martes, 19 de julio de 2016

Montemolín, castillo de Montemolín

Casi a seis kilómetros de la autovía E-803 o A-66, o sea, la actualmente llamada Vía de la Plata, y entre las poblaciones de Monesterio y Fuente de Cantos, está Montemolín, pequeño pueblo de algo más de 1.300 habitantes que ha visto pasar su larga historia, siempre, a la sombra del que debió ser una fuerte y arrogante alcazaba primero y después decrépito castillo. 
Lástima que hoy parezca estar relegado a la desidia de ignorantes gobernantes y a la expresión negligente de inconscientes restauradores.

Fachada oeste del castillo; a la izquierda la torre del Homenaje.


EL LUGAR Y EL CASTILLO:

Montemolín es uno de esos lugares a los que les viene de largo la historia. Una necrópolis —Val de Cuerna— y un capitel bajo la pila bautismal de la iglesia parroquial, nos recuerdan que los romanos anduvieron por aquí. Por entonces, este lugar era conocido como Apiaum, muchas abejas o algo así.
Pero antes llegaron los lusitanos, túrdulos, tartessos y turdetanos, desde cada uno de los cuatro puntos cardinales; y después los griegos y fenicios para explotar y comerciar algún recurso minero.

Con los árabes, que repoblaron la zona y construyeron la alcazaba y una mezquita, ya fue conocida como Montemolín, seguramente por Aben Juset Mahomat Miramamolín, el derrotado de Las Navas de Tolosa.
Estos levantaron la fortaleza sobre, seguramente, otra romana, aprovechando la estratégica situación del cerro —muy cerca de la vía de la Plata—, en la cara norte de Sierra Morena.

En 1246, Pelayo Pérez Correa, Maestre de la Orden de Santiago, conquista la villa y su castillo en nombre del Rey Fernando III el Santo. Dos años después, el rey se los dona a la Orden, estableciéndose aquí una Encomienda.
Los cristianos amplían y reforman la fortaleza, añadiendo dependencias para adaptarla a sus nuevos propietarios, como la iglesia de Santo domingo, la torre del Homenaje y la torre semicircular llamada Plato de la Reina.


En el año 1608, la población fue vendida, bajo el título de Marquesado de Montemolín, a unos banqueros genoveses —al igual que Almendralejo, Fuente de Cantos, Calzadilla de los Barros, Medina de las Torres y Monesterio— en pago a unas deudas que tenía el rey Felipe III. No sería esta la última vez que fuera vendida pues en 1819, el rey Fernando VII vuelve a enajenarla (a población había recuperado su carácter público mediante compra de su jurisdicción en 1776) en favor de su hermano Carlos María Isidro de Borbón a fin de, como no, saldar deudas “reales”. El hijo de éste, Carlos de Borbón y Braganza, adoptó el título de Conde de Montemolín entre los años 1845 y 1861, tiempo en que pretendió la corona española.
Cuando el Pretendiente y sus partidarios perdieron sus reivindicaciones, la población revirtió definitivamente a la administración nacional.

Fachada sureste, donde se encuentra la puerta de acceso.


LOS DETALLES: 
Leo en alguna página web las medidas exactas del castillo, y como el día que lo paseé no se me ocurrió contrastar esas medidas, doy por buenas las leídas, que son: 114 metros de largo por 54 metros de ancho; y desde su cota más baja a la más alta hay una diferencia de 33 metros. Todo ello sobre una planta ligeramente rectangular, adaptada a la topografía del cerro, y encerrada en un perímetro salteado de numerosas torres.
Sus constructores fueron los almohades, allá por el siglo XII, venidos del norte de África que utilizaron, como en ellos era normal, tapial, o sea, barro secado al sol; y también mortero de cal y ladrillo.
El acceso, después de rodear la montaña por un cómodo sendero, se sitúa en la fachada sureste. La puerta, en recodo, la compone un grueso arco de ladrillo, y la protege una barbacana flanqueada por dos torres ochavadas. Desde este baluarte, dos lienzos de muralla, uno a cada lado, terminan en dos torres cuadradas en esquina.

Llegando a la entrada del castillo; en primer término la barbacana.

La puerta desde el interior.

Las fachadas noreste y suroeste están compuestas por lienzos, quebrados en plantas y torres cuadradas que refuerzan esos quiebros, Ambos lienzos confluyen en la zona oeste de la colina que es donde se construyó el alcázar.
De aquella época destaca el aljibe, rectangular y cubierto con una bóveda de medio cañón a base de lajas de pizarra.

