martes, 4 de septiembre de 2018

Silves, la Alcazaba


Llega hoy a mi blog Silves, y aunque en más de una ocasión he pisado esta ciudad, es ahora cuando me animo por fin a escribir sobre ella y su castillo. Tal vez lo hago porque la última visita ha sido la más, digamos completa; no se limitó al castillo y poco más. Se remató con una típica comida algarveña junto al puente romano sobre el río Arade y una tarde de playa en Carvoeiro. Lo dicho, muy completo.
También, como no podía ser de otra manera, la catedral la encontré cerrada, por lo que nuevamente hubo que conformarse con fotos del exterior. Pero eso es una decepción a medias porque al fin y al cabo, el objeto fundamental de esta Casa de la Tercia es el castillo, y otras cuestiones relacionales cuando se pueda.

El puente romano sobre el río Arade.

Como siempre, situémonos: estoy en Silves, ciudad y municipio de Portugal, en la región de El Algarve, distrito de Faro. Ciudad antigua que llegó a ser capital de esta región del sur de Portugal.


Tan antigua que ya anduvieron por aquí los fenicios y griegos (hubo un tiempo en que estos tipos estuvieron por todos sitios) hace 3000 años. Y también los romanos, según lo atestiguan restos arqueológicos encontrados en sus cercanías. Seguramente durante ese período ya se construyeron murallas en ese lugar.
Los árabes, que estuvieron por aquí desde el siglo VIII al XIII, la llamaron Silb y marcaron profundamente la historia y el urbanismo de la ciudad, desarrollando aquí el más importante polo cultural, económico y político de todo Al-Gharb entre los siglos X y XII. Aquí fue enviado Al-Mutámid, hijo de Al-Mutádid, rey de Sevilla, cuando aún era un adolescente para estudiar y mejorar su educación junto al poeta Ibn’Ammar; al anexionarse el reino de Sevilla la Taifa de Silves, el hijo de Al-Mutamid fue nombrado gobernador.
Fue conquistada dos veces por los cristianos: la primera en 1189 por Sancho I con la ayuda de un buen número de cruzados que, casualmente habían llegado a Lisboa y esperaban el momento de partir a Tierra Santa. Se decía entonces que Silves
«era una medina ceñida por muros y fosos de tal arte que ni una sola choza se encuentra fuera de las murallas y dentro de ellas había cuatro órdenes de fortificaciones»
Efímera conquista, pues a los dos años y en un ataque que llegó hasta el río Tajo, los almohades al mando de Al-Mansur la recuperan. Reforzaron los muros de la ciudad y mejoraron las infraestructuras de abastecimiento de agua.

La Catedral de Silves.

A mediados del siglo XIII y siendo gobernando Ibn al-Mahfur, es definitivamente conquistada, esta vez por los caballeros de la Orden de Santiago, al mando de su maestre Paio Peres Correia y en nombre de Alfonso III, que la convirtió en capital de El Algarve y en sede episcopal.
Siguió manteniendo su importancia y apogeo durante el siglo XV, ya que muchos de sus habitantes participaron activamente en los viajes que impulsó Enrique el Navegante.
El siglo XVI no fue muy favorable para la ciudad: el cauce del río se estancó y perdió profundidad, con lo que aumentaron las zonas cenagosas y el ambiente se hizo malsano. El obispo se trasladó a Faro en 1577 y con él la parte de la sociedad económicamente más influyente.
Y en esto que llegó el terremoto de 1755 y con él la casi total devastación de la ciudad.
Lo del siglo XIX fue casi de desastre total: invasión francesa, fuga de la corte portuguesa a Brasil y guerra entre absolutistas y liberales. Como consecuencia, declive económico y social de la ciudad. Menos mal que a finales de siglo la economía se comienza a levantar con la industria y manufactura del corcho y la llegada del ferrocarril a principios del XX.

El Castillo desde la Catedral.

Pues una vez hecho un rápido recorrido por la historia de Silves, cruzamos el puente romano y subimos a su castillo, a lo más alto de la colina. Un corto paseo por sus estrechas calles nos lleva hasta la puerta cerrada de la catedral, y desde allí cuatro pasos más y unos escalones nos ponen ante la puerta del que está considerado como el mejor conservado de los castillos árabes de Portugal. 

