El mejor lugar para comenzar un paseo en torno a ella, o al menos desde donde yo lo inicié, es la Puerta de San Vicente, situada ante la plaza de San Vicente, que está extramuros; es la plaza más amplia de la ciudad, aunque no la más importante. En ella se encuentra la basílica de San Vicente, cuyo atrio reina sobre la plaza tanto como la propia puerta de la muralla.
Junto con la del Alcázar, fue la primera en construirse; su ejecución es románica, de pequeña factura y arco de medio punto, enmarcada entre dos torres que sobresalen de la muralla, de más de 20 de altura y que quedan unidas por un puente sobre un arco de medio punto, adelantado a la puerta, desde el que se tiene visión al exterior y a la propia puerta. Originalmente estas torres fueron cuadradas, pero se forraron con el aspecto actual.
Tuvo doble puerta y rastrillo; y aún se puede ver un hueco que comunica directamente su terraza con el vestíbulo entre la doble puerta, que serviría para arrojar líquidos hirviendo a quienes hostigaran esa entrada. En el siglo XIII se la reforzó con foso y una barbacana, que fueron eliminados cuando las reparaciones del XVI.
A su derecha se encuentra el llamado Cubo de la Mula, el primero del lienzo oriental y vértice noreste de la muralla. Este torreón tiene embutido un verraco —siempre se asoció a una mula— y según la tradición, aquí está enterrada la mula que trajo los restos de San Pedro del Barco.
Continuando en sentido horario, la muralla describe una inexplicable curva a pesar de que la orografía del terreno no obligaba a ello, y tras tres torreones quiebra ligeramente, y se refuerza en ese vértice por una torre que sobresale en exceso, algo característico de los cubos situados en las esquinas. Dada la mayor longitud de los lienzos de esta zona, es por lo que se supone y justifica que en su centro se construyeran matacanes, aumentándose así la capacidad defensiva.
Unos metros más adelante está la llamada Puerta del Peso de la Harina, de los Leales o de los Obispos, que no es románica sino renacentista; fue construida en el siglo XVI. Como singularidad decir que es la única adintelada.
Curiosidad: Su nombre proviene de que, en la Casa de las Carnicerías, próxima a ella y una de las pocas que quedan adosadas a la muralla, se custodiaba —primero lo fue en el vecino Mercado Grande— el pote de Ávila, medida de grano que se utilizó durante siglos como patrón de medida en la ciudad. El pote de Ávila conformaba la medida legal para el grano (para la longitud era la vara de Burgos y para los líquidos la cántara de Toledo), que era de doce celemines, o sea media fanega, que al cambio actual se traduce en cincuenta y cinco litros y medio.
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El Pote de Ávila (de avilaenlared.com) |
Seguimos caminando hacia el sur, e inmediatamente después encontramos el Cimorro de la Catedral, que es el ábside levantado en el siglo XV, ya en un periodo del gótico tardío, para ampliar la catedral y que se construyó superando la línea de murallas, por lo que hubo que demoler parte de ella. Se conforma como el gran cubo de la muralla, con su exterior evidentemente fortificado con una triple línea de adarves y un matacán corrido. El aspecto exterior es cerrado y pesado, tiene un potente carácter castrense que fortalece aún más esa zona de la ciudad; como continuación de la muralla, parece un baluarte que contrasta con el interior, ligero y esbelto.
Desde el Cimorro, dice la leyenda, que Alfonso VII se mostró, siendo niño, a su padrastro Alfonso I de Aragón “el Batallador”; fue la acción previa a la matanza de las Hervencias.
Seguidamente, y a poca distancia, se abre la Puerta del Alcázar, la más importante de todas. Se llama así por estar situada justo al lado de lo que fue el Alcázar, demolido en 1927. Se dice que bajo su arco tuvo lugar la llamada Farsa de Ávila, el figurado destronamiento del rey Enrique IV de Castilla y la proclamación como monarca de su medio hermano Alfonso, el 5 de junio de 1465.
