martes, 29 de septiembre de 2015

La puerta y la muralla de la Macarena


Llego a la Macarena, al final de la calle Bécquer, en la confluencia de las calles San Luis y La Resolana; y por fin veo piedras viejas, medievales, almorávides, almohades, qué más da: murallas, almenas, barbacana , torres.

Estoy en la zona más al norte de la ciudad, que es donde se ubica la Puerta Macarena, o arco de la Macarena, como popularmente hoy se la conoce; y frente a ella la basílica de la Macarena, que como a otros edificios que me he ido encontrando en mi paseo, no dedico espacio en este artículo, por no ser ellos su motivo, que mi interés va por otro camino. Así que lo siento macarenos, que no es desdén, sino otros intereses. Los demás, en algunos casos, quedan nombrados pero no descritos.

El arco de la Macarena, a su derecha la Basílica.
Leo que este topónimo, "Macarena", queda ya citado en el repartimiento de la ciudad cuando fue tomada por Fernando III, y que el lugar tuvo una gran importancia mercantil como zona de activo comercio. Importancia que se acrecentó en la Edad Moderna con la construcción, frente a ella, del Hospital de las cinco Llagas, o de la Sangre. Lo que hasta entonces era un simple cruce de caminos, se convirtió en un amplio lugar urbanizado y estéticamente hermoso gracias al nuevo edificio. Estética que cambiaría bruscamente en 1649, cuando una epidemia obligó a establecer en el llamado campo del Hospital, un cementerio para enterrar a las numerosas víctimas de esa epidemia, que fue tan espantosa que dicen que aún dos años después, este barrio, de San Gil, permaneció desierto con sus casas deshabitadas.

Las murallas, el Hospital de las Cinco Llagas y nada, nada, nada de tráfico.
Y si cuando estaba en la Puerta Real dije que se llamó así porque dos reyes importantes, Fernando III y Felipe II, accedieron triunfalmente por ella a la ciudad, más real debió denominarse ésta, pues por ella entro en 1327 Alfonso XI; después en 1358 fue el Infante D. Fadrique, que llegó engañado a la ciudad para ser muerto a traición por mandato de su hermano el rey D. Pedro I de Castilla, el Justiciero para unos y el Cruel para otros, según el bando en el que militaran.

En esta foto se ve algo de tráfico delante de la puerta, pero poco.
Después lo hicieron los Reyes Católicos; y después, ¿qué digo real?, imperial deberíamos llamarla, pues el 10 de marzo de 1526 entró por ella a la ciudad de Sevilla el Emperador Carlos, que vino a celebrar su boda con la infanta  Dª Isabel, hija de los reyes de Portugal,  que el día anterior había llegado a la ciudad (de ella no sabemos qué puerta utilizó). Previo a la entrada en la ciudad, el Emperador reconoció los privilegios, exenciones, derechos, buenos usos y costumbres de la ciudad, todo ello mientras permanecían cerradas las hojas de la puerta; hasta que no se firmó y verificó el documento, no se abrieron las puertas y se dio paso a la regia comitiva, que con solemne ceremonia llegó hasta el centro de la ciudad y desde allí a los Reales Alcázares. 

Hacia 1560, el maestro mayor de obras de la ciudad, o sea un colega, informa que debería ser derribada y levantada de nuevo, como tantas otras puertas de la muralla; su estado era muy deplorable. Pero sólo se limitan a realizar algunas mejoras y a colocar una placa con las armas del rey Felipe II, como se venía haciendo en otras puertas importantes. Las obras de mejora y consolidación continúan hasta finales del siglo XVI: sustitución de las hojas de la puerta, ensanche del arco y un nuevo informe del mal estado y del peligro para los usuarios.

