martes, 28 de febrero de 2017

Alarcón, castillo de Alarcón o de las Altas Torres


Finalizo mi paseo por Alarcón, uno de los pueblos más bellos que he pisado, y no por pintoresquismo ni por sus balcones floridos, sino por la enorme densidad y sucesión continua de elementos defensivos, de amplios horizontes recortados de torres y almenas, de numerosos puntos de vista que siempre confluyen en un mismo punto: el castillo. Que tiene, por cierto, un hermoso y rimbombante nombre: de las Altas Torres.

Castillo de Alarcón, en primer plano la puerta y torre de Enmedio.

Recorridas ya sus torres de aproches, sus murallas y puertas, resta sólo pisar el castillo, dejado a propósito para el final —es evidente que no he empezado el pastel por la guinda—, y así saborear con más gusto un postre que pone fin a una de las mejores comidas de piedras viejas que pueda tomar en mi vida.
Alarcón es un pueblo pequeño que se alza sobre un promontorio rodeado por un meandro del río Júcar, que es su foso natural, y unido al resto de la tierra por un istmo fuertemente amurallado; son tres murallas con sus tres puertas las que lo defienden. Una vez atravesada la segunda puerta, la que llaman del Calabozo, aparece el castillo con toda su fuerza, sobre la tercera puerta, la de la Bodega, que no tiene torre junto a ella porque, ¿para qué?, si tiene el castillo para protegerla.
Aunque el castillo nunca se ha dejado de ver, está siempre presente se mire hacia donde se mire, es el vigía de todo el paisaje.

El castillo sobre la puerta de la Bodega. A la izquierda mi compañia.

Decía que es un pueblo pequeño, sí, en el sentido físico de la palabra, pero ¿para qué necesita más?, si hace más de ochocientos años ya tuvo fuero propio bajo el dominio de la Orden de Santiago; y hasta fue sede de una corte real, la de Alfonso VIII durante el año 1211, mientras preparaba sus cosas para la batalla de las Navas de Tolosa un año después, en la que le acompañó el mismísimo Concejo de Alarcón con su propio ejército.
Y más tarde fue residencia del Infante Juan Manuel, que dejó su castillo hecho un pincel; para que luego fuera testigo de la última disputa entre los Reyes Católicos y su por entonces propietario, Juan Fernández Pacheco, Marqués de Villena, por tomar partido junto a la Beltraneja y de paso por un quítame allá esos derechos feudales. Tanta resistencia opuso entre los inexpugnables muros el marqués, que a los sitiadores no les quedó otra que buscar un acuerdo y rematar el asunto con la firma de un tratado.
Pasada la Edad Media cae en el desuso y es abandonado. Doscientos años después, a principios del siglo XVIII, y siendo propietario el marqués de Aguilar, su estado ya es lamentable, por lo que se llevaron a cabo obras de consolidación.
En 1863 fue vendido por 20.000 reales —cinco mil pesetas de aquel tiempo, al cambio treinta euros— y pasó a ser propiedad de la familia Álvarez Torrijos.
Justamente cien años después, el Estado expropió el inmueble y lo restauró para convertirlo en un establecimiento hotelero. Desde marzo de 1966 es el Parador Nacional de Turismo Marqués de Villena.

El castillo desde la torre del Campo. La fachada norte, la derecha, ha sido la más maltratada.

Describir actualmente el castillo es someterse por fuerza a la remodelación realizada hace cincuenta años, e ir solapando lo antiguo bajo lo moderno, la sobriedad del pasado por los objetos del bienestar. Va en ello, claro está, la adaptación del edificio al nuevo uso, que tampoco hay que despreciarlo si lo acompaña el respeto y la sensibilidad. Y es que a veces la necesidad obliga.
Desde aquí me limito a lo que vi, no accedí a habitaciones ni dependencias interiores, así que escribo lo que desde el exterior puede contemplarse.

Dado el lugar donde se asienta, prácticamente la roca viva y en un desnivelado relieve, hubo que edificarlo con una planta irregular, un deformado trapecio que de manera concéntrica se reproduce en su actual y reducido patio de armas. En algunas zonas aún se conserva el foso excavado en la roca.
El lado más pequeño del trapecio se orienta hacia el exterior de la población, el este, como si se tratara del ángulo agudo de una torre tajamar, y en el vértice más a levante, un torreón cilíndrico refuerza la defensa del vacío entre las puertas del Calabozo y la de la Bodega, y la del camino que desde el castillo llevaba hasta el río. En el lado opuesto, a poniente, y más protegida, se levanta la torre del Homenaje, enorme y sobresaliente sobre el resto de la construcción.

Torre del Homenaje, a la derecha puerta de acceso al Parador.

La torre del Homenaje es lo primero que desde la plaza se ve y admira; y es que sus 24 metros de altura obligan a ello.
Se sitúa, la torre, junto a la puerta actual de acceso al castillo, en la fachada oeste, que ha pasado a ser la entrada principal, pues falta parte de la muralla previa que cerraba el original patio de Armas e independizaba el castillo de la población. Lamentablemente, esta zona no se recuperó en su totalidad con la rehabilitación de los años sesenta del pasado siglo. Sólo se conserva algún tramo almenado frente a la torre y el acceso a lo que fue el foso, al adarve sobre la Puerta de la Bodega y a la liza del antemuro paralelo a la fachada sur que comunica con la Puerta del Río.

