Pero no lo pude resistir y en cuanto la vi allá
arriba, a la izquierda, sobre un pequeño y despejado promontorio en la ladera
de la montaña, me decidí por ir a verla, a pesar de saber que en el entorno hay
alguna más, y en Marquina varias. Con ésta mataría
el gusanillo y no nos robaría mucho tiempo, pues aún era largo el camino
que quedaba hasta casa.
Puse el intermitente, giro, alguna rotonda, rodeo
un campo de fútbol, leve cuesta y parar el coche. Ligerísima lluvia, la suficiente
para que la compañía decidiera
permanecer dentro del coche. Así que recorrí solo los escasos cien metros hasta
llegar a la torre, y también a la cercana ermita —juntos los dos edificios
conforman un hermoso conjunto—.
Una vez allí me salió al paso un lugareño que al
ver mi interés por la torre se le animó la lengua. Entre las cosas que me contó,
una muy importante, que él había nacido en ella; y que también era una pena que
llevara tanto tiempo cerrada y sin uso.
Apenas sé nada de ella, bueno, no sé nada. Por lo
que me limito a hacer unas fotografías, fijarme en algún detalle y poco más. Ya
buscaré documentación más adelante, en casa.
Y ya en casa, busco, leo y me entero que hay
referencias escritas sobre la torre desde mediados del siglo XV. Por entonces
era propiedad de un tal Rodrigo Martínez de Barroeta. Los Barroeta, como todos
los señores de la nobleza del
entorno, vivían de la agricultura, ganadería de y de la explotación maderera.
También de una herrería aledaña a la torre y, cómo no, de los diezmos aportados
por los lugareños.
Estructuralmente es un edificio sencillo,
construido con materiales simples, del entorno. Y es que su función no fue
totalmente defensiva, sino más bien se trataba de una vivienda fortificada. En
ella residía el señor que estaba al frente de la gestión y vigilancia de sus
tierras, agricultura, ganadería o explotación maderera.
El 15 de octubre de 1470 fue incendiada por los
Ugarte, familia rival de los Barroeta. Años más tarde, en 1496, fue
reconstruida.
A finales del siglo XVII, principios del siglo
XVIII, se acometieron reformas; se levantó una planta más, se abrieron algunos
vanos en las fachadas y se reconstruyó una de ellas. En esa época ya concluían
los enfrentamientos entre nobles locales y en esta torre, como en otras, se
acometieron reformas para mejorar la vida en ellas, dotándolas de un aire
levemente palaciego.
Incluso se la dotó de la ermita que aún se
levanta a su lado —bajo la advocación de Santa Ana y San Joaquín— y en la que
desde 1966 no se realizan cultos. Un edificio de este tipo daba prestancia y
calidad a la vivienda del Señor, y
los Barroeta no iban a ser menos.
Terminando el siglo XVIII, los propietarios se
trasladaron a la villa de Marquina, dejando las tierras e inmuebles arrendados.
En el siglo XIX, la torre fue donada a los
campesinos que trabajaban las tierras, por lo que añadieron y adosaron pequeñas
edificaciones que les pudieran servir a la explotación agrícola. Así que
terminaron convirtiéndola en un caserío efectuando en ella las reformas
necesarias para su nuevo uso.
Si ya de lejos, dentro del paisaje, tiene un
aspecto formidable, que aumenta al verla próxima. El volumen de piedra impone
con la cercanía: más de 15’00 metros de altura —a los que hay que añadir el
último piso que se añadió en el siglo XVII—, y 1’60 metros de grosor en sus
muros de planta baja. Todo ello bajo una
cubierta de teja a cuatro aguas.
Está construida con mampostería y refuerzos de
sillares en las esquinas y en algunos vanos; en su interior forjados de madera.
Incluyendo el establo, son cuatro las plantas en
que está dividida. Desde afuera se accede a la primera planta, la más noble, a
través de una escalera de piedra.
En su cara norte conserva un matacán y en tres de
sus fachadas aun permanecen restos de los canecillos que soportaban mediante
jabalcones el alero del antiguo tejado.
Se distinguen dos fases en su construcción:
gótico tardío apreciado en las puertas, dos ventanas geminadas y algunas
troneras diseñadas para armas de fuego; y el añadido del último piso y los
vanos adintelados de la reforma ejecutada en el siglo XVII.
No olvidar la ermita. Un pequeño apunte:
construida en estilo barroco, tiene planta cuadrada, muros de mampostería y
sillería en la fachada, que le da un sólido aspecto. La entrada está cubierta
por un pórtico de madera soportada por dos columnas toscanas. Junto a la puerta hay una pequeña pila para agua bendita.
Leo que el interior se cubre con dos
tramos de bóveda de crucería separados por un arco que se apoya en ménsulas.
Nombre: Torre de
Barroeta
Municipio: Marquina-Jeméin (Markina-Xemein)
Barrio Arretxinaga
Provincia: Vizcaya
Tipología: Torre —torre rural bajomedieval—
Época de construcción: siglo XV.
Estado: Se encuentra en un aceptable estado de
conservación, o al menos aparentemente, a pesar de encontrarse cerrada y sin
uso. De seguir así, no la auguro mucho tiempo así. En breve habrá que decir que se encuentra en estado de ruina
progresiva.
Propiedad: Privada
Uso: actualmente sin uso definido, se encuentra cerrada.
Visitas: sólo el exterior.
Protección: Bajo la protección de la Declaración genérica del
Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico
Español.
Calificación
subjetiva: 2, si se pasa
cerca y se va con tiempo pues se acerca uno a verlo. Es decir, que se incluirá
en una ruta de viaje pero no pasa nada si luego no se visita.
Otras cuestiones de interés: hasta hace poco fue casa de labranza; hoy permanece cerrada.
Leo por
ahí un dato curioso: en esta torre nació el abuelo de Fabiola, que fue Reina de
Bélgica.
Además, destacar
que son numerosos los edificios de carácter militar que se encuentran en
Marquina, como: el palacio de Solartecua o de Mugartegui, de 1666, construido
sobre la muralla medieval de la villa y sede actual del Ayuntamiento; el
palacio de Ansotegui; el de Murga, del siglo XVII, que en su interior conserva
la torre Bidarte; la torre Antxia, adosada a la muralla medieval; la torre de
Ugarte, muy afín a la de Barroeta; y el palacio Patrokua o Villa Gaytán, del
siglo XVIII, edificio vinculado a la familia Barroeta.
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