Durante el siglo XVIII fue reedificada en dos ocasiones, en 1723 y en 1795, según consta en dos lápidas que aparecen en su fachada extramuros y a la izquierda. Varias lápidas más podemos contemplar en sus fachadas: una a la derecha del arco, también extramuros, contiene una ordenanza fechada en 1630 mediante la que se "previene a los guardas que no ejerzan su ministerio en caminos ni punto alguno fuera de la puerta"La lápida más reciente, de 7 de mayo de 1923, nos dice que “la Virgen Macarena toma posesión del arco”, lo que determina que su grado de protección es divino, superando la declaración genérica del Decreto de 22-abril-1949 y la Ley 16/1985 sobre Patrimonio Histórico Español, y aún más, superando el reconocimiento especial de la Junta de Andalucía de 1993, a los castillos de la Comunidad andaluza. Y para certificar el Grado de Protección, sobre el arco un soberbio azulejo que representa a la Esperanza Macarena y el que se lee el lema: “Esperanza nuestra, Ella es morada de Dios y Puerta del Cielo”. Y además, los escudos de España, Sevilla y de la Hermandad.

Sobre el arco, la Macarena certificando su posesión.
Pero la remodelación más importante que se lleva a cabo en ella, es la que sufre en 1836, cuando se ejecutaron obras defensivas motivadas por el avance de las tropas carlistas. Dichas obras, que comenzaron el 29 de septiembre, consistieron en un gran foso con parapeto y puente levadizo. De las demoliciones masivas de finales de siglo, nos quedó lo que hoy vemos, y demos gracias que al menos eso vemos.
Inmediato a esta puerta y en dirección a levante, se levantan los lienzos de la muralla, barbacana y torres, que se extienden desde este punto hasta la siguiente entrada a la ciudad, que era la denominada Puerta de Córdoba.
La muralla de la Macarena, y por extensión la de toda la ciudad, es igual a todas las que se construyeron durante la dominación musulmana, fueran almorávides, almohades o nazaríes. Es decir, muros de tapial utilizando el material del terreno próximo, cal y agua, y encofrado de madera, claro; algunos mampuestos de piedra para reforzar esquinas, y ladrillo en contadas hiladas de las torres y en la formación de los huecos. Aquí, en Sevilla, todas las torres son de planta cuadrada o rectangular, siguiendo la tónica general, aunque en el siglo XII se introdujeron otras plantas, como la octogonal aunque irregular, de la torre Blanca.

Voy recorriendo la muralla despacio, lo hago extramuros, junto a ella y a veces desde la acera opuesta de la avenida, buscando amplias perspectivas aunque peores fotografías. Y cuento: lienzo de muralla, cubo y nuevo lienzo de muralla; los tres elementos almenados y delante de ellos el antemuro, que en grandes fortalezas, como esta, también se llamó barbacana.

Primera torre de la muralla. Los primeros lienzos de muralla están aún almenados.
Ese segundo lienzo termina en la llamada Torre Blanca, hermana de la Torre de la Plata, y en el siguiente lienzo, también almenado y con barbacana, el primer postigo de los dos existentes  que se abrieron a golpe de piqueta  en 1911 para, evidentemente, facilitar el tránsito. 

                             

Tamaña barrabasada obligó a la Real Academia de Historia de Sevilla a protestar enérgicamente ante el ministerio de Institución Pública y Urbanismo para que evitase es actuación sobre un monumento Nacional. Protestas que no surtieron efecto, como fácilmente se puede comprobar hoy. Ambos postigos son los únicos puntos que cortan la barbacana, que se construyó en un solo lienzo entre la Puerta Macarena y la Puerta de Córdoba.
Abriendo uno de los portillos
Terninado el otro portillo
Y así vemos hoy el primero de los postigos.
Atravieso el postigo y miro intramuros la muralla, que queda desnuda, descubierta y aparentemente frágil (así al menos me lo parece al ver el camino de ronda sin parapeto, desprotegido). Mejor volver a la avenida y seguir por ahí el paseo; antes una mirada a la liza, ese estrecho espacio entre muralla y barbacana,  y una sonrisa de alegría al ver que lo que fue el foso, hoy ajardinado, está cuidado y ayuda a engrandecer este espacio.