Ya en el siglo XIII, los cristianos remodelaron por completo el castillo: levantaron nuevas edificaciones y dependencias —despensas, bodegas, caballerizas, horno, mazmorras—, modificaron otras, construyeron el llamado aljibe de los Arcos y hasta edificaron una iglesia que consagraron a Santo Domingo y a Santiago (su cultura, evidentemente, les obligaba a estas cosas).

Interior del castillo; al fondo, en lo que ha quedado lo que fue el alcázar.

Los cristianos no dejaron de reedificar y ampliar la fortificación, adaptándola a las necesidades que les iban surgiendo. Reforzaron murallas y torres con ladrillos y sillares en las esquinas y añadieron una nueva torre del homenaje —rectangular, de 14 metros por 10, y de mampostería con sillares en las esquinas. A esta torre se accedía mediante una escalera que terminada en un pequeño puente levadizo.
Otro elemento significativo que los cristianos levantaron fue la torre conocida como “Plato de la Reina”, situada en la fachada sur y ejecutada con mampostería y mortero de cal.

Interior del castillo; a la derecha la torre Plato de la Reina. al fondo la población.


Hasta el siglo XVII en que dejó de estar ocupada la fortaleza, los trabajos de remodelación y mantenimiento fueron casi continuos. De ello dejaron puntuales anotaciones los Visitadores de la Orden de Santiago, los cuales inspeccionaban periódicamente todas sus posesiones. Por ellos sabemos que a finales del siglo XV se consolidaron gran parte de la fábrica de las murallas; o que en los primeros años del siglo XVI construyeron un nuevo salón, se abrieron ventanas en algunos muros se recorrió el tejado de la torre del Homenaje y otros tejados más, y se arregló y encaló el aljibe de los Arcos.
Lamentablemente nada de aquello nos ha llegado, habiendo permanecido en pié sólo restos árabes.
A pesar de todos esos trabajos, a finales del siglo XVI, el proceso de deterioro ya se había iniciado, y nada se pudo hacer para detenerlo. Abandonado en el siglo XVII, el desgaste fue paulatino y constante.
A principios del siglo XX aún quedaban elementos arquitectónicos dignos de conservarse. Sin embargo no fue así, su abandono y el desinterés por el edificio llevó, a finales del siglo pasado, a que perdiera gran parte de la torre del Homenaje a causa de un temporal.

Lienzos de muralla de moderno hormigón.






 

RESUMIENDO:

Nombre: Castillo de Montemolín.
Municipio: Montemolín.
Provincia: Badajoz.

Tipología: Castillo.
Época de construcción: Hacia el siglo XII, por los árabes y remodelaciones a partir del siglo XIII por los cristianos.
Estado: Se encuentra en estado de ruina, aunque los desacertados trabajos de reconstrucción y consolidación han reducido el proceso de deterioro al que está sometido.

La torre del Homenaje reconstruida.


Propiedad: pública, Ayuntamiento de Montemolín.
Uso: sin uso definido.
Visitas: El acceso es libre, al menos cuando yo lo visité, allá por diciembre de 2005.
Protección: Bajo la protección genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre Patrimonio Histórico.

Clasificación subjetiva: 2, si se pasa cerca y se va con tiempo pues se acerca uno a verlo. Es decir, que se incluirá en una ruta de viaje pero no pasa nada si luego no se visita. Realmente debe bastar con su contemplación desde la lejanía y su perfecta integración en el paisaje, como casi todos los castillos; visitarlo y pasearlo supone una decepción.
Cómo llegar: Hacia el kilómetro 715 de la autovía A-66 o E-803, veremos el castillo a lo lejos, a la izquierda si vamos hacia el sur, y a la derecha si nuestro destino está al norte. En se punto, tomamos la BA-094 para legar en pocos minutos a nuestro destino. A las afueras del pueblo, junto a la ermita de Ntra. Sra. de la Granada parte una camino que rodeando el cerro no llevará hasta la puerta del castillo
Otras cuestiones de interés: A unos cuatro kilómetros del pueblo, en un lugar denominado Gallicanta, se encuentra un puente medieval, practicable y en muy buen estado —un gran arco central flanqueado por otros de menor arco— que salva el arroyo Viar. Fue construido en plena Edad Media (¿?), y remodelado siglos después.


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