XV.
Obras posteriores: numerosas, y relacionadas más arriba. Todas ellas llevadas a cabo con el fin de ser la más firme defensa de la población contra los ataques de piratas y corsarios.
Estado: En muy buen estado de conservación. Como para no estarlo después de tanta obra.
Protección: Bajo la Declaración Genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, sobre protección de los Castillos Españoles, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
Está declarado Bien de Interés Cultural.
La Villa está, igualmente, declarada Conjunto Histórico Artístico.
Propiedad: Ayuntamiento de Teguise.
Uso: Es, desde 2011, sede del Museo de la Piratería, un centro de interpretación sobre los numerosos ataque que la isla tuvo de parte de corsarios y piratas a lo largo de la historia. Además de otros temas complementarios relacionados con la propia fortaleza.
Anteriormente fue un museo etnográfico dedicado al emigrante canario.
Visitas: acceso libre previo pago de una módica cantidad. Al menos era así cuando lo visité en agosto de 2017.
Y además se llega hasta la puerta en coche

Mi clasificación: 3, o sea, que se incluirá obligatoriamente en una ruta de viaje y se hará todo lo posible por visitarlo. 
Otras cuestiones de interés: Un paseo por la Muy Noble y Señorial Villa nos llevará por un entramado de calles y plazas en las que destacan numerosas casas palaciegas y señoriales, como el palacio Spínola, del siglo XVIII; iglesias —Nuestra Señora de Guadalupe, siglo XVI—; conventos como los de San Francisco y Santo Domingo, siglos XVI y XVII respectivamente; y edificios civiles como la Cilla.
Bueno, y más cuestiones que no caben aquí. Muchas cuestiones.

Cómo llegar: a Lanzarote, desde Sevilla, lo mejor es el avión. Luego ya allí, es muy fácil. Que aquello es pequeñito.

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