martes, 4 de julio de 2017

Sevilla, Castillo de San Jorge

Hay que ver, lo que son las cosas, lo tengo casi al lado de casa y nunca he encontrado el momento para visitarlo. Hasta que llegó una mañana de domingo en la que cierta circunstancia me lo permitió y, previo desayuno en el entorno, crucé plácidamente el puente de Triana y me dispuse a pasear los restos del castillo de San Jorge que se encuentran en la otra orilla.
Estoy, claro está, en Sevilla, en la orilla derecha del río Guadalquivir, lo que hoy es la dársena, que no el río, porque el río va por otro lado. Así que rectifico y digo que estoy en Triana, porque tal vez no sea Sevilla.
Pero antes, mientras desayunaba, saqué unos telegráficos apuntes sobre el castillo que llevaba y leí que:

Su origen se remonta a los visigodos, que lo construyeron como complemento defensivo de la ciudad, a la que por entonces la llamaban Spalis. Con los árabes se llamó Isbilia y al castillo Gabir.
En 1171, Jucef Abu Jacub, rey de la taifa sevillana, manda construir un puente flotante para unir las dos orillas del río; este puente quedaría fijado con cadenas a los muros del castillo. Durante casi setecientos años, este puente estuvo funcionando como medio de unión entre Sevilla y Triana; hasta que en 1852 se inauguró el actual puente de Isabel II, que es el que hoy he cruzado.
En 1178 el infante don Sancho intenta conquista del castillo pero sin final feliz para él.
En 1248 los cristianos reconquistan, ahora ya sí, la ciudad y con ello también el castillo.  El rey Fernando III concede su tenencia y custodia a la Orden militar de San Jorge, situación que dura hasta 1280.
El castillo y el puente de barcas (algo así debió de ser)
Poco a poco va disminuyendo la utilidad militar del castillo, viviendo un periodo de decadencia y abandono que duró doscientos años, hasta que la Inquisición, o Tribunal del Santo Oficio, haría de él su sede hacia 1481. Allí estaría la sede de esa institución hasta que en 1626 abandonaron el edificio debido a su mal estado, pues las constantes crecidas e inundaciones del río habían deteriorado gravemente sus muros.
En 1627 le fue cedido al Conde Duque de Olivares, que lo reparó y mantuvo, utilizándolo hasta 1639 en que el edificio retornó a la Inquisición.
La Inquisición lo abandona, ya definitivamente, en 1785, y por los mismos motivos que lo hiciera en 1626.
Pero el crecimiento y las necesidades urbanísticas de la ciudad obligan a las autoridades del momento a demolerlo para así ensanchar las vías públicas del entorno, creándose la plaza del Altozano. Y de paso edifican en el lugar un mercado de abastos, sobre los restos del castillo y sus escombros. Corría el año del Señor de 1823.
A principios del siglo XXI se realizaron obras en el mercado y varias excavaciones arqueológicas, que terminaron con un mercado remodelado y el uso, como centro de interpretación de la Inquisición, de los restos del castillo que se encontraban bajo tierra.
Cruzando el puente de Isabel II hacia Triana

Decía que crucé el puente de Triana e inmediatamente, sin siquiera pisar el barrio, encuentro el mercado y debajo de él, la entrada al castillo, al actual museo; entrada que es gratuita, buen detalle. Sin folleto explicativo ni audioguia me dirijo  al interior.
Planta del castillo (recortada, en la parte inferior, la zona excavada y visitable)
Desde el primer momento intuyo el objeto principal al que se dedica el edificio, aunque eso es algo con lo que se llega sabido; la iluminación y los primeros audiovisuales tratan de sumergir al visitante en el contenido que luego vendrá mediante reflexiones que, antes de llegar a su final, me aburren y empujan hacia adelante.
Inmediatamente, pocos pasos más allá, todo cambia: he entrado en el castillo, a la derecha la muralla que da al río, los primeros paneles informativos y la maqueta del castillo que está multiplicada por mil en la red.
 
Maqueta del castillo, en primer plano la fachada al río
Tuvo el castillo planta rectangular, altas murallas y diez torres cuadradas flanqueándolo: una en cada esquina; en medio de su fachada este, la que da al río, estuvo la más fuerte, la del homenaje, con la puerta de entrada protegida por un parapeto que corría paralelo al río y a la muralla (la maqueta que observo muestra también otra puerta que se abre directamente al río y sobre ella un enorme balcón amacatanado); en el centro de los otros tres lados también sendas torres que fortalecían la muralla; otra torre más junto a la suroeste, y una última en la fachada norte junto a la torre del centro. Todas eran aparentemente de la misma altura, almenadas y visiblemente fuertes.
En el interior hay numerosas edificaciones que denotan la abundante actividad que debió tener el edificio.
Sala expositiva en la barbacana del castillo


