Y la muralla
continuaba, desde la Puerta de Jerez y en línea recta, por la actual calle Almirante
Lobo; rodeaba la Casa de la Moneda por sus traseras y a continuación hacía un
ángulo de noventa grados a la derecha (la Torre del Oro permanecía exenta pero
a poca distancia de la muralla), hasta unirse con la Torre de la Plata,
conformando lo que siglos más tarde sería un solar usado como aparcamiento público de vehículos a motor. Aunque ese quiebro, seguramente lo diera
antes, para unirse directamente con el Postigo del Carbón en su primitivo
emplazamiento.
Me interno en
la Casa de la Moneda y al final de la calle Matienzo, y resguardado por el
edificio de La Previsión (gracias Sr. Moneo por este regalazo), se encuentra
ese lienzo de muralla y el aparcamiento, y entre él y La Previsión (hoy Seguros
Helvetia) se conserva un entramado de murallas que protegían seguramente las
atarazanas almohades, bastante más pequeñas que las construidas por los
cristianos.
Aquí la muralla
disponía de un doble almenado (al interior y al exterior), lo que hace pensar
que su situación estaba realmente extramuros y su función no sólo era la
defensa hacia el exterior sino también la protección de las atarazanas en caso
de ocupación. Es por su importancia militar y económica, vital para la ciudad,
que en su construcción se usó la piedra, dada la necesidad de defender lo que
podría parecer un punto débil del cinturón amurallado.
En los muros
se observan grandes puertas, hoy cegadas, que pudieron servir como acceso a
esas atarazanas y por las que accederían los barcos para su reparación. Esta
zona debió estar muy próxima al río, e incluso se inundaría para facilitar los
trabajos en los astilleros.
Y es así como
llegamos a la Torre de la Plata, segundo
baluarte de las defensas del puerto almohade sevillano, que el primero es la
Torre del Oro y será tratado en capítulo aparte. La unión entre ambas torres no
fue, seguramente, un tramo recto sino con algún quiebro a fin de poder dar
acceso a las atarazanas ya referidas. Aunque siempre se ha supuesto que
estuvieron unidas por un solo lienzo, es probable que éste nunca existiera, y si
se construyó, tal vez lo fue en una etapa posterior, cuando los astilleros
árabes dejaron de tener uso y su actividad se trasladó a las nuevas atarazanas
construidas por Alfonso X en 1252.
Pero volvamos
a la torre, que es de origen almohade, construida a principios del siglo XIII, como
elemento intermedio en la coracha que unía el Postigo del Carbón (el primero,
claro) con la Torre del Oro. Tras la conquista de la ciudad por Fernando III,
pasó a llamarse Torre de la Victoria. Posteriormente también se la conoció como
de los Azacanes.
No conozco el
verdadero origen de su nombre, hay demasiadas especulaciones como en el caso de
la del Oro, pero parece lógica la que apunta a que su nombre se debe a la
proximidad de la Casa de la Moneda, la Ceca de Sevilla, en la que se acuñaban
las monedas con la plata procedente de América.
Durante el
siglo XVI, todo su entorno se fue llenando de casas y almacenes que le hicieron
perder su carácter y su visibilidad; hasta que en el siglo XVIII quedó parcialmente
oculta debido a la construcción de viviendas en sus aledaños, según proyecto del
arquitecto italiano Vermondo Resta, y que alguna queda en la calle Santander. En
1868 quedó totalmente aislada de la Torre del Oro al ser demolido (otra gracia
de la época) el tramo de muralla que las unía.
A finales del
siglo XX era un inmueble que daba cobijo a indigentes. Restaurada parcialmente
en 1992, hoy la podemos contemplar, desde el exterior, casi exenta y en un
aceptable estado de conservación.
Su planta es un
octógono irregular, y está dividida en dos alturas: la baja dispone de aljibe y
está cubierta con una bóveda de crucería de ocho lados. El mismo tipo de bóveda
cubre la segunda planta pero arriostrada con tirantes metálicos unidos a un
zuncho perimetral también metálico. Desde esta planta se accede a la cubierta
que está protegida con un antepecho almenado.
