Hay que ver, lo que son las cosas, lo tengo casi al lado de casa y nunca
he encontrado el momento para visitarlo. Hasta que llegó una mañana de domingo
en la que cierta circunstancia me lo permitió y, previo desayuno en el entorno,
crucé plácidamente el puente de Triana y me dispuse a pasear los restos del
castillo de San Jorge que se encuentran en la otra orilla.
Estoy, claro está, en Sevilla, en la orilla derecha del río
Guadalquivir, lo que hoy es la dársena, que no el río, porque el río va por
otro lado. Así que rectifico y digo que estoy en Triana, porque tal vez no sea
Sevilla.
Pero antes, mientras desayunaba, saqué unos telegráficos apuntes sobre el castillo
que llevaba y leí que:
Su origen se remonta a los visigodos, que lo construyeron
como complemento defensivo de la ciudad, a la que por entonces la llamaban
Spalis. Con los árabes se llamó Isbilia y al castillo Gabir.
En 1171, Jucef Abu Jacub, rey de la taifa sevillana, manda
construir un puente flotante para unir las dos orillas del río; este puente
quedaría fijado con cadenas a los muros del castillo. Durante casi setecientos
años, este puente estuvo funcionando como medio de unión entre Sevilla y
Triana; hasta que en 1852 se inauguró el actual puente de Isabel II, que es el
que hoy he cruzado.
En 1178 el infante don Sancho intenta conquista del
castillo pero sin final feliz para él.
En 1248 los cristianos reconquistan, ahora ya sí, la
ciudad y con ello también el castillo.
El rey Fernando III concede su tenencia y custodia a la Orden militar de
San Jorge, situación que dura hasta 1280.
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El castillo y el puente de barcas (algo así debió de ser) |
Poco a poco va disminuyendo la utilidad militar del
castillo, viviendo un periodo de decadencia y abandono que duró doscientos
años, hasta que la Inquisición, o Tribunal del Santo Oficio, haría de él su
sede hacia 1481. Allí estaría la sede de esa institución hasta que en 1626
abandonaron el edificio debido a su mal estado, pues las constantes crecidas e
inundaciones del río habían deteriorado gravemente sus muros.
En 1627 le fue cedido al Conde Duque de Olivares, que lo
reparó y mantuvo, utilizándolo hasta 1639 en que el edificio retornó a la
Inquisición.
La Inquisición lo abandona, ya definitivamente, en 1785, y
por los mismos motivos que lo hiciera en 1626.
Pero el crecimiento y las necesidades urbanísticas de la
ciudad obligan a las autoridades del momento a demolerlo para así
ensanchar las vías públicas del entorno, creándose la plaza del Altozano. Y de
paso edifican en el lugar un mercado de abastos, sobre los restos del castillo
y sus escombros. Corría el año del Señor de 1823.
A principios del siglo XXI se realizaron obras en el
mercado y varias excavaciones arqueológicas, que terminaron con un mercado
remodelado y el uso, como centro de interpretación de la Inquisición, de los
restos del castillo que se encontraban bajo tierra.
Cruzando el puente de Isabel II hacia Triana |
Decía que crucé el puente de Triana e inmediatamente, sin siquiera pisar
el barrio, encuentro el mercado y debajo de él, la entrada al castillo, al
actual museo; entrada que es gratuita, buen detalle. Sin folleto explicativo ni
audioguia me dirijo al interior.
Planta del castillo (recortada, en la parte inferior, la zona excavada y visitable) |
Desde el primer momento intuyo el objeto principal al que se dedica el
edificio, aunque eso es algo con lo que se llega sabido; la iluminación y los
primeros audiovisuales tratan de sumergir al visitante en el contenido que
luego vendrá mediante reflexiones que, antes de llegar a su final, me aburren y
empujan hacia adelante.
Inmediatamente, pocos pasos más allá, todo cambia: he entrado en el
castillo, a la derecha la muralla que da al río, los primeros paneles
informativos y la maqueta del castillo que está multiplicada por mil en la
red.
Tuvo el castillo planta rectangular, altas murallas y diez
torres cuadradas flanqueándolo: una en cada esquina; en medio de su fachada
este, la que da al río, estuvo la más fuerte, la del homenaje, con la puerta de
entrada protegida por un parapeto que corría paralelo al río y a la muralla (la
maqueta que observo muestra también otra puerta que se abre directamente al río
y sobre ella un enorme balcón amacatanado); en el centro de los otros tres
lados también sendas torres que fortalecían la muralla; otra torre más junto a
la suroeste, y una última en la fachada norte junto a la torre del centro.
Todas eran aparentemente de la misma altura, almenadas y visiblemente fuertes.
En el interior hay numerosas edificaciones que denotan la abundante
actividad que debió tener el edificio.
Sala expositiva en la barbacana del castillo |
Dejo atrás lo que fue la Puerta de Barcas, que directamente mira al río,
y a partir de aquí una pasarela bien visible y perimetrada; un camino sin
pérdidas, ni desvíos ni opciones, me lleva a lo largo y ancho de la historia de
la Inquisición, particularmente en Sevilla, en la que los restos arqueológicos
expuestos atraen y envuelven, y los paneles son precisos, documentados y, sobre
todo, amenos. Ante todo ello comprendo por qué no hay guías que te dirijan ni
informen una vez dentro. Y es que todo es evidente y sencillo de caminar e
interpretar, como si quienes rigen el
museo confiaran ciegamente en ellos mismos y te
abandonaran con la seguridad de que no te vas a perder por el camino ni
nada va a quedar sin que comprendas.
