martes, 30 de junio de 2015

Medellín, castillo de Medellín

Antes de empezar a escribir sobre algún castillo, o continuar con otros temas relacionados, siento el deber de acercarme a mi tierra, la de nacimiento y crecimiento, y pasear, en principio, por uno de aquellos tres castillos que desde el Puente de la Vía de mi pueblo se observaban: uno al norte, el de Castilnovo, al que todos conocían como el de la Encomienda; al sureste Magacela, largo y alto a la vez y gris en la lejanía; y el tercero, Medellín, cuando se miraba al oeste.
A este último me dirijo.

El Cerro del Castillo desde el norte.


El castillo de Medellín es uno de esos castillos que los mires desde donde los mires siempre se verá bien. Y es porque se levanta sobre un cerro único, casi aislado; y ninguno de los cercanos es como él. Los más próximos, a pesar de su vecindad, no atenúan su visión. A sus pies el pueblo se extiende sobre el llano próximo, vega que se alarga hasta Las Cruces por el sur. Y por el norte, lamiendo la ladera, el Guadiana lo abraza y protege, ayudado por el Ortiga que, más humilde y modesto, ayuda en la labor de foso centenario. Poco más allá otros cerros, pero esos no estorban; muy al contrario, desde ellos la visión de Medellín es soberbia, su altura incluso aumenta, permitiéndonos comprender el por qué de ese lugar, el poder que tuvo, y sus guerras y sus miserias.

El inconveniente radica en que desde esos cerros acechan otros enemigos, en forma de nuevas construcciones, que pretenden ser el objeto de las miradas del viajero y no son más que seres envidiosos que saben que jamás alcanzarán la estatura de ése y de cualquier otro castillo encaramado en un cerro.

Cada vez que lo contemplo, desde cualquiera de los caminos que se acercan a él, recuerdo aquello que dicen que dijo Ortega y Gasset sobre el castillo de Jadraque y el lugar donde se asienta, que era “el cerro más perfecto del mundo”; y yo, que de filosofía lo justito, me atrevo a corregir al señor aquel y decir que, con toda seguridad, nunca observó, ni siquiera en foto, el Cerro del Castillo de Medellín. Que si lo hubiera hecho, estoy seguro que la frase habría ido dirigida a mi cerro paisano.

Vista del castillo desde el suroeste.

Un cerro que, hace más de 2.000 años, dicen que fue testigo de la presencia de un pueblo conocido como conios, tal vez de origen celta o quién sabe si anterior. Se conoce que su población principal se llamó Conistorgis, y que los lusitanos, enemigos de Roma, la destruyeron porque los conios eran aliados del Imperio. Pues bien, por los restos encontrados, de época tartésica, se piensa que Conistorgis estuviera donde la actual Medellín.

Hacia el año 79 antes de nuestra Era, el Cónsul Quintus Cecilius levanta un campamento que daría lugar a la población de Metellinum, llamada así en honor a aquel —sus apellidos eran Metellus Pius—. Los romanos, como no podía ser de otra modo, dejaron su marca, y de qué manera: un puente sobre el Guadiana que se fue deteriorando durante siglos hasta ser sustituido por el actual que es de principios del XVII; los restos de un teatro, excepcionalmente construido en la ladera de una montaña y apenas excavado; y algunos vestigios más que el tiempo nos irá mostrando. Sin duda.

Después, hacia el 768, llegan los árabes y se instalan allí durante cinco siglos. Construyen un castillo, cómo no, en el Cerro, reforzándolo aún más y ampliando sus murallas por la ladera para proteger a la población. Renombran el lugar como Madallin, y controlan el puente y con ello el paso del río, dando nuevamente al sitio la importancia estratégica que siempre tuvo.

 En 1188 Alfonso VIII toma la ciudad —ya lo había intentado Ordoño II de León en el año 915, aunque se limitó a algún ligero saqueo—, pero el gozo duró poco pues los almohades la recuperaron al poco.

Nuevamente cayó en poder cristiano en 1227 por obra y arte de Alfonso IX de León, y una vez más —dos años después— fue recuperada por los musulmanes. Hasta que en 1234 Fernando III el Santo, quién si no, conquista definitivamente la plaza para la corona de Castilla con la inestimable ayuda de las órdenes de Alcántara —a la que le concedió la plaza— y Santiago, y del obispo de Plasencia, bajo cuya diócesis quedaría la ciudad integrada. Ya de paso, también se conquistó Magacela, Alange y otras plazas de La Serena.