Restos del foso ante la torre del Homenaje.

Esa puerta, que aun conserva sus hojas originales, del siglo XV, revestidas con planchas de hierro, da paso a un reducido patio desde el que se ordena la distribución del edificio; a la izquierda está la torre, a la que se accede por una puerta situada en la fachada este, construida en la última reforma, a la altura del suelo del patio; la original está a algunos metros sobre ese suelo, y para llegar a ella había que utilizar una plataforma levadiza de la que perduran sus apoyos laterales empotrados en el muro; actualmente es la ventana de una habitación. En esa fachada se abren también cuatro pequeños huecos y otra ventana bajo un arco de medio punto; en su opuesta, la que da a la población, se abre un hueco, a considerable altura, con una espesa reja. Las otras dos fachadas apenas si presentan algunos ventanucos.

Fachada de la torre desde el patio.

Tiene planta rectangular y toda ella está ejecutada con mampuestos muy variados, pero que conforman un conjunto homogéneo, además de los clásicos sillares en esquinas y formación de huecos, como no podía ser de otra manera.
La corona una doble hilada de almenas piramidales, quedando la primera y más baja, volada
 sobre un matacán corrido que se apoya en ménsulas de tres molduras, unidas por arquillos de medio punto. A esta terraza sólo se puede llegar desde una de las habitaciones del parador.

Patio del castillo, puerta de acceso.


Comedor del Parador.

Vuelta al patio del Parador, del que decíamos era la zona de distribución de las dependencias del castillo, observamos que la puerta por la que habíamos accedido a él, bajo un arco escarzano, conserva la traza del que fue el arco ojival original del siglo XV; entre ambos arcos se dispone una placa recordatoria del Infante Juan Manuel.
Desde aquí se accede a las habitaciones, salones y zonas de servicio, como al actual comedor, cubierto con un techo de vigas de madera y sostenido por arcos fajones, apuntados, de piedra.


Lienzo sur del castillo.

De la torre del Homenaje parte hacia la derecha el lienzo norte que fue el más castigado durante la restauración de los años sesenta, pues si primitivamente sólo había cuatro vanos, hoy contamos diecisiete. El lienzo este, el más pequeño, conserva solamente los dos que siempre tuvo: uno grande con arco de medio punto, y otro estrecho a modo de aspillera.
Y por último, en el lienzo sur se abren tres ventanas de distinto tamaño enmarcadas en arcos de medio punto. Igualmente, se aprecian un poco más arriba, los huecos que fueron cegados en la reforma del pasado siglo. Entre los lienzos sur y este, se levanta el torreón cilíndrico, el tajamar, al que más arriba hice referencia.


Ya termino con dos cosillas más:
Una, después de la restauración, todo el adarve quedó almenado, con merlones piramidales.
Y dos, al igual que la torre del Homenaje, todo el castillo está ejecutado con mampuestos en los lienzos y muros, y sillares en los esquinazos y en las jambas, dinteles y alfeizares de los huecos.



RESUMIENDO:

Nombre:          Castillo de las Altas Torres.
Municipio:     Alarcón
Localidad:      Alarcón
Provincia:       Cuenca

Tipología:       Castillo.
Época de construcción:     siglo VIII (árabe); remodelaciones y ampliaciones, siglo XII y posteriores.
Estado:     En muy buen estado conservación, con los reparos oportunos que merece una restauración de este tipo.
Propiedad:     Pública, forma parte de la red de Paradores del Estado.
Uso: Hotelero.
Protección:    Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
En 1981, 3 de junio, fue declarada la villa conjunto Histórico Artístico.
Visitas:    Totalmente libre el acceso a las zonas comunes del castillo, actual Parador de Turismo. Para otras zonas, mejor ser cliente.

Fachada oeste, hacia la población.

Clasificación subjetiva: 3,    o sea, que se incluirá obligatoriamente en ruta de viaje, o lo que es lo mismo, se hará todo lo posible por visitarlo.
Pero como se trata de la parte de un todo que es un cuatro estrellas, pues le subimos la nota y decimos que no hay que perdérselo bajo ningún concepto, o lo que es lo mismo, hay que verlo antes de morir.

Otras cuestiones de interés:
    Lo dicho en otras entradas sobre este lugar es válido aquí, pero repito, un paseo por el pueblo, admirar las iglesias de Santo Domingo de Silos, de la Santa Trinidad, de Santa María y la de San Juan Bautista, donde se encuentran las Pinturas Murales de Alarcón, pintadas en 1994 por Jesús Mateo. Y descansar la mirada desde cualquiera de sus miradores.
Cómo llegar:    Desde la N-III, entre Honrubia y Motilla del Palancar, tomar la CUV-8003.
Y desde la A-3, en Atalaya del Cañavate, tomar la CUV-8241 y en Tébar la CUV-8307, hasta Alarcón.

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