Está enfrentada a la plaza del Mercado Grande, la más concurrida de la ciudad, y justo enfrente a la iglesia de San Pedro, ambas extramuros. Es análoga, y coetánea, a la de San Vicente: pequeña y en arco de medio punto, flanqueada por dos enormes torres muy sobresalientes de la muralla, de más de 20 metros de altura que también se unen mediante un puente con adarve desde el que se podía hostigar al enemigo que se encontrara justo ante la puerta. En el siglo XIII, al igual que la de San Vicente, se la reforzó con foso y una barbacana.
Tuvo trabajos de reconstrucción en el siglo XVI durante el reinado de Felipe II, cuando se eliminaron la barbacana y el foso. De entonces queda el recuerdo del escudo que corona el arco.
Fue restaurada en 1907, añadiéndosele almenas como la de San Vicente, a pesar de no existir documentación que avalara su existencia original.
El siguiente torreón tras la Puerta del Alcázar es la torre del Alcázar que, junto con la siguiente torre son los únicos restos que quedan de aquel edificio. Fue construido a finales del siglo XIII por orden de Sancho IV, y reformado en los dos siglos posteriores.
Esta esquina de la ciudad era una de las zonas más vulnerables de la muralla, por lo que su construcción, la del Alcázar, en este sitio, se debió a la necesidad de reforzarla, tal como se hizo con el Cimorro de la Catedral.
El primer cubo fue reformado en el siglo XVII, convirtiéndolo en calabozo y añadiéndole un doble adarve. El siguiente, el de esquina, tiene a unos cinco metros de altura una estela funeraria romana. Entre ambos, muy cerca del primer torreón encontramos la primera poterna.
Estas torres pudieron estar cubiertas con chapiteles, lo que las harían más elevadas y con ello serían una muestra del poder de quien en él habitaba. Entre ambas se aprecia uno de los tres portillos que tuvo la muralla.
El Alcázar, que fue, lamentablemente, demolido entre 1927 y 1930, ocupó lo que hoy es la Plaza de Adolfo Suárez, la Delegación de Hacienda y el edificio contiguo; tras ellos aún se puede ver un muro almenado que cerró por ese lado el Alcázar.
Después de girar a la derecha, y pasados dos cubos, vemos otro de mayor diámetro que también perteneció al Alcázar y que fue utilizado como almacén para la pólvora.
Siguiendo nuestro paseo, con la buena vista del valle de Amblés a la izquierda, llegaremos a la Puerta del Rastro, que también se conoció como del Grajal, de la Estrella o de Gil González Dávila, o simplemente de Dávila.
En este tramo los cubos son de menor diámetro que el resto, aparentando estar muy embebidos en la muralla, la cual, aquí, forma parte del palacio de Navamorcuende, que hoy es sede del obispado de Ávila. Dos de las torres están cubiertas. Por aquí la cerca se cimenta sobre los afloramientos rocosos.
Poco antes de llegar a la Puerta del Rastro, y en uno de los lienzos, se puede observar la existencia de un portillo cegado.
La Puerta del Rastro es original del siglo XII, de pequeño tamaño, en arco de medio punto y cobijada bajo un gran arco carpanel que le fue añadido en el siglo XVI y que soporta un mirador, una galería que pertenece al palacio de los Dávila, que está adosado intramuros a la puerta.
Cuatro torreones más y estamos en la Puerta de la Santa, también llamada de Montenegro. Su primer nombre se relaciona con la plaza a la que se accede, donde hay una preciosa escultura dedicada a la santa, y se levanta la Basílica y casa natal de Santa Teresa. Este edificio queda perfectamente enmarcado ajo el arco de medio punto de la puerta.
