Cuando te aproximas a Alarcón, cuando ya estás cerca, entra de golpe en los ojos el impresionante paisaje, los meandros que el Júcar regala, las penínsulas que forman, y en ellas cada una de las torres, murallas y castillo que lo custodian y decoran.
Leemos que Alarcón es de origen romano; dicen que fue allá por
el siglo V cuando el rey Alarico II lo refunda, y de él es posible le venga el
topónimo.
Con los árabes se llamó Al-arkum, la Fortaleza, y alcanzó cierto esplendor cuando dependió de
Córdoba. Disuelto el Califato, estuvo bajo la taifa de Toledo, siendo una de
las fortalezas más inexpugnables de ese reino; fue refugio del príncipe
toledano Mohamed Al-Feheri, el Ciego —aunque cuentan que fingía su ceguera—, y
también lugar de su muerte en el 785.
Con los cristianos se convirtió en un señorío con fuero propio —Comunidad de villa y tierra— y dominio en un amplio territorio. Había sido conquistado en 1184, por obra y gracia de Hernán Martín de Ceballos, capitán a las órdenes de Alfonso VIII, que lo asedió durante nueve meses, y asaltó personalmente el castillo armado sólo con dos dagas, en las cuales se apoyó para escalar sus muros, abriendo así paso al resto de sus soldados. Agradecido por ello el Rey, le concedió el privilegio de tomar como apellido el nombre de la villa, pasando a llamarse Martín de Alarcón.
Diez años después, 1194, la villa es donada a la Orden de Santiago, que funda un hospital para peregrinos.
Alfonso VIII residió en Alarcón durante un año —1211—, preparando
la batalla de las Navas de Tolosa —16 de julio de 1212—.
Recordando a don Juan Manuel: "A quien por codicia su vida aventura, sabed que sus bienes muy poco le duran". Y el texto está junto a unos cubos de basura, con rima y doble sentido. |
A principios del siglo XIV la villa y sus tierras pasaron al
infante Juan Manuel, sobrino de Alfonso X, que las recibió de Fernando IV. Restauró
el castillo, reforzó sus murallas y construyó todas las torres exteriores.
Además lo convirtió en su residencia, siendo el lugar donde escribió gran parte
de su obra.
Sigue el infante por las calles del pueblo. |
A la muerte de don Juan Manuel, Alarcón volvió a la Corona, para ser donado a principios del siglo XV a Juan Pacheco, marqués de Villena. En la segunda mitad del siglo XV, fue el centro de la oposición de su propietario a los Reyes Católicos —estos pretendían reducir el poder feudal, a costa, claro está, de quitárselo a los señores feudales; además de que los Villena habían tomado partido por la Beltraneja—. El marqués de Villena perdió casi todas sus posesiones, siendo Alarcón una de las cuatro villas de las que siguió siendo propietario.
Ante la imposibilidad de tomar la fortaleza de Alarcón por parte
de la Corona, y con tal de terminar con el conflicto, ambas partes accedieron a
la firma de un acuerdo.
Esa imposibilidad se comprueba, primero, observando con deleite el
promontorio donde se alza y el río que lo abraza —el gran foso que la protege—
y los estrechos pasos por los que se accede a su interior.
Y después, recorriendo
todas sus defensas, un sistema único que, en cierto modo, ha ayudado a que
permanezca inalterada durante siglos. Sin duda fue uno de los mejores conjuntos
fortificados de la península Ibérica, en los que se unió la topografía del
terreno con el conocimiento de la arquitectura militar de sus constructores.
A la villa la rodean tres líneas de murallas consecutivas, con cuatro puertas por el sur y otra más por el norte; además de torres junto a esas puertas y otras dos más, ligeramente alejadas a la vez que muy próximas.
El primer recinto lo forman la Torre del Campo y la muralla coracha que de ella parte. Esa muralla, en la que se dispone la Puerta del Campo, baja por la ladera sur del cerro para cerrar el istmo que une a tierra el peñón donde se levanta Alarcón . La torre se levantó para cumplir la función de ser protectora de la puerta de este primer recinto, pero bien podríamos decir que es un castillo: torre, patio de armas y muralla. Así que le dedicaremos una entrada a ella sola.
Ese puente une la primera península con la otra más al norte donde se levanta la Torre de los Alarconcillos, hermosa, original y solitaria. Y hacia el oeste, y cerrando el istmo de esta segunda península, de manera simétrica a la torre del Campo, vemos muy lejos la Torre de Cañavate, también con su muralla coracha que antes bajó hasta el río y que hoy, muy mutilada, carece incluso de su puerta.
Y por último el castillo. Punto.
Mi Compañía. |
Esta es la ruta que hoy
me dispongo a pasear, que comienza con la solitaria y esbeltísima torre del
Campo y espero termine en su gemela de Cañavate. Y en medio, además de todo lo
ya anticipado, la villa de Alarcón, pequeña pero intensa; poco tiempo por
delante, me parece, para tanto paseo.
error, he rotulado las fotos con fecha del año 2015, cuando la visita la realicé en 2016.
RESUMIENDO:
Nombre: Conjunto fortificado de Alarcón.
Municipio: Alarcón
Localidad: Alarcón
Provincia: Cuenca
Tipología: Conjunto fortificado, castillo, murallas y torres.
Época de construcción: siglos IX al XIV
Estado: En muy buen estado conservación.
Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
En 1981, 3 de junio, fue declarada la villa conjunto Histórico Artístico.
Clasificación subjetiva: 3*, o sea, que no hay que perdérselo bajo ningún concepto, o lo que es lo mismo, hay que verlo antes de morir:
Visitas: Totalmente libre el paseo por el pueblo y sus murallas —entrar en las torres no es posible—, y el acceso al castillo, actual Parador de Turismo, también.
Otras cuestiones de interés: Un paseo por el pueblo, admirar las iglesias de Santo Domingo de Silos, de la Santa Trinidad, de Santa María y la de San Juan Bautista, donde se encuentran las Pinturas Murales de Alarcón, pintadas en 1994 por Jesús Mateo. Y descansar la mirada desde cualquiera de sus miradores.
Cómo llegar: Desde la N-III, entre Honrubia y Motilla del Palancar, tomar la CUV-8003. Y desde la A-3, en Atalaya del Cañavate, tomar la CUV-8241 y en Tébar la CUV-8307, hasta Alarcón.