 Desde San Fernando damos un salto en el tiempo y nos colocamos en 1485, que es cuando nace su hijo más ilustre, Hernán Cortés, aunque no el único. A principio del siglo XVI, junto con algunos cientos de sus vecinos, como Alfonso Bernáldez de Quirós, Alonso Martínez de Rivera y Diego de Sanabria, entre otros, busca de fortuna en las tierras recién descubiertas. El resultado de todo aquello es bien conocido pero sin cabida en este blog. Tanto dio de sí aquello que varias ciudades en Iberoamérica son nombradas con el topónimo de Medellín —México, Colombia y Argentina—, y otra en Filipinas.

 Y cómo no, llegaron los franceses, que libraron batalla contra tropas españolas en sus inmediaciones el 23 de marzo de 1809. Por parte gabacha, el Mariscal Víctor, que dicen no se movió del atrio de la iglesia de Santiago, derrotó al General Cuesta infligiendo unos diez mil muertos al ejército español. De tal magnitud fue la victoria francesa, que el nombre de Medellín está gravado en el Arco del Triunfo en París junto al resto de las victorias napoleónicas.

Las consecuencias del paso de los franceses por Medellín —del 28 de marzo al 12 de mayo de 1809, ni dos meses— no quedaron ahí. Cuando se marcharon dejaron un lugar casi despoblado, una economía arruinada y un general expolio en todo su patrimonio, incluido el castillo. A mediados del siglo XIX, el pueblo aún no se había recuperado. En fin, cosas de los franceses.

Medellín desde el castillo. En primer término la iglesia de Saantiago.

 Distintos, aunque no por ello menos graves, fueron los hechos y consecuencias que en la población tuvo la Guerra Civil del 36. Estabilizado allí el frente y, hasta que fue tomada por los Nacionales en el verano de 1938, Medellín fue testigo de enfrentamientos aéreos —se dice que el escritor André Malraux, jefe de una escuadrilla republicana, participó en alguno de ellos, resultando herido—, y también terrestres; en el castillo se hicieron algunas obras para adaptarlo a la guerra que entonces se estaba viviendo. Y es que el puente, siglos después, seguía siendo un importante objetivo militar, por lo que los bombardeos sobre él y sobre el pueblo fueron numerosos.

Terminada la guerra y dada la ruina en que quedó, Medellín fue incluida en el Servicio Nacional de Regiones Devastadas para su reconstrucción.

El castillo desde la torre norte.

  

El castillo desde la torre norte.

EL CASTILLO


La fortificación que hoy paseo no es, evidentemente, la musulmana —siglos X y XI—, ni siquiera la original cristiana, que fue muy modificada y reformada a causa de los numerosos desperfectos sufridos durante el siglo XIV por las disputas que sus diversos propietarios tuvieron con otros nobles rivales. Y es que después de la conquista por parte de Fernando III, el castillo fue pasando de un titular a otro, cada cual más pendenciero.

El castillo fue mandado demoler por Pedro I —el Cruel o el Justiciero, elijan ustedes— en 1354, al caer en desgracia para con él quien era el señor de la villa de Medellín, Juan Alfonso de Alburquerque —éste le había afeado su conducta con la reina Leonor de Aragón, en favor de María de Padilla—; además el de Alburquerque fue fulminantemente destituido, como no.

Enrique II, sucesor de su hermanastro Pedro I, mandó reconstruir el castillo, si bien las obras se alargaron hasta mediados del siglo XV que es cuando adquiere su configuración definitiva. Era por entonces su dueño Rodrigo de Portocarrero Monroy, Conde de Medellín, que es quien ejecuta obras no sólo de fortificación sino también de habitabilidad, dándole el esplendor que en aquella época llegó a tener. De él debe ser el escudo que señorea la puerta apuntada de la facha oeste.

Posteriormente el castillo pasaría a manos de su viuda Beatriz Pacheco, de Portocarrero, mujer guerrera donde las hubiera: estuvo enredada en los conflictos que mantuvieron Enrique IV y su hermano Alfonso; y tomó partido a favor de Juan la Beltraneja cuando ésta, junto con gran parte de la nobleza extremeña, se enfrentó, entre 1475 y 1479, con la futura Isabel I de Castilla. Por ello, el castillo fue objeto de algunas obras para adecuar, y mejorar, sus defensas y su habitabilidad en previsión de sitios futuros y prolongados.