Que fue construido entre los siglos VIII y XIII y durante ese tiempo se la tuvo como una de las mejores ciudades fortificadas de Al-Andalus. Levantada probablemente sobre otras edificaciones visigodas, y estas a su vez sobre otras romanas, las defensas que hoy vemos pertenecen al período califal, aunque profundamente reformadas por los almohades en el siglo XI cuando la ciudad fue un reino de Taifa. Más tarde, ya en los siglos XIV y XV, los cristianos también acometieron reformas, aunque sin perder nunca el carácter de alcazaba que siempre tuvo, o sea, residencia palatina y de gobernadores, de la guarnición militar y de toda la pléyade de cortesanos y funcionarios que rodeaban al poder.
Varios incendios y algún terremoto acabaron con las espléndidas edificaciones que poseyó y que hicieron de él una de las más importantes fortificaciones del sur de la Península.

Guardando cola a la entrada junto a Sancho I.


Una estatua en bronce del rey Sancho nos recibe a la puerta; guardamos civilizada cola y pagamos el derecho a la visita. Desde aquí dos opciones, pasear la gran explanada salpicada de excavaciones, jardines y cimentaciones, o seguir el camino de ronda y rodear toda la fortaleza. Opto, optamos por la segunda, un largo paseo por el ancho y cómodo adarve del último de los tres recintos con los que contó la ciudad —el siguiente envolvía la Medina, y el tercero llegaba hasta los arrabales—. Desde él, tendremos la oportunidad, no sólo de ver todo el interior del recinto, sino también recrearnos con las estupendas vistas que el paisaje regala.


Maqueta del castillo, en primer plano izquierda la entrada.

El castillo ocupa una superficie de poco más de una hectárea encerrada en un polígono irregular que, como en tantos casos, se adapta a la orografía de la colina. Se conserva todo el perímetro, incluidas sus once torres de planta rectangular —excepto una que lo es trapezoidal— y de diferentes tamaños y alturas, algunas de ellas albarranas. Varias torres sufrieron alteraciones en el período cristiano, en las que se las adoptó a los usos y estilos de los nuevos propietarios: bóvedas y puertas ojivales.

Marcas de cantero (¿?) en los sillares.

Destaca sobremanera el color rojo oscuro de la piedra arenisca propia de la zona. También se utilizó arena coloreada del mismo color en los morteros de cal —por no desentonar, digo yo—.

Entrada principal a la alcazaba.





Acceso a la alcazaba desde el interior.

Hacia el sur está su puerta de entrada, hacia la Medina, retranqueada en un rincón que forma la muralla y flanqueada por dos torres. Sobre el vestíbulo de entrada, una bóveda de cañón en ladrillo apoyada en paredes y arranques de sillarejo.

La llamada torre de Oriente en la fachada este de la alcazaba.

Adarve de la muralla sur y primera torre; detrás, la primera de las dos torres albarranas.

Las dos torres anteriores desde el exterior de la muralla.

Caminamos por su fachada este donde se levantan cuatro torres, siendo albarranas la segunda y la cuarta; entre las dos, la torre que llaman de Oriente. Hacia el interior y junto a las tres primeras torres están los restos de lo que fue la residencia palaciega durante el período almohade —recordar que Silves fue reino de Taifa—: palacio de dos plantas, jardines interiores y baños. Después de la conquista, los cristianos no usaron esta zona, quedando abandonada y posteriormente destruida por un incendio.
Junto a este palacio, los restos de unos baños que fueron públicos, y que estaban distribuidos según los cánones tradicionales: atrio, vestíbulo, patio, tres salas diferenciadas y letrinas.

Restos de la zona palaciega del castillo.

Más adelante, a los pies de la segunda torre albarrana, se hallan los algibes conocidos como las Cisternas de la Moura y el de los Caes —los Perros—.
El primer aljibe lo conforman cuatro bóvedas de cañón de casi diez metros de altura que se apoyan en arcadas de medio punto. Probablemente fue construido después de 1191, una vez recuperada la plaza por los andalusíes. Tenía una capacidad de 1.300.000 litros y podía abastecer a la alcazaba y a la media durante más de un año.

