martes, 25 de abril de 2017

Uclés, Monasterio de Uclés (2)

Paseado el monasterio, aún faltaba el interior de su iglesia; que casi digo adiós a Uclés y lo olvido. Así que manos a la obra y un breve recuerdo-relato para concluir mi visita a tan seductor lugar.

Decíamos que la iglesia, de estilo herreriano, ocupa el ala norte del monasterio y de todo el conjunto. Su construcción, que fue finalizada en 1602, se realizó a instancias del rey Felipe II, aunque como ya apuntamos el resto del monasterio es posterior, pues sus obras se terminaron durante el reinado de Felipe V cuando, incluso, el barroco era superado por el churrigueresco. Corría ya el año de 1735.
La iglesia tiene planta de cruz latina, orientada su cabecera a levante, tiene una sola nave de cinco tramos cubierta de bóveda de medio cañón; mide esta nave 65 metros de largo y 12 de ancho. La bóveda se refuerza con arcos fajones que se apoyan en columnas dóricas paramentadas con el muro.



A ambos lados de la nave, y entre las columnas anteriores, se abren grandes arcos que dan paso a las capillas laterales que se comunican entre sí por puertas con arcos de medio punto; lo que haría parecer que la iglesia tiene otras dos naves laterales, aunque realmente no sea así. En estas capillas existe actualmente un museo sobre la historia de Uclés y de la Orden de Santiago.
Encima de los arcos más próximos al crucero podemos ver dos grandes cuadros que representan la batalla de Las Navas de Tolosa y la de Santa María de Tentudía. Sobre los otros dos arcos hubo también dos cuadros de similares características, ya desaparecidos, que representaban las batallas de Covadonga y de Clavijo.
La iglesia se ilumina con ventanas bajo los arcos torales de la bóveda que se disponen sobre la cornisa que discurre encima de los arcos laterales.
Sobre el crucero, que se eleva hasta los 36 metros de altura, una cúpula de media naranja, obra de Antonio de Segura. Se apoya sobre cuatro pechinas con pinturas de los tres arcángeles más otra pintura del Ángel de la Guarda. En el exterior, la cúpula se cubre con un chapitel rodeado de una balaustrada y revestido de pizarra y rematado con una esfera de cobre, de dos metros de diámetro, coronada por una veleta en forma de gallo —representando la vigilancia— que sostiene una cruz de Santiago.

El coro de la iglesia.

A los pies de la nave está el coro, que ocupa dos de los cinco tramos, más sendos avances, a modo de balcones, en un tercer tramo, el central de la nave. Lo sujetan tres arcos muy rebajados.



El crucero se separa del altar mayor por una reja de hierro que ocupa todo el ancho de la nave. En su centro destaca un escudo policromado con las armas reales flanqueado por sendas cruces, la de Santiago y de otra orden militar (¿?).

El altar mayor y su retablo ocupan, como no puede ser de otra manera, la cabecera de la iglesia, que es de traza poligonal.



El retablo que hoy contemplamos no es el original. De aquel, que era de estilo greco-romano, con claras tendencias barrocas, y ejecutado por Francisco García Dardero en el siglo XVII, sólo quedan restos en la parte superior; el resto fue destruido durante la Guerra Civil de 1936 y posteriormente, en 1956, reconstruido en escayola.
Se compone de una calle central y dos laterales, separadas por entrecalles. Entre ellas seis grandes columnas de orden compuesto soportan una cornisa en la que se apoya una bóveda de media esfera dividida en cinco secciones: en la central un crucificado y en las cuatro restantes escenas de la pasión y glorificación de Cristo.



En el primer cuerpo de la calle central se levanta un pequeño templete cubierto con una cúpula, y en el segundo un gran cuadro de Santiago —Santiago Matamoros, durante la batalla de Clavijo—, obra de Francisco Ricci, pintor de cámara de Felipe IV y Carlos II, de 1670. Este cuadro, por suerte, es el original y ha sido restaurado recientemente.
En los intercolumnios de las calles laterales tenemos pinturas que representan motivos de la vida de Jesucristo: la Adoración de los Reyes, de los Pastores, la Ascensión y la Venida del Espíritu Santo.
Delante de las columnas que separan las calles se encuentran unas repisas que sostienen, a la izquierda, una escultura de San Agustín escribiendo la regla de la Orden, y a la derecha otra de San Francisco de Borja.
A la derecha del crucero se halla la Sacristía, de la que ya se habló en mi entrada anterior, a la que se accede a través de un vestíbulo que a su vez es el acceso a la cripta —he de declarar que no bajé a la cripta, pero no por ello la voy a obviar aquí—.

Actualmente no hay enterramientos en ella, pero sí se sabe que allí estuvieron enterrados maestres de la Orden, como Rodrigo Manrique, padre de Jorge Manrique, el que glosó su muerte escribiendo aquello que comenzaba:

Recuerde el alma dormida

Avive el seso y despierte

Contemplando

Como pasa la vida,

Como se viene la muerte

Tan callando…

Y más adelante continúa con las estrofas que casi todos sabemos: 

Nuestras vidas son los ríos

Que van a dar a la mar,

Que es el morir:

Allí van los señoríos,

Derechos a se acabar

Y consumir,

Allí los ríos caudales,

Allí los otros medianos

Y más chicos,

Y llegados, son iguales

Los que viven por sus manos

Y los ricos… 

Para terminar: 

…Así, con tal entender,

Todos los sentidos humanos

Conservados, cercados de su mujer,

Y de sus hijos y hermanos

Y criados,

Dio el alma a quien se la dio,

El cual la ponga en el cielo

Y en su gloria,

Y aunque su vida perdió,

Dejónos harto consuelo

Su memoria.


Adiós.

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