Durante esta época se construye el muro diafragma que divide el castillo en dos, protegiendo y aislando aún más una parte del castillo, concretamente la mitad oriental de la fortaleza; y no sólo de enemigos externos sino a su propio hijo —partidario de Isabel y de la negociación con ella— que la disputaba la posesión del condado. En 1479, finalizadas las porfías entre Juana e Isabel, el condado de Medellín pasó a la corona de Castilla.

Muro diafragma y torre del Homenaje desde la zona este.

Muro diafragma desde la zona oeste.

Ya en el siglo XX, durante la Guerra Civil de 1936, se acometieron nuevas obras de carácter defensivo en sus muros —se reforzaron huecos con hormigón y se abrieron numerosas troneras para fusilería—, las cuales están lejos de aquellas del Medievo e incluso podrían tacharse de impropias del edificio, pero que sí lo están en consecuencia con su impronta militar que, a mi juicio, deberían mantenerse, pues son una muestra, aunque cuestionable, de la evolución de la arquitectura militar.

 

LOS DETALLES

El castillo ocupa prácticamente la totalidad de la cima del Cerro; se adapta a él conformando un romboide irregular o, como leo en otros textos, una casi elipse poligonal de nueve o diez lados, ligeramente alargada.

Dispuso de una antemuralla o barbacana, que rodeaba toda la mitad occidental, y que, arrancando del torreón más al sur, llegaba hasta la torre norte. De esta barbacana se conservan muros y torres en un aceptable estado, que la hacen perfectamente identificable, dejando apreciar la seguridad que el conjunto aportaba al castillo.

Al fondo, entrada a la barbacana por la puerta sur.

Es a través de dos puertas, una en el lado sur y otra en el norte de la antemuralla, y dispuestas de forma simétrica, por donde se accede; y de aquí al interior del cuerpo principal del castillo por otras dos puertas: una, bajo arco de medio punto, junto a la torre sur; y la segunda en la fachada oeste, a la derecha de la torre cilíndrica, en forma de arco apuntado con un par de arquivoltas enmarcadas en alfiz.

Interior del aljibe.

En su interior se conservan algunos restos de su pasado árabe: una alberca de planta rectangular y un aljibe, muy bien conservado, de dos naves con bóvedas de cañón apoyadas en su centro en dos arcos de herradura sobre una columna, y del que se cuestiona su verdadero uso: si aljibe o prisión. Aunque bien pudo ser las dos cosas.

La misma puerta anterior desde el interior de la barbacana.

El castillo se divide en dos partes mediante una muralla interna —muro diafragma— dispuesta entre las torres norte y sur, ambas prismáticas —¿cuál de las dos será la del Homenaje?, me inclino por la situada al sur, a pesar de su proximidad a una de las puertas—, que se comunican mediante un adarve superior y un corredor a nivel inferior. Este muro facilitaba la defensa interior del castillo al quedar este compartimentado, a la vez que permitía un fácil y rápido paso de los defensores entre las torres. La época de su construcción, último tercio del siglo XV, es delatada por las cuatro garitas, dos a cada cara, sobre ménsulas escalonadas, que aumentan su defensa.

Detalle de los garitones en el muro diafragma.


El adarve de la muralla diafragma.

La muralla diafragma presenta dos puertas que comunican ambas partes del castillo, las cuales se ha de suponer que son muy posteriores a su construcción, pues su sola existencia y ubicación haría nula la utilidad del muro. La comunicación entre ambas partes se haría exclusivamente a través de las torres, que disponen de un complejo sistema de pasillos para comunicar entre sí sus plantas, éstas con el muro diafragma y los adarves contiguos, y también entre las dos mitades del castillo.

Fachada oriental, torre cilíndrica y puerta.

Los vértices este y oeste lo forman sendos torreones, semicilíndricos el de la esquina oriental, y casi cilíndrico y de mayor tamaño, el occidental. En el centro de cada uno de los lados del romboide, se adosan cubos, también cilíndricos y de menor diámetro.