La muralla intramuros, al fondo la torre Blanca.
Continuo: un nuevo lienzo almenado entre dos torres igualmente almenadas, y todavía cinco paños más de muralla hasta la Puerta de Córdoba, alternándose torres almenadas con otras desmochadas pero también consolidadas, después de la restauración de los años 80 del siglo pasado. En total siete torres cuadradas y una octogonal, dos postigos sin nombre (los postigos de la Infamia), y las dos puertas que flanquean el magnífico monumento, todo ello en un entorno limpio y amplio, donde se puede admirar con tranquilidad y sosiego este espacio único.
El segundo de los postigos, peor rematado; no lo almenaron.
Una mirada atrás: muralla, antemuro y foso.
La primera de las torres desmochadas, aunque consolidadas.

La misma torre anterior, desmochadas también muralla y contramuro.
El último lienzo de la muralla, la torre del fondo en propiedad privada.
He llegado a la Puerta de Córdoba habiendo recorrido la mitad de lo que fue la muralla urbana de Sevilla. Estoy ante una puerta que quizás sea la que mejor se ha conservado en su disposición y estado original, con un carácter verdaderamente militar y cerrado. Releo la frase y me doy cuenta de la perogrullada: no es que sea la mejor que se ha conservado y tal…, es que es la única. Y junto con el postigo del Acetite son las dos puertas que se salvaron de la demolición masiva en 1868. Eran los gloriosos momentos de la revolución septembrina: adiós Isabel II, hola-adiós Amadeo, hola-adiós República.

A ver, estaba yo al final de la muralla de la Macarena, frente al convento de los Capuchinos, en una calle que lleva, como no, el nombre de esta puerta. Miro la puerta y los papeles que llevo. Leo que se trata de una torre-puerta almorávide, dispuesta en recodo en una torre saliente de la muralla que, por su ubicación  y por la estructura urbana del entorno, nunca llegaría a alcanzar una actividad estratégica importante. Y quizás sea por eso por lo que no fue afectada por las obras de reforma que se llevaron a cabo de manera generalizada durante el siglo XVI, a pesar de estar incluida en el documento de mejoras de 1560.  Y es que debió tener poca importancia  en relación a las comunicaciones y a las actividades comerciales de la ciudad. Así que, definitivamente esta pudo ser la razón de su salvación en cuanto a las consabidas reformas del quinientos, es decir, que los responsables del momento se olvidaron que la puerta andaba por ahí. Otra pudo ser su buen estado de conservación, que aún hoy lo sigue siendo. Tal vez por eso se volvió a salvar cuando la gran limpieza de la Gloriosa.

Pero en 1569 sí sufre algunas modificaciones, más ornamentales que defensivas: se erige una capilla en planta alta, con acceso mediante escalera en su fachada norte, y se coloca una lápida en referencia al martirio de San Hermenegildo. En 1600 se inician las obras de una iglesia, que hoy existe, medianera a la puerta, y con la advocación a este santo, muy venerado en la ciudad desde la Baja Edad Media y que parece ser sufriera  prisión y martirio en esta torre.

La imagen más antigua que he encontrado de la puerta.
Su topónimo no aparece en fuentes islámicas, pero sí en el Libro del Repartimiento, así como en algunos otros documentos desde el siglo XIII. Los repobladores de la ciudad la denominaron así porque tras la reconquista, en la zona se asentaron gentes venidas de Córdoba; aunque parece más lógico que el nombre sea este por partir de aquí el camino que unía las dos ciudades.



La puerta de Córdoba, la de la derecha extramuros, a la izquierda la calle Macarena.
Ahora unas fotografías al monumento, que permanece cerrado (a ver si un día de estos me entero por qué siempre están cerradas sus puertas), y aprovecho para volver a ver la muralla de la Macarena, esta vez intramuros, por la calle del mismo nombre y observar de cerca su estado: bien consolidado el tapial, la piedra nueva que quiere ser vieja, y tan bella la cara interior de la torre Blanca y tan distinta a la exterior. Atravieso una de las falsas puertas, portillos que habría que cerrar y los automóviles que den la vuelta.

Una última ojeada al intramuro de la ciudad, antes de seguir el paseo.
Reinicio mi camino, Ronda de Capuchinos adelante, hacia donde estuvo la Puerta del Sol. Siguiente parada.

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