Las cuadras |
La primera sala es la cuadra, con acceso directo a la calle, se guardaban las caballerías utilizadas por el personal del castillo, generalmente mulas. Distingo el lugar que ocupaban las bestias, hasta cinco; y se ve el pozo y el pilón donde abrevaban.
La casa del portero |
A continuación la casa del portero, una
especie de vigilante que era oficial menor de la Inquisición, de dos plantas,
con patio, cocina, despensa y leñera en planta baja; en la planta superior
debieron estar los dormitorios.
Ahora llego a dos casas adosadas, la del Nuncio y la
del Notario que era quien redactaba los documentos de los procesos. Fueron casas de estilo andaluz, dos plantas, patio y ventanas al interior del castillo
y al río.
Zona de servicio del Inquisidor |
En la zona de servicio del Inquisidor se encuentran la
cocina y el pozo; justo al lado, un gran salón que servía de comedor.
Los cuartos de los familiares |
Llego a los cuartos de los Familiares, destinados
al personal del Santo Oficio que hacía las funciones de policía. Los familiares
eran personal laico y su trabajo consistía en denunciar y detener a los
herejes. Al igual que los oficiales, sus delitos sólo podían ser
juzgados por la Inquisición, y también podían llevar armas.
Casa del Inquisidor; detrás del panel del fondo estuvieron las cárceles bajas |
Adosadas a la muralla suroeste, hacia donde hoy está la
calle San Jorge, se encontraban las cárceles bajas, que fueron
destruidas durante la construcción del mercado en el siglo XIX. Hubo unas 28 o
30 celdas y también se las llamó secretas.
En algunas torres también hubo celdas, las llamadas cárceles
altas, hasta unas doce, como la del tormento situada en la torre
de San Jerónimo, en la fachada noroeste.
Después la capilla, bajo la advocación de
San Jorge, santo imaginario y guerrero que destruye al diablo encarnado en un
dragón. Se conservan algunos restos del pórtico y parte de la nave, altar y
sacristía.
La capilla era utilizada por los inquisidores para
los oficios religiosos con acceso también para el público en general.
Patio de la casa del Inquisidor |
Continuo y enseguida la casa de inquisidor, la
del primero, que era la mayor de toda la ciudadela, con dos plantas y un patio
con galería; espaciosas estancias para él y su personal de servicio. En su
panel informativo, unas imágenes animadas la recrean.
Ahora una escalera desciende a una bodega. Algunas
casas, las de los mejor colocados en el escalafón, poseían una bodega en su
sótano en las que conservar bebidas y alimentos en unas inmejorables
condiciones de humedad y temperatura. Incluso serviría como dormitorio en las
cálidas y amables noches sevillanas. Sin embargo el descenso a la bodega está
vedado a los visitantes; me asomo, como puedo, pero no aprecio nada.
Además muestran información sobre personajes relacionados con el Santo
Oficio, víctimas, verdugos y demás. Cada espacio queda identificado con una recreación animada de cómo fué, o cómo imagina el arqueólogo que debió ser.
Y para terminar el Muro de la
Reflexión, un análisis a modo de enfrentamiento entre los males de la
Inquisición y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Vista general, casi desde la salida |
El paseo me ha sido grato a la vez que corto. Llego al final, cartel de
salida, siento que acabo de entrar. No me conformo y recorro en sentido
contrario el camino para hacer, o repetir, nuevas fotos.
A la izquierda la muralla noroeste, desde el interior del castillo. A la derecha, el mercado |
La salida da, aún, al interior del castillo. Un espacio a gran altura
que lo delimita por la derecha el interior de la muralla noroeste vista; también una exposición de objetos que apenas si miro. Una rampa que
conduce al visitante a la planta superior, y en ella el mercado que, de por sí,
merece una detenida visita, aunque no se adquiera nada.
Los puestos del mercado están cerrados; es domingo. |
Nombre: castillo de San Jorge, de la Inquisición o de
Triana.
Municipio: Sevilla
Provincia: Sevilla
Tipología: Castillo.
Época de construcción: siglo XII
Estado: los restos existentes, en buen estado, consolidados
principios del siglo XX.
Propiedad: pública.
Uso: museo-centro de interpretación sobre la
Inquisición española.
Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del
Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico
Español.
Visitas: Libre acceso, pero con orden y sentido común .
Cómo llegar: Una vez en Sevilla, es fácil, basta llegar al puente de Triana; está allí mismo.
Otras cuestiones de interés:
En la planta
superior, el mercado de Triana. La visión de algunos puestos ya justifica la
visita.
Y como no, el
entorno, el río, el puente, algunas calles del barrio. En fin, Triana.
Por último una
curiosidad: probablemente sea este castillo la cárcel que Beethoven menciona en
su ópera Fidelio (1805). Y si no lo es tampoco pasa nada, pero estaría
bonito que así fuera.
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