La puerta de Barcas
Dejo atrás lo que fue la Puerta de Barcas, que directamente mira al río, y a partir de aquí una pasarela bien visible y perimetrada; un camino sin pérdidas, ni desvíos ni opciones, me lleva a lo largo y ancho de la historia de la Inquisición, particularmente en Sevilla, en la que los restos arqueológicos expuestos atraen y envuelven, y los paneles son precisos, documentados y, sobre todo, amenos. Ante todo ello comprendo por qué no hay guías que te dirijan ni informen una vez dentro. Y es que todo es evidente y sencillo de caminar e interpretar, como si quienes  rigen el museo confiaran ciegamente en ellos mismos y te  abandonaran con la seguridad de que no te vas a perder por el camino ni nada va a quedar sin que comprendas.
Las cuadras



La primera sala es la cuadra, con acceso directo a la calle, se guardaban las caballerías utilizadas por el personal del castillo, generalmente mulas. Distingo el lugar que ocupaban las bestias, hasta cinco; y se ve el pozo y el pilón donde abrevaban.
La casa del portero
A continuación la casa del portero, una especie de vigilante que era oficial menor de la Inquisición, de dos plantas, con patio, cocina, despensa y leñera en planta baja; en la planta superior debieron estar los dormitorios. 
Ahora llego a dos casas adosadas, la del Nuncio y la del Notario que era quien redactaba los documentos de los procesos. Fueron casas de estilo andaluz, dos plantas, patio y ventanas al interior del castillo y al río.
Zona de servicio del Inquisidor
 En la zona de servicio del Inquisidor se encuentran la cocina y el pozo; justo al lado, un gran salón que servía de comedor.
Los cuartos de los familiares
Llego a los cuartos de los Familiares, destinados al personal del Santo Oficio que hacía las funciones de policía. Los familiares eran personal laico y su trabajo consistía en denunciar y detener a los herejes. Al igual que los oficiales, sus delitos sólo podían ser juzgados por la Inquisición, y también podían llevar armas.
Casa del Inquisidor; detrás del panel del fondo estuvieron las cárceles bajas
 Adosadas a la muralla suroeste, hacia donde hoy está la calle San Jorge, se encontraban las cárceles bajas, que fueron destruidas durante la construcción del mercado en el siglo XIX. Hubo unas 28 o 30 celdas y también se las llamó secretas.
En algunas torres también hubo celdas, las llamadas cárceles altas, hasta unas doce, como la del tormento situada en la torre de San Jerónimo, en la fachada noroeste. 
Después la capilla, bajo la advocación de San Jorge, santo imaginario y guerrero que destruye al diablo encarnado en un dragón. Se conservan algunos restos del pórtico y parte de la nave, altar y sacristía.
La capilla era utilizada por los inquisidores para los oficios religiosos con acceso también para el público en general.
Patio de la casa del Inquisidor
 Continuo y enseguida la casa de inquisidor, la del primero, que era la mayor de toda la ciudadela, con dos plantas y un patio con galería; espaciosas estancias para él y su personal de servicio. En su panel informativo, unas imágenes animadas la recrean.
Ahora una escalera desciende a una bodega. Algunas casas, las de los mejor colocados en el escalafón, poseían una bodega en su sótano en las que conservar bebidas y alimentos en unas inmejorables condiciones de humedad y temperatura. Incluso serviría como dormitorio en las cálidas y amables noches sevillanas. Sin embargo el descenso a la bodega está vedado a los visitantes; me asomo, como puedo, pero no aprecio nada.

Además muestran información sobre personajes relacionados con el Santo Oficio, víctimas, verdugos y demás. Cada espacio queda identificado con una recreación animada de cómo fué, o cómo imagina el arqueólogo que debió ser. 
Y para terminar el Muro de la Reflexión, un análisis a modo de enfrentamiento entre los males de la Inquisición y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Vista general, casi desde la salida
El paseo me ha sido grato a la vez que corto. Llego al final, cartel de salida, siento que acabo de entrar. No me conformo y recorro en sentido contrario el camino para hacer, o repetir, nuevas fotos.
A la izquierda la muralla noroeste, desde el interior del castillo. A la derecha, el mercado
La salida da, aún, al interior del castillo. Un espacio a gran altura que lo delimita por la derecha el interior de la muralla noroeste vista; también una exposición de objetos que apenas si miro. Una rampa que conduce al visitante a la planta superior, y en ella el mercado que, de por sí, merece una detenida visita, aunque no se adquiera nada.
Los puestos del mercado están cerrados; es domingo.

Nombre: castillo de San Jorge, de la Inquisición o de Triana.
Municipio: Sevilla
Provincia: Sevilla

Tipología: Castillo.
Época de construcción: siglo XII
Estado: los restos existentes, en buen estado, consolidados principios del siglo XX.
Propiedad: pública.
Uso: museo-centro de interpretación sobre la Inquisición española.
Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.

Visitas: Libre acceso, pero con orden y sentido común .
Cómo llegar: Una vez en Sevilla, es fácil, basta llegar al puente de Triana; está allí mismo.
  

Otras cuestiones de interés:
En la planta superior, el mercado de Triana. La visión de algunos puestos ya justifica la visita.
Y como no, el entorno, el río, el puente, algunas calles del barrio. En fin, Triana.
Por último una curiosidad: probablemente sea este castillo la cárcel que Beethoven menciona en su ópera Fidelio (1805). Y si no lo es tampoco pasa nada, pero estaría bonito que así fuera.




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