Su datación es el siglo XVI, aunque ha sufrido varias reformas. Está flanqueada por dos torres cuadradas entre las que vemos, coronándola, un llamativo matacán. A su izquierda intramuros, se encuentra el palacio de Blasco Núñez Vela, con un espléndido mirador sobre la muralla.
No he podido averiguar por qué se la denomina también de Montenegro. Lo siento.
La última puerta de esta cara sur de las murallas es la Puerta de la Malaventura, Mala Dicha, o Arco de San Isidro. También leo que es conocida como el Arco de los Gitanos. Aunque bien podría llamarse de los Judíos, pues por ella se accedía directamente a su barrio, y por ella se dice que salió la población judía de Ávila cuando los Reyes Católicos decidieron su expulsión. Quizás se llame así por ese uso que tuvo y que supuso aquel infortunio a esa parte de la población.
No obstante, leo que por esta puerta fue por la que también salieron los sesenta caballeros abulenses que fueron ejecutados por Alfonso I de Aragón en la Matanza de las Hervencias. Lo que también se ajusta y relaciona con la desgracia.
Frente a ella, extramuros, estuvo la ermita románica de San Isidoro o de San Isidro, donde se guardaron los restos de este último hasta su traslado a Madrid.
De esta puerta, un simple arco de medio punto, se dice que nunca ha sido modificada. Pero consta que a finales del siglo XIX estuvo tapiado. Como diferencia de las demás diremos que ésta es la única peatonal.
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La Puerta de la Malaventura, hacia 1896 (de muralladeavila.com) |
Llegado el paseo al vértice suroeste de las murallas, que es el llamado Cubo de la Malaventura —supongo que alguna relación tiene con los caballeros muertos en la Matanza de las Hervencias— nos encontraremos hacia el centro del lienzo de poniente, la Puerta del Puente, del Adaja o de San Segundo.
Esta puerta forma parte de las murallas originales, y aunque no tiene el aspecto imponente de las de la cara este, sí tuvo su importancia pues por ella accedían a la ciudad gran cantidad de viajeros. En sus alrededores, y dada la proximidad del río se concentraba el trabajo de molineros y tintoreros.
Fue muy reformada durante los siglos XV y XVII, perdiendo el aspecto medieval que, evidentemente, debió de tener.
Ante ella, y pensando en el desnivel topográfico entre el lienzo oriental y este de poniente, imagino que, en días de grandes lluvias, por esta puerta debía correr el agua como si de un arroyo se tratara.
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Tras el Cubo de San Segundo, que es el vértice noroeste de la muralla, veremos la imagen más característica de Ávila, a la vez que la más sugerente y cautivadora, sea el momento del día que sea: un largo lienzo en el que se levantan 30 torreones, que se va elevando de manera rítmica y apoyado en lo que hoy es un cuidado talud. La inexistencia de edificaciones que distorsionen su imagen, hace de esta parte de la cerca una fotografía magnífica.
Hacia el centro de ese lienzo está la Puerta del Carmen, levantada en un quiebro de la muralla que apenas mide lo que la puerta. A ésta también se la llamó de la Cárcel, y no formó parte de las originales, sino que fue construida en el siglo XIV para facilitar el trasiego de mercancías y el paso de los carros.
Es casi análoga a la de la Santa, la flanquean dos cubos cuadrados, pero ésta se caracteriza porque tras ella asoma la espadaña de ladrillo que, construida en tiempos de Carlos II, formó parte del convento del Convento del Carmen. Esta es la puerta más reconocida de la muralla y cuya imagen se asocia con más facilidad a la ciudad.
La última puerta es la del Mariscal, también llamada de Fuente el Sol, la cual mantiene su discreta morfología tal y como fue construida, con el solo detalle de que su arco es apuntado.
Su nombre viene en recuerdo de Álvaro Dávila, que fue mariscal del rey Juan II de Castilla y que pagó su construcción. Su otra denominación viene por haber sido el bastión defensivo de la familia Fuente del Sol.
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