La cisterna de la Mora.

El segundo aljibe, el de los Perros, es un gran pozo de más de cincuenta metros de profundidad y que es factible fuera abastecido mediante una noria. Aunque, como no podía ser de otra manera, existe la leyenda de que comunica con el río —la tradición de cada lugar—.


Dos imágenes de la torre Celoquia.

Al norte sobresale la más grande y potente de sus torres, llamada Celoquia o de Aben Afan, de planta rectangular y desproporcionada en sus dimensiones para ser una torre de flanqueo; parece como si quisiera haber sido torre del Homenaje pero que se quedó corta en su altura. Fue reconstruida por los cristianos en 1227 según se recoge en una placa conmemorativa.

El portillo llamado de la Traición, al norte del castillo.
Al fondo la torre Celoquia.

A continuación de ésa torre, una de flanqueo más pequeña que protege y oculta un portillo que según leo lo llaman de la traición —Porta da Traiçao—.
Después del portillo, la muralla se quiebra hacia el oeste para terminar en otra robusta torre, la de Segredo, de planta también rectangular, y de la que parte hacia el sur otro lienzo de muralla de la alcazaba. Hacia el oeste nace lo que fue la muralla de la medina; desde este punto se ven las torres que la flanquearon, por desgracia no en tan buen estado como las de la alcazaba.

Primera torre albarrana de la muralla de la Medina que parte de la torre de Segredo.


La torre de Segredo; hacia la izquierda discurre la muralla de la Medina.


A partir de aquí y hasta la torre que cobija la puerta de entrada, discurre el adarve de la Media Luna, con otras dos torres de menor porte, y también:
una zona de esparcimiento para el turista —evidentemente contemporánea— y la recreación de lo que debieron ser los jardines que tanto encandilaron a Al-Mutámid. También las excavaciones que bien pueden corresponder a viviendas del palacio del gobernador o alcaide de la fortaleza, pero ya de tiempos del Infante don Enrique.
Es en esa zona donde se encuentra el aljibe llamado de los Perros.

También están localizados en la alcazaba tres grandes silos para almacenamiento de cereales y tres pequeñas cisternas que por su tamaño serían para usos particulares.

La única puerta de la Medina que queda en pie.



Luego el paseo prosigue por la ciudad, camino de la orilla del río, para rematarlo ante unas cervezas y pollos a la brasa, que para eso estamos en el Algarve. De vez en cuando se ven restos de la muralla que envolvía la Medina, sobre todo en las inmediaciones del Ayuntamiento y en la rúa Nova da Boavista. A continuación del ayuntamiento, la que fue la más importante de las puertas de la ciudad y que hoy está dedicada a Biblioteca Municipal.

A comer.

Nombre: Castillo de Silves
Municipio: Silves
Distrito: Faro
Región: Algarve
País: Portugal

Tipología: Castillo-Alcazaba.
Época de construcción: entre los siglos VIII y XIII. Muy reformadas posteriormente. La última restauración importe fue a mediados del pasado siglo. En la actualidad continúan los trabajos de excavación y consolidación.
Estado: En muy buen estado de conservación, gracias a los continuos trabajos de excavación y restauración que desde mediados del pasado siglo se están llevando a cabo.

Algunas de las fotografías antiguas expuestas en la torre de Aben afan.

Propiedad: Pública
Uso: Turístico.
Visitas: abierto al público previo pago de una módica entrada.
Protección: Está declarado monumento nacional desde el 23 de junio de 1910.
Clasificación subjetiva: 3, o sea, que se incluirá obligatoriamente en una ruta de viaje y se hará todo lo posible por visitarlo.
Cómo llegar: Desde la frontera con Portugal (Ayamonte-Castro Marim) no dejar la A-22 hasta que se indique la salida a Silves por la N-124.1
Otras cuestiones de interés: En agosto se celebra una fiesta medieval al igual que en otras muchas ciudades de la Península.
  
























Nota: todas las fotografías fechadas en 2008 corresponden a 2018. Error que por pereza no he corregido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario