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Subiendo la marea (de playascalas.com) |
Continuando el paseo por
la costa de Huelva, y después de haber visto la torre Arenillas, en la
embocadura del puerto de Huelva, llego a la torre del Oro, o del Loro, que
también he leído así su denominación. Me voy a quedar con la segunda, me suena mejor,
distinto, como más exótico, y además me sirve para no confundirla con la torre
sevillana del Oro.
En primer lugar, y antes
de olvidar escribirlo, tiene esta torre una particularidad que quizás muy pocos
edificios posean, y es su ubicación: se sitúa justamente en el punto de
intersección de los límites de cuatro municipios. Es decir, que cuando se la
rodea, se va pasando de un término municipal a otro, concretamente del de Palos
de la Frontera al de Moguer, de éste al de Lucena del Puerto y por último al de
Almonte.
Así que hablar de la
historia del lugar donde se localiza la torre (tema por el que me intereso con
cada castillo o similar) me parece hoy innecesario, porque habría que hacerlo
de varios pueblos. Y como los cuatro tienen motivos y elementos para incluirlos
en esta Casa de la Tercia, me limitaré hoy sólo a la torre.
A ella se puede llegar
desde Huelva o desde Matalascañas, ya que está en la carretera que une ambas
poblaciones.
Si se miran atentamente los
tres mapitas no habrá pérdida. Apenas once kilómetros desde Mazagón hacia
Matalascañas, desvío señalizado a la derecha, por supuesto dirección al
mar, hasta una vieja edificación que fue
residencia veraniega de militares o algo así. Y desde aquí se desciende hasta
la playa por un camino arenoso, rodeado de vegetación y humedad, desde el que
enseguida se ve la torre. Si es verano, como fue mi caso, la torre estará
rodeada de bañistas, lo que quita algo de encanto a la hora de mirarla, pero no
por ello decepcionará, no desagrada que todo lo bueno pueda ser compartido.
Elcamino que lleva a la playa, al fondo la torre. |
El entorno donde se
ubica es sencillamente espectacular: Parque Nacional de Doñana, acantilados del
Asperillo y las arenas de la playa más larga de España, la playa de Castilla,
llamada así en honor al Reino de Castilla, ya que fue la primera salida al
océano Atlántico que tuvo la Corona de Castilla en el sur de la península.
Decía que es la playa
más larga de España porque supongo que no hay otra que supere los casi sesenta
kilómetros que distancian Mazagón de la desembocadura del río Guadalquivir. Un
inmenso paseo de arena, bello e interminable, que se agradece después de la
visión que la ciudad de Huelva deja con sus fábricas y sus humos. A un lado el
océano, y al otro el bosque de pinos, las dunas, el parque de Doñana.
Naturaleza en fin, de la buena.
Y en el entorno de la
torre, en el acantilado, manantiales de agua dulce y baños de lodo. Todo un
completo para un día excepcional.
Y ahora un poco de
historia, pero muy poco:
Digamos
que todo lo dicho en otros artículos respecto a la historia de las torres
costeras de Huelva, es extensivo a ésta. Así que poco he de añadir a lo de que “forma
parte del plan concebido en tiempos de Felipe II para proteger la costa desde
Faro hasta Tarifa”. Los piratas berberiscos y su afán por saquear la
costa española, obligaron a ejecutar la línea de torres almenaras que, hoy
medianamente conocemos.
Como
en todas las demás, se eternizó su construcción, que quién la paga, que quién
la construye, que quién vigilará desde ella. En fin, temas que aún perduran.
Con
el tiempo, y seguramente por motivos también económicos, fue disminuyendo su
uso, reduciéndose a las épocas del año en las que los piratas frecuentaban nuestras costas, que
claro está, coincidía con el verano.
Su
nombre, del Oro, proviene del arroyo que desemboca al mar frente a ella. La
palabra se va deformando ligeramente hasta llegar a Loro, y de ahí no sólo a la
torre sino también a urbanizaciones, bares y restaurantes. Incluso existe un
vino, de esos que llaman de mesa o sea, de calidad indefinible por no molestar,
que lleva su nombre. He de incluirlo en mis recurrencias.
Y
ya está.
Si la marea está baja
podremos apreciar hasta sus cimientos, y rodeada de agua si está alta. No debió
ser así en la antigüedad, cuando la pleamar no llegaría hasta donde ahora lo
hace; así se explica su ubicación aquí y no sobre el acantilado. La situación
es totalmente inversa a las anteriores: la de Isla Canela, la del Catalán o la
de Punta Umbría. Merece la pena verla emerger del agua, sugiriéndonos compararla
con la estatua de la Libertad en aquella inolvidable película.
Leo
que fue considerara “muy buena y bien artillada” a pesar de que las dos piezas que
disponía estaban “en el suelo y enclavadas, que no son de ningún provecho”. Aunque la
guiadigital.iaph.es se refiere a que hay textos que señalan que en su plataforma se encontraban situados tres cañones de hierro de los calibres 12, 8 y 6.
De
los dos tipos que se construyeron, ésta era de las de mayor tamaño, como la de
Punta Umbría, con dos cámaras interiores y terraza.
Tuvo dos cuerpos, el inferior formado por sillares a escuadra en soga, siendo esta medida cuatro veces mayor que su canto, lo que le proporcionada una enorme solidez. Estos sillares sólo forraban el primer tercio de la torre, siendo mampuestos el resto; se pensó que eso era suficiente para para soportar las fuertes acometidas del mar.
Por otra parte, dada su ubicación en el pleno arenal de la playa, se optó por rellenar, una vez construida, el aljibe o pozo central de argamasa de cal y ripios, para evitar que la oquedad comprometiera la verticalidad de la torre. Los cimientos de la torre se encharcaban continuamente tanto por la pleamar como por el río del Loro que ahí desemboca.
Hoy podemos observar entre sus restos que la cámara estuvo cubierta con una bóveda semiesférica —un gran fragmento desprendido de la torre así lo atestigua—, y que el acceso a la cubierta se hacia mediante una escalera de caracol.
A pesar de su lamentable
estado, no es la peor conservada. La torre de la Higuera en Matalascañas está bastante
más deficiente, y la del Asperillo apenas si se aprecia. Pero ahí sigue,
aguantado el viento, las olas del mar, resistiendo al paso tiempo en un
entorno, para ella, bastante agresivo.
Al menos consuela que su
deterioro no es obra del hombre sino de los elementos atmosféricos, del
terremoto de Lisboa y de la constancia del mar. Pero no debe bastar ese
consuelo para evitar prestarla atención antes de que le llegue el final. Es necesario
consolidar lo que de ella queda para que los inviernos, los temporales y el
arroyo del Oro, no socaven sus cimientos y la echen total y definitivamente al
suelo.
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