Y adosado a
la torre, o la torre apoyándose en él, está el segundo Postigo del Carbón. Porque el primero estuvo en la misma calle pero
unos metros hacia la Casa de la Moneda, y es del que ahora hablo. Seguramente
su construcción fue contemporánea a las primeras atarazanas, o sea entre 1184 y
1196, y hay fuentes que lo relacionan con una torre existente junto a la puerta
de la Casa de la Moneda: primero con un acceso en recodo y después como acceso
frontal y torreones a los lados.
Debido a la
degradación de la zona a causa de las continuas inundaciones provocadas por el
río, Vermondo Resta, maestro mayor de los Alcázares, llevó a cabo el rediseño y
reordenación de todo el entorno, construyéndose la nueva Aduana (1586), y las
Herrerías Reales (hacia 1583); el Postigo del Carbón fue demolido y de nuevo levantado
(entre 1585 y 1587) unos metros más hacia el río, donde hoy lo conocemos,
quedando bajo la protección de la Torre de la Plata. Fue obra de Asensio de
Maeda, constaba de un solo arco y contaría con alguna placa o escudo de la
ciudad como el resto de puertas.
Este postigo
recibió varios nombres a lo largo de la historia: de los Azacanes (entrada
habitual de los aguadores), de las
Atarazanas o del Oro. En el tiempo ha permanecido el del Carbón, que fue el
nombre más común, ya que en sus aledaños se llevaba a cabo la venta de este
producto en numerosos establecimientos. De hecho, esta calle se llamaba del
Carbón, hasta que fue sustituido su nombre por el de Santander, como homenaje a
los marineros y soldados santanderinos que, al mando del almirante Bonifaz, rompieron
las cadenas que, entre Sevilla y Triana, protegían el puerto, facilitando así
el asedio de la ciudad. Aquello debió ser algo espectacular, hasta tal punto
que la gesta quedó reflejada, nada menos, que en el escudo de la ciudad de
Santander: la Torre del Oro y un velero rompiendo las cadenas del río
Guadalquivir.
A pesar de su
consideración y tamaño, postigo y no puerta, su importancia ha sido notable a
lo largo de la historia; basta observar su ubicación, tan próxima al puerto que
obligaba a que la mayor parte de las mercancías entraran a la ciudad por él. En
sus proximidades se ubicó la Aduana. A su vez, era el acceso más cercano a la
casa de la Moneda y al Alcázar, y con el paso de los tiempos, a la Lonja y sus gradas,
lugar donde se cerraban casi todos los contratos mercantiles relativos al
puerto.
Pero cuando
el monopolio del comercio con las Indias pasa a depender de Cádiz, allá por
1771, se redujo la actividad alrededor de esa zona, iniciándose un progresivo declive
en su uso que terminó con su demolición en 1864.
Lo que hoy
vemos de este postigo (no he encontrado en toda la red ninguna imagen original y completa de este, ni del primer
postigo) es apenas un trozo de paramento, un estribo del arco, adosado a un trozo
de la muralla y ésta a su vez a la Torre de la Plata. Apenas nada. En lo que
seguramente era el hueco de entrada, ahora tapiado, se colocó en 1925 un
azulejo con la imagen de la Virgen del Carmen.
Unas líneas
más arriba, cuando hablaba del “traslado”
del postigo, hacía referencia a otra torre, situada junto a la puerta principal
de la Casa de la Moneda y en la que se decía se apoyaba el postigo del Carbón. Pues
bien, hace unos años (junio de 2012) se ha descubierto en el número 1 de esta
calle, durante unas obras de remodelación en un inmueble, los restos de una
torre a la que ya se ha denominado Torre
del Bronce. Esta torre no estaba documentada por lo que el hallazgo se
puede considerar excepcional. Es de sección cuadrada y formaba parte de la
muralla que baja desde el Alcázar. Se la ha datado entre los siglos XI y XII.
El nombre asignado, supongo, no tiene otra significación que cerrar la popular trilogía
de metales.
Así que de la
Torre de la Plata a la de “el Bronce”, la recién aparecida, y de aquí a la
confluencia de las actuales calles Santander y Tomás Ibarra (antigua calle del
Aceite, lo que suena a chiste fácil), donde se situó, en primera instancia, el Postigo del Carbón.
Cierro ya el
círculo, a dos pasos el Postigo del Aceite. Y a otra cosa.
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