El castillo está construido en su totalidad en piedra, alternándose la mampostería con sillarejos e incluso sillares bien labrados. Excepción hecha de las adaptaciones que se hicieron durante la Guerra Civil y que aún se pueden apreciar: numerosas troneras para fusilería y algún seudo búnker de hormigón en los enormes huecos de su fachada sur.

Castillo y los dos puentes (foto robada, no recuerdo de dónde).

Nombre: Castillo de Medellín.
Municipio: Medellín.
Provincia: Badajoz.
Tipología: Castillo.
Época de construcción: siglo XIV (1357, por orden de Enrique II), sobre los restos del anterior que fue mandado demoler por Pedro I, y que a su vez se levantó sobre las ruinas de otro árabe que se construyó entre los siglos X y XII.
Remodelaciones: En el siglo XV, Rodrigo de Portocarrero lo reformaría considerablemente —le añadió las barbacanas—, y después continuaría su viuda, dejándolo con el aspecto que hoy tiene.
Estado: Teniendo en cuenta las vicisitudes que, entre sus muros y alrededores, se han vivido durante los siglo XIX y XX, incluso fue cementerio, hemos de decir que se encuentra en muy buen estado, conservándose con dignidad muchos de sus elementos defensivos.

Propiedad y uso: de titularidad pública, su uso es principalmente turístico, además de un excelente mirador.
Protección: Fue declarado Monumento Histórico Artístico —lo que hoy es Bien de Interés Cultural— el 3 de junio de 1931. A pesar de ello, poco se lo respetó, años después, durante la Guerra Civil.
Está incluido en la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español

Calificación subjetiva: 3, o sea, que se incluirá obligatoriamente en ruta de viaje, o lo que es lo mismo, se hará todo lo posible por visitarlo.
Otras cuestiones de interés: no perderse su visión desde el cerro del norte, en la orilla derecha del Guadiana; ni desde la plaza del pueblo junto a la estatua de Hernán Cortés.
O desde la carretera que llega de Santa Amalia, con los veinte ojos del puente de “los Austrias” en primer plano, que se construyó entre 1613 y 1630, en sustitución del romano que fue arrastrado por una riada el 20 de diciembre de 1603. Este puente es ayudado hoy en día, en su labor de paso sobre el Guadiana, por otro de reciente construcción.
De las murallas de la villa, hoy desaparecidas, solo nos queda lo que fue una de las torres del Arco de la Villa —demolido para la apertura de la plaza de Hernán Cortés en 1890—, reconvertida hoy en la que se llama Torre del Reloj.
El castillo desde la plaza de Hernán Cortés.

Una leyenda, o dos, o no: Además de las disputas con la corona, Beatriz Pacheco de Portocarrero mantuvo fuertes desavenencias con su hijo Juan —fruto del primer matrimonio, pues casó nuevamente, esta vez con el conde de Cifuentes— a causa de la herencia del Condado, pues era su intención desheredarle en favor de su nuevo marido. Además, el hijo era partidario de negociar con el bando isabelino y terminar de una vez el conflicto.
Así que va y le encierra en una mazmorra situada en la zona este del castillo y construye el que hoy conocemos como muro diafragma, para aislar esa zona del resto del castillo. Se dice que fueron los habitantes de Medellín quienes liberaron años después a Juan de Portocarrero, hartos ya de la buena señora. Si bien es más creíble que, terminados los líos con Isabel de Castilla y vencida Beatriz, el hijo fuera liberado y el litigio sobre la herencia se decidiera a favor de éste por decisión real.
Y aquí viene la leyenda, o la teoría de algunos, que identifican al bueno de Juan con el Segismundo de La vida es sueño de Calderón de la Barca.
Pero yo me quedo con la que me contó, nos contó, una profesora de Literatura durante el Bachiller, que decía reconocer en el Romance del prisionero a D. Juan de Portocarrero y su cautiverio:
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor;
cuando los enamorados
van a servir al amor.
Sólo yo, triste y cuitado,
vivo en aquesta prisión
sin saber cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
déle Dios mal galardón.
El castillo y el nuevo puente.


Cómo llegar: Desde Mérida, la A-5, E-90 dirección Madrid hasta Torrefresneda, y desde aquí a Santa Amalia por la N-430. En Santa Amalia, la EX206 nos lleva directamente a Medellín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario